Nuevo relato de Pedro Pablo Lilli
Editorial Atrapados por la Imagen, es un espacio gratuito dedicado a difundir:
¡El arte de todos!
Hoy presentamos: "La caja amarilla"
Relato inédito, de Pedro Pablo Lilli.
Ilustrado especialmente, por el artista Osmo.
¡¡¡Felicitaciones queridos amigos, por este trabajo en equipo!!
¡¡Éxitos, y a seguir creando!!
Agradecemos a todos nuestros amigos, lectores y seguidores,por sus visitas y valoraciones.
Afectuosamente.
Administración de Atrapados por la Imagen.
LA CAJA AMARILLA
A Sandokán" - ¿Qué traman los ingleses, Yáñez- Opinan que ha llegado la hora de ahorcarte.Las costas recuerdan tus fechorías:ciudades saqueadas, fuertes desmantelados.El fondo del mar está erizado de mástilesque tú echaste a pique…”(Sandokán. Emilio Salgari)
Normalmente los miércoles, con Melina, nos reuníamos a cenar con Paola y Fabricio. En una oportunidad, nuestra amiga propuso alquilar, juntos, un departamento que ofrecían unos conocidos suyos que se embarcaban para un largo crucero alrededor del mundo. A su regreso, pensaban trasladarse a una elegante casona, en la colina, por lo cual, el alquiler no tenía fecha de vencimiento a la vista.
- No para habitarlo, por supuesto. "Uso alcoba" - dijo mimando las comillas con los dedos, para interesarnos ya que, ninguno de nosotros, por el momento, quería convivir con su pareja. - Tiene vista franca al mar y el precio es bueno para ser un dos dormitorios.
- ¡Atención! - se apuró a poner condiciones Meli - Lo usamos solo nosotros cuatro, no entra nadie y no lo sabe nadie.
Al día siguiente fuimos a verlo y nos gustó; era luminoso y bien equipado. Tenía un largo balcón desde el que se dominaba la playa y la vista se extendía hasta el horizonte del mar. Disponía de todo lo necesario para entrar y habitarlo, que era mucho más de lo que necesitábamos para el uso motel que le daríamos. Hasta había en la cocina, en lo alto de un estante, una caja de lata amarilla, de esas con forma de cubo de las que, antaño, contenían galletitas. Reparé en ella porque era un objeto que me traía gratos recuerdos: en mi casa de niño había una, en la casa de mi abuela, otra, en el almacén de Doña Juanita y Don Martín había muchas, apiladas...y, después, en tantos otros lugares que no puedo precisar. Lo cierto es que verla, me hizo "sentir como en casa".
Una vez instalados, paradójicamente, con nuestros amigos nos veíamos con menor frecuencia, porque teníamos distintos horarios de trabajo y de clases. Cuando queríamos encontrarnos hacíamos un programa especial: una fondue de chocolate, una sesión de buenos films o diagramábamos algún viaje juntos.
Meli y yo íbamos a la salida de las clases en la Universidad, generalmente al anochecer, porque los dos trabajábamos part-time por la mañana.
El whisky, en penumbras, en la cama, después de hacer el amor con el ventanal abierto al mar, yo lo vivía como un privilegio enorme: me sentía un sibarita. Quedábamos abrazados, en silencio, al arrullo de las olas. Poco a poco los locales de la calle encendían sus carteles luminosos y nos llegaba, intermitente, su resplandor colorido, junto a ráfagas de brisa olorosa a sal. Después, algunas noches, nos hacíamos un omelette o unos spaghetti y nos quedábamos hasta el día siguiente.
En época de exámenes, el fin de semana, cada uno llevaba sus apuntes para estudiar lo suyo, compartiendo la mesa del comedor o de la cocina, siempre y cuando no tuviéramos que reunirnos con otros compañeras o compañeros.
Paola y Fabricio, al cabo de un año y medio, se dejaron. Convenimos que seguirían pagando su parte tres meses más para darnos la oportunidad de encontrar otros interesados.
Con respecto a nosotros, tanta intimidad sin proyecto a futuro, fue erosionando, de a poco y sin que lo advirtiéramos, nuestra relación. Personalmente no me gustaba la carrera que estudiaba, ni mi trabajo y no me proyectaba arrastrando un carrito en el supermercado junto a Melina embarazada y un crío a los gritos, entre las góndolas. Tampoco me veía encerrado en una oficina quemándome los ojos frente a la PC, ni varado en el tráfico ciudadano dentro de un automóvil.
Primero terminó siendo solo sexo (coronado por un buen vaso de whisky y el olor de la brisa del mar) y después, solo encuentros menos frecuentes buscando cada uno que el otro pusiera el punto final.
Un viernes, ya al whisky, la luz de un bellísimo atardecer que entraba por el amplio ventanal, no logró compensar la sensación de vacío profundo que nos embargaba, por separado, a cada uno de los dos. Ella se levantó, fue hasta el balcón, cubriéndose apenas, y permaneció en silencio mirando la gente abandonar el balneario. Luego se dio vuelta y trajo su figura, como en un sueño, hasta mí. Se acostó a mi lado, se incorporó apoyada sobre un codo y pidió un sorbo de mi vaso, para después sentarse contra el espaldar.
- ¿Sabes? Algo cambió... - dijo, al fin, con intención de dar explicaciones. No le di lugar a hacerlo; no quería escuchar algo que seguramente me molestaría.
Sentado en la cocina, mientras ella se duchaba y juntaba sus cosas, miré el techo buscando inútilmente algún pensamiento.
Mi atención, repentinamente, se detuvo en la caja amarilla sobre el estante. La hermosa caja, perfectamente cúbica y familiar. En verdad, nunca controlé qué había o no había adentro. Para alcanzarla tuve que subirme a un banquito porque, vaya a saber con qué criterio, la habían ubicado tan alta.
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- Chau....- dijo Meli asomándose a la puerta de la cocina con el pelo mojado y la mochila colgada de un hombro.
- Suerte - le respondí, sin bajar de donde estaba, fingiendo indiferencia. Esperó un instante para ver si cambiaba de actitud, cosa que no hice, y sin agregar palabra, salió.
Al escuchar cerrar la puerta sentí el impulso de no dejarla ir, pero Melina ya estaba en el ascensor.
Volví a concentrarme en la caja que ejercía sobre mí una gran fascinación. Sobre fondo amarillo tenía lindamente pintado un galeón pirata navegando en un mar turquesa. La ilustración se replicaba en todos los laterales con el nombre del barco en letras doradas: Sangre Mora. En la cara superior, sobre la tapa redonda, se leía:
"SALIDA DE EMERGENCIA".
No lo dudé un instante y la abrí. Una escalera marinera llevaba al interior. Bajé por la misma y llegué a la cocina del Sangre Mora. Pude reconocer cada rincón donde Pinín, un gigante bonachón de más de dos metros de altura, nos preparaba sus suculentas comidas, tanto en tierra como en altamar. Me asomé a la cubierta y pude ver a Muñoz, mi fiel Segundo Oficial, amigo y consejero, impartir indicaciones preparando la nave para zarpar.
La tripulación de bravos marineros era variada: Malayos, Battias, Dayakos de Borneo, Siameses, Tagalos de Las Filipinas, Indios, Duguises, Javaneses…
Al verme se acercó.
- Capitán, podemos salir antes del amanecer.
- Necesito un poco de tiempo, amigo.
- Los hombres no pueden esperar más. Cada día que pasa me cuesta más tenerlos calmos.
- De acuerdo - tomé una botella de ron de la alacena y subí la escalera - Deme un par de días. Tengo que tomar una decisión.
- Capitán, no se engañe: lo nuestro es la mar. Todo el resto es angustia.
Asentí y le guiñé un ojo antes de salir de la caja.
Esa noche me quedé a dormir en el departamento. Me desperté a la madrugada con hambre, la heladera estaba vacía.
Subí hasta la caja amarilla y bajé a la cocina de mi barco. Encontré a Pinín jugando al solitario y bebiendo una cerveza, en compañía de un gato que dormitaba sobre la mesa. El cocinero sonrió complacido al verme. El gato esbozó un maullido y se estiró.
- ¿Apetito de trasnoche? - apartó los naipes y me preparó un plato de arenques ahumados con papas y tocino.
Le pregunté por su familia.
- Hace un año que no la veo...a mi regreso no me reconocerá ni el perro. A propósito, Capitán. - ¿Cuándo partimos?
Volví a la cama; se me entremezclaron sueños diversos en tiempos diversos y en lugares diversos.
La proa del Sangre Mora surcando el océano en medio de una tormenta o arribando a una costa boscosa, con enormes pájaros de colores revoloteando sobre nosotros al atardecer. El abordaje a barcos de contrabandistas para quedarnos con el botín. Noches de excesos en cantinas de puertos olvidados. Mujeres siempre generosas de su cuerpo con perfume a tabaco y alcohol...La búsqueda insaciable de no se sabe qué.
Las escenas se sucedían con colores saturados y gusto a ron y se interponían a otras bien distintas en colores pastel y gusto a yogurt con cereales.
Me veía cortando unas tablas de madera para construirle la cucha al perro, mientras mi hijito me imitaba con un serrucho de plástico color verde. Melina y nuestra hija, arreglando el jardín. Un fin de semana romántico, a solas, con la complicidad de los abuelos. Los viajes de vacaciones con el auto repleto de todo lo necesario para la playa. Las fiestas de cumpleaños con globos de colores y torta de merengue y dulce de leche. El Ratoncito Pérez, las graduaciones, los aniversarios. Los brindis. Las cenas con amigos...Las preocupaciones y logros o problemas familiares.
A la mañana siguiente, mientras me duchaba, sentí abrir la puerta. Era Melina:
- ¿Podemos hablar?
Me puso en crisis con todos sus planteos, mis emociones, sus propuestas de vida en común, mi confusión, su llanto, mis sentimientos, su ternura, mis dudas, su encanto, mis miedos, sus palabras de aliento y de amor.
Le pedí un par de días para reflexionar.
- El amor, si es amor, no necesita reflexiones - me punzó.
Tomé el banquito y subí hasta la caja amarilla buscando la Salida de Emergencia.
Muñoz y Pinín, desde la cocina del Sangre Mora, me clavaban su mirada esperando la respuesta en suspenso.
Bajé la vista hacia el otro lado y me encontré con la de Melina esperando lo mismo.
El gato del cocinero maulló amenazante.
El viento por la ventana cerró de un golpe la puerta de la cocina.
Estaba acorralado. Debía decidir.
Pedro Pablo LilliMarzo, 2022
Excelente!!!! el personaje atraviesa su paso hacia la adultez de una manera mágica y fantastica, "la decisión" está tomada, pero la fantasía seguirá estando en los lectores, por siempre jamás!!! gracias querido amigo por este relato maravilloso!!! te deseo muchos éxitos!!!!
ResponderBorrarCuento enriquecido por episodios románticos y situaciones que muestran la levedad con que se toman algunas decisiones, hasta que, la lata amarilla descubierta desde un principio por uno de los personajes toma protagonismo para éste, yse convierte en el recurso de un ir y venir entre realidad y fantasía
ResponderBorrar“- Capitán, no se engañe: lo nuestro es la mar. Todo el resto es angustia.”
En estas líneas Pedro. P. Lilli define la indecisión y la angustia como la entraña del cuento.
Felicitaciones!
Me resultó muy interesante los dos roles..el real y el imaginario,no soy buena para dar opiniones..solo que.."Me encantó"!!!...🟨
ResponderBorrarGracias amigas queridas, por leerme y comentar. Abrazote!
ResponderBorrarTu cuento nos llevó de viaje Pablo!!! felicitaciones nuevamente amigo!!!
BorrarQué buena manera de explicar el verbo elegir y el verbo amor.
ResponderBorrarHay muchas cajas amarillas durante una vida ,algunas no se verán ,otras se conocen demasiado ,de otras se guarda un grato recuerdo y a otras ya se les adjudicó otro uso.
Pablo un relato que nos habla de momentos de la vida en la que es necesario tomar decisiones, las dudas , las responsabilidades, los miedos, los sueños, todo pesa, y el protagonista por momentos vive entre la fantasía y la realidad. Los lectores lo acompañamos y seguimos con interés y emoción en el dilema que vive.
ResponderBorrarGracias Pablo por confiar en Atrapados para esta publicación, y agradecemos a Osmo que se inspiró en este relato para su estética ilustración, un logrado trabajo en equipo. Les deseamos éxitos amigos!!!
Mágica manera de transmitir la angustia que genera el paso a la adultez. Felicitaciones Pablo
ResponderBorrarLograr el interés por el final es un mérito de maestros, sos un escribidor con el estilo de aquellos cien años...abrazo.
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