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lunes, 28 de julio de 2025

©EDITORIAL ATRAPADOS POR LA IMAGEN PRESENTA : "Tejidos de Vida" - del escritor MARIO KELMAN -

 

 ATRAPADOS POR LA IMAGEN


Cuentos y Relatos Presenta a...


MARIO KELMAN


"Artista de Atrapados por la Imagen"


en...


"Tejidos de vida"


"Cuento inédito para Atrapados por la Imagen"

Fotografías: Mario Kelman


Edición: Editorial Atrapados por la Imagen


RL-2022-18030193-APN-DNDA#MJ

Registro de propiedad intelectual

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Editorial Atrapados por la Imagen, es un espacio dedicado al arte.


MARIO KELMAN


"Tejidos de vida"

 Mario Kelman


Resulta un misterio su causa, pero mejor rendirse ante la evidencia.

La ciudad vespertina se cubre de una apariencia intermedia de luminosidad opalescente, entre la realidad y lo irreal; que se profundiza a medida que avanza la noche y se alargan las primeras sombras.

La calle ofrece mil puertas al paso del peatón.

Cada puerta es un umbral que abre paso a un mundo diferente; con personajes, riquezas y miserias, pasiones, dramas y festejos.

No obstante, el avance prosigue indiferente con la mira fija en el destino de llegada, sin dar crédito a la profusión y la variedad que invitan a cada lado.

Por supuesto, en cada puerta no se trata de lo mismo.

Existe una puerta en especial, que incita a detener la marcha.

Tiene la peculiaridad de parecer intrascendentemente monótona, perdida entre la multitud.

Pero si se permanece un instante, se nos revela un enigma inconmensurable que provoca un influjo irresistible.

Ya resulta imposible continuar la marcha y todo a su alrededor se disuelve.

Sólo el peatón ante la abertura.  Ésta despide un efecto hipnótico que capta inevitablemente la atención.

Sobre una pared negra hace contraste una puerta de un rojo furioso.

En vez de picaporte, luce oronda una barra de bronce vertical, que ¡oh, sorpresa!, flota en el aire a centímetros de la hoja, sin abrazadera ni accesorio que la sujete.

En la parte inferior, luce la pintura esmerada de un piso de mosaicos blancos. En los vértices confluyen ángulos negros conformando rombos en las esquinas.

Rombos y rectas revelan en clave, la firma secreta de una secta que atesora conocimientos sagrados esotéricos, transmitidos por generaciones durante cientos de años.

Tan lograda es la imagen impresa, que da sensación de profundidad y hace sobresalir las letras y anuncios del frente, en un blanco brillante.

En letras enormes se lee “EL HOTEL”.


Simula una oferta dirigida a quién busque resolver un alberge con urgencia y acepte los riesgos del caso. Riesgos acentuados en la leyenda próxima que advierte “CLUB DEL ESCAPE” confirmando la esotérica amenaza velada.

En verdad, no hay allí un Hotel.

¡De ninguna manera!

Al contacto con la barra de ingreso, la puerta no se mueve.

La alternativa obvia es empujarla.

Ésta luce un trazado de arcadas lineales que finalizan en un fondo oscuro, misterioso e impenetrable.

¡Qué sorpresa!

Al posar la mano en la superficie trazada, el límite cede y la mano se hunde en una materia gelatinosa, desconocida y aterradora.

Se niega el acceso una vez más.

Con una mezcla de fastidio y curiosidad, la mirada se depone y se desliza al cartel del costado. Textualmente reza “TOCAR TIMBRE SOLO CON RESERVA PREVIA EN HORARIO EXACTO CON GRUPO COMPLETO”

En la parte superior y a modo de telón que cubre la escena, una reja con arabescos barrocos y enrevesados de color gris, amenaza con caer cual guillotina acechante, sobre visitantes indeseados que no obedezcan las indicaciones.

Imprevistamente, se inicia el parpadeo de la silueta de una cerradura encerrada en un círculo de puntos en la parte superior, y se muestran los medios alternativos para tomar contactos en los renglones inferiores para hacer la reserva.

La avidez de saber supera el miedo y se siguen los pasos para finalmente acceder.

Al tocar un lector de huellas oculto, la puerta cede y se muestra la escena.

Un misterio nuevo sustituye el anterior.

Se trata de una misteriosa galería.

La puerta se cierra y permanece una oscuridad densa.

A lo lejos un destello hiende la negrura y trae la primera escena.

Una mujer muy elegante y esbelta alza su humanidad estirando al máximo el extremo superior de su cuerpo.

Con una mano se maquilla con gesto absorto y fruición en el rostro. Mientras, con la otra mano sostiene en alto un celular en modo selfie en el que se mira con detalle minucioso y estudiado.

Cambiando los ángulos de enfoque, el cuerpo de la mujer se tuerce y se ofrece aquí y allá, distorsionando los bordes de la piel, subyugada por la Mirada electrónica.

Así la anatomía se enrolla y se desenrolla en poses inenarrables, complacida y embriagada por una satisfacción infinita y eterna.

Los espejos discretos y femeninos han caído en desuso.

En su lugar, reinan los gadgets cuyas cámaras devuelven la imagen de sí mismo, disimulando las pantallas que capturan y hechizan con su ojo mecánico.

Cuentan las leyendas que, las pantallas progresivamente se adueñan del alma de los mirones. Una vez ejecutada su obra, los espectadores con capacidades disminuidas son devorados y deglutidos por tan pequeño adminículo que ejecuta la tiranía de un reflejo cerrado.   

Otro destello más lejano apaga la escena y enciende otra.

La reverberancia parte de una moneda de oro que reposa lánguidamente en la boca de un ánfora de arcilla marrón rojizo, apilándose en una proporción que sobrepasa el envase y cae sobre un suelo ya cubierto de una alfombra áurea.

Sentado a su lado, un anciano delgado de gesto agrio donde sobresalen sus ojos enormes y negros, con una mirada impersonal, abierta y perdida. Se destaca la frente cubierta por una piel tensa que se continúa en una calva profunda, con escasas cejas, generosas patillas y cabellos abultados en los costados de un color ceniza espectral.

Su piel ajada y pálida provoca espanto, sus miembros átonos con músculos raídos cuelgan inertes; excepto un brazo que toma moneda tras moneda, del flujo áureo hasta el ánfora para caer en la catarata metálica, con un movimiento automático e inerte.

Un destello que ilumina el colmillo de su opaca dentadura asoma tras un leve movimiento de la comisura de sus labios, que esboza una sonrisa asertiva que hiela la sangre. Descubre a pesar de todo que, aún en ese infierno, lo anima una satisfacción miserable.

La satisfacción del avaro que acumula riqueza a condición de no usarla y lo recluye en la soledad del estancamiento.

El tiempo transcurre sin provecho.

Nuevo flash que resetea la imagen.

Un espejo bruñido y resplandeciente atrae la atención.

Una madre y una hija discuten acaloradamente. La anciana enferma intenta convencer a la joven, acerca de la inconveniencia de interrumpir la relación con el hombre a la que ella misma la había ofrecido y entregado en la flor de su juventud.

El hombre no tenía grandes exigencias, solo pedía exclusividad y ser recibido en tiempo y forma, de modo tal que no pusiera en riesgo su matrimonio.

La joven había accedido en su inocencia, sin tomar conciencia de su decisión y trágicas consecuencias.

Al principio resulta halagador y cómodo, pero con el tiempo se transforma en una pesadilla insoportable.

Aún así, no llega a comprender su dificultad en dar un término a esta situación, produciendo un enredo insoluble.

El sufrimiento es palpable y acuciante.

Una elección que le resulta indecidible: años de vida arrojada a una prisión que la degrada o arrojada a la desgracia y a la orfandad.

Caminando penosamente en el desfiladero de la ruptura como una víctima que avanza a su inmolación, empieza a despertar un sentimiento desconocido en su pecho de ira y rebelión.

Poco a poco descubre la emoción que se abre paso desde su interior y la empuja a apropiarse de decisiones que respondan a una desconocida y extraña fuerza que ha estado allí desde siempre, pero que ahora se manifiesta con una intensidad que le sorprende.  

El odio se satisface mediante la imposición de una oscura voluntad y capricho, a quienes han sido hasta el momento sus victimarios. Un escenario que lleva inevitablemente a un sino trágico pero previsible.

Todo un descubrimiento. El arrebato pasional embriaga y cuando se expresa en forma desnuda, desborda su cauce y el amarre a la palabra, proporcionando una satisfacción indecible.

Cuando las pasiones que animan los cuerpos, inundan el alma producen una danza dislocada de locura y muerte.

A lo lejos, un reflejo de los cristales del médico brilla entre el cubre cabello quirúrgico pálido y el barbijo ajustado y húmedo por la transpiración.

Devuelven una luz homogénea que vela la mirada fija proyectada en el vacío de la sala de guardia del hospital.

Sentado sobre la camilla, con los brazos extendidos en tensión, el paciente se aferra al borde con sendas manos cerradas apretadamente sobre el rellano.

Las piernas flexionadas, cuelgan hasta sus pies suspendidos en el aire en un leve balanceo que denota inquietud.

A distancia, varias personas le observan, dispuestas en semicírculo.

El mutismo y su inexpresión parecen no dar muestra de entendimiento de la lengua. No hay respuesta a estímulo ni pregunta alguna.

Cabello ensortijado y despeinado, barba crecida de tiempo incalculable, dientes amarillos y piel con un extraño salpullido.

Sus ropas apenas decorosas parecen provenir de la generosidad de algunos. Sus pies cubiertos por sendas zapatillas atadas con cordones en varias vueltas.

Semeja suspendido en el espacio y el tiempo, sustraído del momento. Ante sus ojos extraviados, sin vida ni identidad, la imagen traslúcida parece elevarse de su lugar, dándole el aura de un misterio.

Le es posible ver- verse en semejante escena desde el cenit del quirófano.

Un escalofrío y un temblor breve pero violento sacude su cuerpo y su espíritu.

Una existencia desdoblada que le permite verse desde un ojo cenital, le dota de una inmensa ola de misticismo que se traduce en un placer íntimo que lo petrifica.

El misticismo da acceso a lo sin límite, atractivo y letal.

Más lejano aún, otro destello proviene de una bandeja metálica circular. Tracciona, reduce el espacio y se detiene.

Con la nueva cercanía, se hace visible la renovada escena.

-          ¿Dulces o saladas?

La pregunta le saca de las cavilaciones a las que distraídamente se había abandonado.

Sorprendido, alza la cabeza y aún absorto mira a su interlocutor mientras con una cucharita revuelve pausadamente el interior de la taza de café negro.

Un mozo de chaqueta blanca reclina su humanidad sobre la mesa y la silla, con la bandeja de aluminio bruñido y gastada por el uso, muy cerca de su rostro.

La pausa para entender hace que se suspenda la respuesta.

El paso del tiempo se detiene, abriendo una vacuola imperceptible que envuelve la mesa pequeña en la vereda del bar, pegada al muro de vidrio, que apenas deja paso a los transeúntes.

Nuevamente la interpelación. ¿dulces o saladas?

La vida sorprende en cada detalle, en cada momento.

¿Qué responder?

¿Qué interpela?

Finalmente el hombre concluye y responde

-        ¿Hay que decidir?

El hombre no está acostumbrado a hacerlo. Disfruta de su acostumbrada existencia gris sin definiciones, navegando en la futilidad sin acontecimientos ni consecuencias, dejándose llevar por los vientos.

Disfruta de la experiencia de su propio abandono y extravío. ¿Por qué cambiar eso?

Como dice Marta, la vida hace tejido. Enlaza el tejido que hace cada uno, uno por uno, a lo que usualmente llaman Historia, que excede largamente el ordenamiento cronológico de hechos, como la Galería muestra.

Pero estimado lector, no parece tan sencillo de resolver.

La insistencia persiste.

¿Qué dice Ud?

-          ¿Dulces o saladas?

 

Todos los Derechos de Autor y Propiedad Intelectual, pertenecen a: 


©Mario Kelman

Rosario - Argentina

Fotografías: Mario Kelman

Edición: Editorial Atrapados por la Imagen

Julio 2025


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Afectuosamente...


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2 comentarios:

  1. No decidir, es una contundente decisión. Puedo elegir, "dulce", "salada" o "niguna". Puedo decidir votar po A , por B o no votar.
    Las decisiones "ninguna" o "no votar" cambian la Historia al igual que las otras que -solo en apariencias - son más concretas.

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  2. Leer “Tejido de vida”, escenario de traza onírica, permite al lector deslizarse en la propuesta de su urdiembre y tejer la trama propia con sabores imprevistos.
    Siento que este relato, escapa a la dimensión histórica que inevitablemente comprende el pasado; de modo diferente me permite transitar espacios ilimitados carentes de tiempo y formas, creando un clima de atrapante albedrío.
    Gracias Mario Kelman

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