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lunes, 16 de junio de 2025

" Hipódromo Argentino de Palermo " .-

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SERIE RAYUELA:INTRODUCCION.LOS LADOS,EN PARIS,EL ACA. FINAL









 

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Despues de todo... Ana Vaccari


 

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©EDITORIAL ATRAPADOS POR LA IMAGEN PRESENTA : "Mi amigo Abarca" de Emilio Bertero - Buenos Aires

 

Edición: Editorial Atrapados por la Imagen
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REGISTRO DE PROPIEDAD INTELECTUAL


 ATRAPADOS POR LA IMAGEN


Cuentos y Relatos Presenta

 a...


EMILIO BERTERO


"Nuevo artista de Atrapados por la Imagen"

en. . . 

"Mi amigo Abarca"


- Cuento inédito -


Editorial Atrapados por la Imagen, es un espacio dedicado al arte.





"Mi amigo Abarca"

Emilio Bertero

Buenos Aires



—Lo mejor es el tránsito, no el destino.

Cuando Abarca empieza a soltar frases como esta, significa que está medio borracho. De modo que ni bien lo escuché, empecé a pensar en cómo hacer para no tener que llevarlo hasta la puerta de su casa. Más rápido de reflejos, el negro Gómez me ganó de mano.

—Bueno muchachos, me voy yendo, mañana arranco tempranito —dijo mientras se ponía de pie y dejaba sobre la mesa la plata de las dos ginebras con hielo que había tomado.

—Chau Negro, cuidate —alcanzó a hilvanar Abarca, aunque Gómez seguro no pudo escucharlo, porque ya marchaba a paso vivo rumbo a su casa en Plaza Italia.

Era el final de un verano que había resultado demasiado fresco y lluvioso, con pocas tardes como aquellas, alargadas hasta la noche en la vereda del bar de Humboldt y Santa Fe, donde la barra paraba desde ya ni me acuerdo cuándo.

—Vamos Abarca —propuse resignado y con la esperanza de no tener que desvestirlo y acostarlo tras enjuagarle los vómitos.

—Esperá, tengo algo que quiero hablar con vos.

No era mi día de suerte.

—Bueno viejo, dale, ¿qué te pasa? —le exigí con impaciencia.

No me contestó enseguida. Como sumido en una profunda reflexión, entornó la mirada perdiéndola tras los autos que se devoraba Luis María Campos. Con frecuencia desataba nuestros nervios demorándose en eso; si estaba fresco lo soportábamos porque de ese estado de gracia (al que sabíamos fingido), solía emerger con algún pensamiento que provocaba deliberaciones entretenidas y establecía una pausa en nuestro habitual aburrimiento, o hacía estallar risas jubilosas que servían de aspirinas a nuestras tristezas. Pero casi borracho muy poco era lo que podía aguardarse, así que le pegué un sacudón sin contemplaciones.

—¡Che!, dejate de joder y volvé para acá.

Me miró con sorpresa, después con pesadumbre y al final me pareció que con rabia. Sin decir agua va, se dejó correr por la silla de lata hasta que la nuca se le calzó en el respaldo, abrió las piernas rodeando las patas de la mesa, cruzó las manos sobre la barriga, y ahora destinó al cielo su contemplación. Armándome de paciencia, acompañé su mirada respirando hondo e intentando disfrutar del cielo limpio de nubes que empezaba a llenarse de estrellas lilas, adelantadas en mi atención a la maraña de cables del aire inmediato.

—¿Viste que ya no está de moda que la luna inspire a los poetas?

Empezaba a sacarme de quicio. Sacudí mi vaso haciendo tintinear los cubitos de hielo, que flotaban en cantidad exagerada para disimular la escasa medida de ginebra.

—Contestame con sinceridad, ¿vos sos o no sos amigo mío?

La pregunta sonó como un lamento y olfateé problemas. Seguía desparramado en su asiento, pero abrió grandes los ojos y me clavó la mirada. Cuando se emborrachaba los ojos se le ponían rojos, esta vez tenían un tinte amarillo que se me antojó tenebroso, parecían unas luces mortecinas viniendo del fondo de un pozo. Un alambre de frío me enhebró la espalda y apenas pude replicar con un por supuesto que intenté hacer sonar enfático.

En rigor Abarca no era justamente un amigo, estaba porque se nos había acoplado y su presencia constante era una costumbre impuesta como herencia dejada por el Ruso, con quien había empezado a venir a juntarse con nosotros, cuando hacía rato habíamos pasado nuestros veinte años. No era de nuestro riñón, no había estado jugando a la pelota en la cortada, tampoco en las ratas al colegio, las visitas a los prostíbulos, las coladas al cine, las primeras borracheras y cigarrillos a escondidas o los bailes en antros de rompe y raja. Pero, el Ruso nos lo encomendó —nunca nos explicamos bien por qué— cuando se fue a vivir a España, y Abarca siguió viniendo, nadie le dijo nada y en realidad nadie tampoco se quejó. Aunque algo pesado durante sus borracheras y demasiado ingenuo para su edad, era un tipo generoso si andaba con billetes, poseía un fino humor y algo de conocimientos en cine y literatura, lo que a varios de nosotros nos servía para ahorrarnos tiempo y plata con malos libros y películas, salvo a Marcos, que nos descalificaba diciendo que con nosotros sólo valía la pena hablar de fútbol o mujeres, porque para lo demás Abarca resumía nuestra falta de estética propia.

—Se trata de Rosa.

Casi me caigo de la silla.

—¡Lucho!, dos ginebras —pedí con urgencia, no fuera cosa que a Abarca le faltase combustible justo en ese momento.

—Gómez se fue.

—¿Y qué? ¿Vos no te tomás otra?

Asintió como si me estuviese haciendo un favor. Regresó al silencio y a mi alteración la hizo crecer la alarma por la mención a Rosa. Por suerte Lucho cayó con las ginebras enseguida. Traté de calmarme dedicándome a la que dejó frente a mí. 

—Rosa, Rosita vieja nomás.

Lo dijo sin cambiar de posición y con los ojos cerrados, casi inmóvil; apenas el labio superior le tembló ligeramente. Con expectación, pero a sabiendas de que poco tenía por hacer si Abarca había decidido tomarse su tiempo, me dispuse a desesperar todo lo que hiciese falta.

El último trago de ginebra me devolvió un reflujo agrio. Sin embargo pedí otra, la de él seguía intacta y amenazaba transformarse en un agüita con escaso resabio de alcohol. Al fin, salió de su ensimismamiento embuchándose la bebida de un solo trago.

—Tenés que decírselo.

—¿Qué tengo que decirle? ¿A quién? ¿A Rosa? —pregunté con ansiedad, si había alguien al que había que contarle algo era a él, no a Rosa.

—No, boludo, al turro de Lucho, que no nos siga cagando; que se deje de bautizar la ginebra, venimos siempre che, somos clientes, yo no digo a los que no son del barrio, pero a nosotros...

—¿Y por qué no se lo decís vos? Además Lucho es un empleado, en todo caso habría que hacerle la queja al trompa —propuse aliviado.

Poco me duró, después de un rato mascullando, arrancó:

—Hoy estoy acá con vos chupando ginebra y me gusta; mañana estaré con Rosa vaya a saber haciendo qué y seguro que también va a gustarme, la semana que viene, el mes que viene, el año que viene, sería bueno estar acá con vos chupando ginebra y al otro día estar con Rosa vaya a saber haciendo qué.

—Decime Abarca, ¿vos no andarás con pensamientos de muerte? —le largué mientras le ponía una mano sobre el hombro y se lo apretaba con fuerza, a sabiendas de que no se trataba de eso.

Abarca se sonrió de costado, a lo Dillinger, como él mismo describía esa mueca que solía hacer.

—No loco, si no son ni mis cuatro de la tarde —Siempre se refería a la edad en términos de horas del día, pensaba que eso era poético.

—Pero igual, soy el mayor de todos, estoy grande para andar cambiando de novia, y mucho más para buscarme amigos nuevos —siguió hablando, en un tono de voz algo intimista, algo melancólico.

A mí no me salió nada para decir. Casi de golpe, apenas preanunciado, empezó a levantar viento. Abarca giró la cabeza hacia Santa Fe y volvió a quedarse quieto y callado. Un tren destartalado, lleno de laburantes colgando de las puertas, se detenía sobre el puente de la Juan B. Justo, para reemprender enseguida un avance penoso. Abarca alzó su mano derecha apuntándolo con el dedo índice, al que se puso a mover contando los vagones.

—Ocho sacando el furgón —me dijo con una expresión satisfecha— ocho —remarcó abriendo hacia mí todos los dedos de una mano y tres de la otra.

A mí seguía sin salirme nada que viniese a cuento, especialmente porque no hacía otra cosa que pensar en que algo había sucedido con Rosa, que algo Abarca había descubierto o, por lo menos, que algo estaba sospechando. La idea me inquietaba más a cada momento, así que con mal tono, aunque no demasiado por las dudas, le dije:

—Bueno, vamos que ya es tarde.

—Ponele que haya cien pasajeros por vagón, son ochocientos, ponele que la mitad sean mujeres, son cuatrocientas, ponele que la cuarta parte estén entre las dos y las tres de la tarde, son cien, ¿qué te parece?

Me miraba como quien busca aplauso y admiración tras verter un pensamiento sesudo, inalcanzable para el común de la gente. Deliberadamente, lo ignoré mirando al cielo, que se había cerrado con un negro tormentoso, ocultando a las estrellas que lo inundaban poco rato atrás.

—¿Qué te parece? —insistió.

Y como tampoco respondí, siguió hablando él, después de una pausa larguísima.

—Ojo, que eso es contando nada más que el tren, y en rigor un tren —enfatizó el un inclinándose hacia mí con afectación— mirá si hago la cuenta para los colectivos que pasan por acá, y después le sumo los departamentos que tenemos a la vista y los negocios con una o dos empleadas cada uno.

A esa altura del partido pensé que el etílico lo tenía conquistado sin remedio, y que para escuchar alguna coherencia en relación a lo que había amagado decirme, tendría que esperar hasta que durmiese algunas horas. Y capaz —me ilusioné— después de que durmiese ya no le parecería buena idea decirme algo de lo que había amagado contar.

—Se viene el agua Abarca, ¿no te parece que mejor nos vamos?

—Son muchas minas, ¿no? —siguió en la de él.

—Y sí, más bien, siete por cada tipo, eso dicen —encontré algo que aportar en medio de mi intranquilidad.

Abarca hizo la Dillinger de nuevo, se incorporó y, medio tambaleante, enfiló para el baño del local. Se tropezó con el escalón de la puerta, pero pudo conservar la estabilidad. Lucho pasó llevando una pizza fragante a la mesa de al lado y me dí cuenta de que tenía hambre. No obstante, me veía venir que la hora de pagar iba a encontrar a Abarca demasiado desparramado como para echar mano al bolsillo, de manera que me abstuve de pedir algo de comer, limitándome a la última —me prometí— ginebra del día.

—¿Para el hombre también? —preguntó Lucho en un tono que obligaba a decir que sí.

Cuando Abarca volvió del baño, las dos ginebras ya estaban servidas. Bebió un par de sorbos cortos con naturalidad, creo que sin darse cuenta de que las ginebras de antes ya las habíamos terminado.

—Me demoré porque había un tipo meando.

—¿Y con eso?, si el baño tiene dos migitorios. Y además está el inodoro.

—¿Estás loco? En el inodoro de esta inmundicia siempre hay flotando stronzos ajenos, y los dos migitorios están tan cerquita uno del otro, que el de al lado te ve el instrumento a placer.

—¿Y?, ¿te da vergüenza de que sea tan chiquita?

—El tipo tenía pinta de puto, mirá adentro disimuladamente, es ese que está morfando un tostado en la barra.

Me había pedido disimulo, pero él se dio vuelta y señaló agitando el brazo sin ninguna reserva.

—A mí no me parece —diagnostiqué.

—¿Cómo podés saber si vos nunca te volteaste a uno?

Se lo concedí no contestando. Armándome de paciencia, para ver si Abarca volvía sobre el asunto, empiné mi vaso dejando que uno de los trozos de hielo se me deslizara en la boca, y me puse a chuparlo como si fuese un caramelo, hasta que dejé de sentirle gustito a ginebra. Lo deslicé con los labios dentro del vaso, capturé otro y repetí la operación. Por el rabillo del ojo me daba cuenta de que Abarca me miraba con fijeza.

—¿Vos qué sabés si la tengo chiquita? ¿Quién te lo dijo? —me interrogó pegándome un sacudón en el brazo.

Parte de la ginebra que me estaba llevando a la boca se me derramó sobre el pecho. Sentí deseos de golpearlo.

—¿Qué hacés boludo?, ¿para qué tomás si siempre terminás así?

De un solo trago se terminó su bebida y depositó con violencia el vaso sobre la chapa de la mesa, que temblequeó por un instante. Se rió y empezó a sobarme la espalda.

—No hagás papelones —le dije retirándole la mano.

—Podrías haber respondido que me la viste en las duchas del club.

Me sentí harto y sin ganas de seguirle la corriente, en ese momento pensé que era preferible quedarme con la intriga. Además, en cualquier momento se largaba el chaparrón.

—¡Lucho!, cobrate —aproveché que el mozo pasaba llevando unas hamburguesas.

—¿Vos sabías que a Rosa le gustan las violetas?

—Ni idea —le dije lo más calmo que pude sostenerme, claro que lo sabía, algunas mujeres nos cuestan carísimo y no nos dan casi nada, otras en cambio se nos derraman gastando apenas una moneda en unas florcitas de morondanga.

—Mirá cómo son las cosas, un montón de minas y justo…

Abarca llegaba finalmente al punto. Arrastró el justo poniendo cara de melodrama, se interrumpió y empezó a mover la cabeza a izquierda y derecha, como renegando para sí. De pie a nuestro lado, Lucho esperaba que alguno de los dos le pague, porque yo me había quedado con la mano temblando adentro del bolsillo y preguntándome cómo se había enterado.

—Tomá pibe, cobrate contando una vuelta más, la última —En un movimiento inesperado, Abarca sacó un billete grande y lo estiró hacia Lucho, quien lo aferró al vuelo y se hizo humo, simulando no escuchar que yo ya no quería más.

—Acá tenés lo mío y lo del Negro.

—Rosa cobró el sueldo y me acercó oxígeno, be quiet —le agarró un ataque de inglés.

—¿Qué te pasa Abarca?, ¿a qué estás jugando? Hoy te pegó mal en serio —decidí seguir haciéndome el desentendido todo lo que pudiese.

—¿Te parece che? Qué desilusión, creía que andaba en uno de esos estados de lucidez extrema que te hacen ver con claridad cosas normalmente invisibles, o por lo menos translúcidas.

—No me jodás, decime de una vez lo que te anda rondando y terminémosla, ¿un montón de minas y justo qué?, dále, no des más vueltas —cambié de idea pensando ahora que ya que la historia se había estropeado, lo mejor era acabar con la cuestión de una vez por todas.

—Epa, a mí me parece que a vos es al que le pegó mal, decía una pavada, no es para que te pongás así, pensaba nada más que cómo habiendo semejante montón de minas, haya machos andando con putos como aquel de la barra.

Mientras dejaba sobre la mesa las ginebras y el vuelto, la mirada de Lucho viajó veloz hacia dentro del local, pareció que iba a decirnos algo, pero se limitó a guiñarme un ojo y marcharse.

—Me pareció que no era eso lo que decías —indeciso, me puse a pesar de nuevo la conveniencia de que Abarca reculara y no se hablara del asunto.

Me hizo otra vez la Dillinger, asió el vaso de ginebra con ambas manos, lo elevó como si fuera un cáliz durante la consagración y se rió. Para no volarle un bife, me tomé de un solo trago mi medida.

—¿A vos te parece que Rosa está buena?

—Sí, es linda —repliqué cansado y comenzando a creer que Abarca me estaba haciendo el juego del gato y el ratón.

—Ya sé que es linda, yo no te pregunto si es linda, yo te pregunto si a vos —remarcó el vos— te parece que está buena, si está fuerte, si vos —lo remarcó más todavía— te encamarías con ella.

Ahí me dio ganas de contestar como para lastimarlo, pero me arrepentí. Su cara se había puesto del color de la tiza, tragó la ginebra que le quedaba, se ahogó y empezó a toser y a estornudar regando toda la mesa, yo no sabía qué hacer. Cuando se calmó, extrajo un pañuelo de su pantalón y se sonó con fuerza, el cuerpo se le ladeó y temí que cayera de la silla, de modo que me incliné para estar cerca en caso de que hiciese falta sostenerlo.

—Lo que haya pasado entre vos y Rosa —arrancó con imprevista seguridad, aunque enseguida se detuvo y se quedó pensativo— , o lo que esté pasando, —continuó tras una pausa larguísima, mirándome fijo y enarcando las cejas— , para mí pasó y ya está, si desde ahora la cortan y empezamos de nuevo como si no hubiese ocurrido nada.

No había estado jugando, al fin entendía adónde iba, aunque el primer impulso fue hacerme el que no. Me hubiese hecho falta algo más de ginebra aunque sea para tener en que entretener las manos. Abarca había rozado el patetismo más de una vez, pero nunca se había caído del borde. Tras la súplica ronca, pastosa, apenas audible, el gris de sus ojos turbios se clavaron en los míos, dejándome entrever un sufrimiento enquistado desde años, sosteniendo la fe en una solución imposible. No sé si con pena, con culpa, con vergüenza o con qué, mentí una aceptación asintiendo con la cabeza.

—Gracias amigo —me dijo, pero su mirada no cambió en nada, no ví en ella ni un atisbo de satisfacción, ni siquiera esperanza, mucho menos alivio.

Y debí haber sido muy transparente, porque agregó: —Vos quedate tranquilo, yo me las voy a saber arreglar.

Supe que no, que aunque yo cumpliese él no iba a saber arreglárselas. Algún código de barrio boyando por mi conciencia, me inducía a decírselo. No pude. Me paré, le dí un par de palmadas sobre el pecho y, pasándole un brazo sobre sus hombros, lo empecé a arrastrar hacia su casa.

—El sábado Atlanta juega con Platense allá, ¿te prendés?

Soltándose de mí con suavidad, bajó a la calzada caminando de espaldas y mostrándome, con sus brazos estirados y las palmas de las manos abiertas, que no quería que lo acompañase. Una pickup casi lo atropella. Un insulto del conductor se mezcló con su respuesta.

—No, gracias —le escuché decir —el sábado voy a quedarme con Rosa, tengo que dedicarme un poco más a ella.

De pie, inmóvil junto a la mesa, lo ví darse vuelta, terminar de cruzar en dirección al quiosco de flores y comprar un ramito de violetas. Tras perderlo de vista entre las sombras de Humboldt, un relámpago de la tormenta inminente me lo devolvió por un instante.



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©Emilio Bertero

Buenos Aires - Argentina


Ilustración: Imagen libre de la Web.

Edición: Editorial Atrapados por la Imagen
Junio 2025


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domingo, 15 de junio de 2025

" Luces y Sombras " .-

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S/T - Carlos Silva


 

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Recordados siempre....Ana Vaccari

 


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Feliz Día del Padre

 


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DOMINGOS DE CURIOSIDADES. HOY, HISTORIA DEL TEATRO COLÓN

 TEATRO COLÓN DE BUENOS AIRES, UN EDIFICIO QUE HONRA SU HISTORIA



El Teatro Colón de Buenos Aires es una de las salas de ópera más importantes del mundo. Su rico y prestigioso historial y las excepcionales condiciones acústicas y arquitectónicas de su edificio lo colocan al nivel de teatros como, la Scala de Milán, la Ópera de París, la Ópera de Viena, el Covent Garden de Londres y el Metropolitan de Nueva York.

Hoy, en Domingos de Curiosidades, te contamos su historia, y algunas curiosidades que, tal vez, no conocías.




Los orígenes

El Teatro Colón de Buenos Aires tuvo su primera casa en un predio ubicado frente a la Plaza de Mayo con entrada principal por Rivadavia 11. La obra se construyó sobre la base de los planos de Carlos E. Pellegrini, padre de quien sería presidente argentino en 1890. Ornamentada con majestuosas piezas de bronce cincelado, la ópera rioplatense fue la primera sala en utilizar iluminación a gas. Desde las ubicaciones distribuidas en 64 palcos, 441 plateas, 114 tertulias, 240 cazuelas y 250 lunetas paraíso se observaba el escenario más grande construido hasta esa fecha.

El Teatro en Rivadavia 11 se inauguró el 25 de abril de 1857 con una premiere de gala, con la presentación de la ópera “La Traviata”, de Giuseppe Verdi, y cerró sus puertas el 13 de septiembre de 1888 con el estreno de “Otello”, del mismo compositor.





El Teatro en Cerrito 628

El 25 de mayo de 1890 se colocó la piedra fundamental para la construcción del Teatro Colón en su nuevo emplazamiento, dado que la inauguración estaba prevista para antes del 12 de octubre de 1892, por cumplirse 400 años desde la llegada de Colón a América. El terreno, ubicado frente a la Plaza Lavalle, antiguamente albergaba la Estación del Parque, la cabecera del Ferrocarril Oeste de Buenos Aires, cuyo primer viaje, el primero que circuló en la República Argentina, contó entre los privilegiados pasajeros con el primer presidente de la Bolsa, Don Felipe Llavallol.

Sin embargo, finalmente la obra demoró alrededor de 20 años en concretarse. En 1891 al fallecer el arquitecto Francesco Tamburini, autor del proyecto inicial, la obra pasa a manos de su socio y autor del palacio del Congreso Nacional, el arquitecto Víctor Meano, quien a su vez incorpora modificaciones. En 1894, la construcción se estanca por cuestiones financieras; hasta que, en 1904, tras la muerte de Meano, el Gobierno encarga la terminación de la obra al belga Jules Dormal, quien también introdujo modificaciones estructurales al diseño original y dejó definitivamente impreso su sello en el estilo francés de la decoración.

Este ícono de la Ciudad de Buenos Aires se inauguró el 25 de mayo de 1908, durante la presidencia de José Figueroa Alcorta, también con una ópera de Verdi: “Aída”


Algunas curiosidades

Sobre la puntualidad

El presidente Marcelo T. de Alvear fue el encargado de imponer la estricta puntualidad del Colón. Al parecer, Alvear era un asiduo concurrente al teatro. Hasta el año 1926, el público no era demasiado puntual, lo cual disgustaba al Presidente. Entonces, antes de cada función, Alvear se paraba y seguía con la mirada, a través de sus binoculares, a quien haya llegado tarde. Otros espectadores lo imitaron, incomodando a los impuntuales. Y así corrigieron la costumbre.

Los palcos de las viudas

Como toda obra que tiene tantos años de historia y ha visto pasar cambios sociales, culturales y políticos, el Colón guarda en su interior secretos impactantes. Uno de ellos es el de los “palcos de las viudas”, que se encontraban a la altura del foso para la orquesta, es decir más abajo del escenario.

Escondidos detrás de rejillas negras, en una etapa, y de bronce, en otra, estos palcos tenían una protección adicional para evitar miradas indiscretas. ¿Por qué? La explicación es que antiguamente, en las primeras décadas del siglo pasado, las viudas no querían ser vistas mientras estaban de luto.

De modo tal que estos palcos ocultos se utilizaban para resguardar a las mujeres que habían perdido a sus esposos recientemente y, vestidas completamente de negro, concurrían a la sala para disfrutar de un concierto.

También llamados “baignoire” (bañera), estos palcos se ubicaban a cada lado del escenario y estuvieron cerrados durante mucho tiempo. Actualmente son usados por los músicos de la Orquesta Académica del Instituto Superior de Arte. También se usan para guardar partituras e instrumentos.

La cúpula

Originalmente, la cúpula de la sala principal fue pintada por Marcel Jambon, un artista francés. Las pinturas fueron realizadas en su atelier de París y representaban al dios Apolo en un carro tirado por cuatro corceles blancos. Esa pintura se mantuvo hasta los años 1930, cuando filtraciones de humedad la arruinaron. La cúpula se mantuvo sin pintura decorativa hasta mediados de la década de 1960, cuando se decidió agregar una. Se encargó entonces a Raúl Soldi la decoración de la cúpula. Soldi trabajó entre diciembre de 1965 y marzo de 1966. Su obra, compuesta de dieciséis telas que abarcan 320 metros cuadrados, fue realizada en un principio en el piso 11 del Teatro San Martín y colocada en la cúpula del Colón con un andamio de 30 metros. Soldi no pidió ninguna remuneración por su trabajo.


Restauración

Entre 2003 y 2010, el Colón fue restaurado. Trabajaron 1500 personas para recuperar los 60.000 m2 del teatro. El Gobierno porteño invirtió $340 millones en las obras. Y el gran desafío fue preservar la acústica, considerada como una de las mejores del mundo. Había mucho en juego, así que se organizó una función privada, antes de su reapertura al público el 13 de mayo de 2010, para ver si las obras habían salido bien. La restauración había sido un éxito.

Mantenimiento de la imponente araña central

La araña del Teatro Colón es la original del momento de su inauguración, fue construida en Europa a fines del siglo XIX. Pesa 1300 kilos y tiene 735 lámparas.  Tiene dos partes: una fija, amurada al techo, de siete metros y medio de diámetro y otra desplazable, de cinco metros y medio de diámetro y casi cuatro de alto, que constituye su plafón central. Cada año, para su mantenimiento, que incluye la limpieza, la reparación y el cambio de las lámparas ubicadas en 12 tulipas, requiere del trabajo de un equipo especializado de 25 personas. Para eso se la baja, casi treinta metros, con un moderno sistema instalado durante la remodelación de 2010. Desde la restauración conservativa del Teatro, concluida ese año, cuando se modernizó el sistema de descenso e izado de la araña, se repusieron faltantes con nuevas piezas reconstruidas artesanalmente por Juan Carlos Pallarols. También se mantuvo uno de los secretos más preciados que alberga este espacio: el corredor sobre la cúpula que permite ubicar allí a coreutas y músicos y generar voces y sonidos celestiales en las representaciones que busquen este efecto especial.

Finalmente, durante la última hora de este proceso que insume casi medio día, se realiza la prueba de encendido, apagado, enfriado y vuelta a encender, para verificar que todo esté en orden antes del ascenso. También se aprovecha esta oportunidad para el recambio, reparación y limpieza de las lámparas del proscenio, a ambos lados del escenario.


El magnífico edificio del Teatro Colón fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1989, para cuidar para siempre su preservación.

El escenario

La sala principal cumple estrictamente con las normas del teatro clásico italiano y francés. La planta, que está bordeada de palcos hasta el tercer piso, tiene forma herradura.

El escenario posee una inclinación de tres centímetros por metro y tiene 35,25 metros de ancho por 34,50 de profundidad, y 48 metros de altura. Posee, además, un disco giratorio de 20,30 metros de diámetro que puede accionarse para girar en cualquier sentido y cambiar rápidamente los escenas. Además, el foso de la orquesta posee una capacidad para 120 músicos.


La sala

La capacidad de ésta alcanza los 2.490 asientos distribuidos en platea, palcos –baignoire, bajos, balcón y altos–, cazuela, tertulia, galería y paraíso, y sumando los 1.000 lugares para espectadores de pie llega a un aforo de casi 3.500 localidades.



Colón Fábrica

El Teatro Colón es uno de los pocos en el mundo que tiene talleres propios en los que se realizan en forma integral las escenografías, vestuarios (trajes, pelucas y calzados) y efectos especiales para las monumentales puestas en escena. Esos talleres son conocidos como Colón Fábrica, un espacio ubicado en La Boca, Buenos Aires, allí se exhiben las producciones del Teatro Colón, Es un depósito visitable donde se puede conocer el proceso creativo y la realización de las puestas en escena del teatro, además de  apreciar los oficios teatrales que se transmiten de generación en generación; y la gran variedad de elementos que componen una puesta en escena de gran nivel. 


El Teatro Colón continúa vigente no solo como la ópera principal del país, sino como uno de los espacios de más reputación en el mundo.




Idea, investigación y edición: Isa Santoro
Administradora de Atrapados por la Imagen





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sábado, 14 de junio de 2025

La Boca. Argentina.


 

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" Tiempos Modernos " .-

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CINE PARA FOTÓGRAFOS Y ALGO MÁS... - Hoy presentamos: "CONEXIÓN REAL" País de origen: Argentina

 

Corto seleccionado para Cannes


FRANCELLA

 «CONEXIÓN REAL» 

"la necesidad de volver a mirarse a los ojos"

Dirección:

José María Cicala



Elenco:

Guillermo Francella

Nicolás Francella

Producción:

Nicolás Cuño

País de origen:
Argentina

Idioma:
Español


FRANCELLA

 «CONEXIÓN REAL» 


 Padre e hijo se embarcaron en el proyecto de Nicolas Cuño para Key Biscayne “Conexión Real”, un corto que muestra la mala intervención de las tecnologías en las relaciones actuales. Con tanto éxito que, productores italianos, quieren realizar cinco cortos más.

CINE PARA FOTÓGRAFOS Y ALGO MÁS... 


Idea y creación: Laura Jakulis


Fundadora de Atrapados por la Imagen


¡¡Esperamos que disfrutes de este, excelente cortometraje!! 


¡¡Muchas gracias y hasta la próxima!!


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viernes, 13 de junio de 2025

Ángel de cementerio.


 Fotografia imaginada con IA pero editada por mi con Photoshop.

" Tigre " .-

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EL DESTAQUE SEMANAL...

 


Atrapados por la Imagen Presenta . . .


¡Queridos amigos, la administración de Atrapados, felicita a los autores que participan  cada semana con sus maravillosas obras!

¡Presentamos a los destacados de la Semana!



ANA CECILIA VACCARI - VIVIANA GARCÍA - RICKY KIMMICH - SILVIA ELENA LANZA - LUISA AMADOR ROBAYNA 


"El arte no es lo que ves, sino lo que haces ver a los demás."
Edgar Degas
________________________



"Encuentros en Otoño..." 
ANA CECILIA VACCARI






"Domingo a la tarde"
VIVIANA GARCÍA






"La casa y su naturaleza"
RICKY KIMMICH






"Nubes y más nubes"
SILVIA ELENA LANZA





"Cristo. Imagen generada por inteligencia artificial"
LUISA AMADOR ROBAYNA




¡Agradecemos la creatividad, estética y composición de cada una de las obras recibidas!


 Saludos Afectuosos...


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