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lunes, 23 de noviembre de 2020

Editorial Online Presenta: "EDUBERTO" un cuento de Oscar Zaitch.





"Editorial Online de Atrapados por la Imagen, se complace en presentar una nueva entrega del escritor Oscar Zaitch." 

Agradecemos a cada uno de ustedes por sus visitas y valoraciones.

 Afectuosamente

Administración de Atrapados por la Imagen





 EDUBERTO


¿El que nos llovió a todos? Se llamaba Eduberto, Cacho, tal vez lo conociste. Si, nombre raro; parece que los padres fueron a inscribirlo y se agarraron de las mechas sin llegar a un acuerdo con el nombre. Ella quería llamarlo Roberto pero él no transaba sino con Eduardo. Para terminar con el escándalo, el empleado del Registro Civil unificó criterios y así salió Eduberto. 

De pibe, la madre le decía “Bertito”, un diminutivo cercano a su preferencia original, pero inatacable como apócope. Para el resto del mundo fue zafando con Edu. En la escuela, en la secundaria y en la Bombonera siempre fue Edu. Claro que de todos modos la gente se le reía en la cara cuando se presentaba con el nombre completo. Odiaba la vez en que en una reunión alguien le preguntó dónde había conseguido ese nombre, tal vez en una barata, una obvia referencia al carácter extranjero que parecía tener su apelativo. El se chivaba con la regularidad que exigía la frecuencia de los disgustos, pero a la larga el nombre empezó a servirle de excusa.  

O más bien de justificativo, porque decía que entre el nombre que le habían puesto y los disgustos que le daba Boquita en aquellos años, había empezado a escabiar.

Seguro Cacho, mirá si todos los bosteros nos vamos a volver curdas por una mala campaña. No, ya para entonces Eduberto le pegaba al totin con derrotas, con empates, con suspensiones por lluvia, con partidos sin terminar, con triunfos merecidos y hasta con Boca campeón. Podía ser en el Campeonato, en la Copa, en la Supercopa, y también en el basket, todo era cuestión de mamarse. 

Eso si, cuando le daba, sobre todo en la época en que se pasó a la ginebra, no había caso en preguntarle el nombre, ni la menor idea. Porque se fajaba duro, Cacho, había que verlo.  Los domingos de invierno llegaba a la popular a las 11, para ver la tercera, y ya estaba mamado hasta los dientes. Si Boca hacía un gol, el recién festejaba cuando todos se habían sentado, con un alarido lleno de gorgoteos que denunciaban su estado. Mejor no te fuera a encarar cuando gritaba porque su aliento etílico te podía dejar en coma.

Claro que era muy bostero, el Eduberto.  Tanto, como también era choborra, Si hubiera un termómetro para medir bostosidad, seguro que con Edu se  derramaba el mercurio por arriba; y si algún aparato de esos que miden radioactividad sirviera para detectar alcohol, al acercarlo al ídolo en vez de tic tic habría hecho crjjjjj. ¿Me entendés, Cacho?

Te voy a decir más: fueron esas dos especialidades de Eduberto las que lo llevaron a hacer testamento, y explican lo que decidió testar. 

Por un lado, la dieta líquida lo iba carcomiendo con regularidad. Se hizo asiduo del Hospital Italiano, donde una vez al mes engrosaba el record de no haber entrado jamás caminando. En la guardia, su atención se volvió rutinaria y hasta los camilleros conocían de memoria su historia clínica. Llegaron a decirle que los trapos rejilla usados para la limpieza de la guardia estaban en mejor condición que su hígado.

Pensá Cacho que Eduberto se la veía venir; entonces hizo testamento. Algo nunca visto en su familia, de condición sencilla sin posesiones ni fortuna. Claro que nadie se enteró hasta el final. Por un tiempo permaneció en secreto, en poder del escribano. El tiempo que demoró en espichar, unos cuatro delirium tremens, con sendas internaciones más, durante las cuales la que corría atrás de la pelota, como siempre,  era su hija –una rubia bastante vistosa que vivía renegando por  los desmoronamientos de Eduberto, y que se hizo famosa por las puteadas que estrenó al salir de la lectura de la última voluntad de su padre.

Porque eso, la última voluntad, fue lo único que ligó: nada de inmuebles, acciones o alhajas. Ni hablar de dinero. El deseo final de Eduberto, que sólo descansaría en paz y en el lugar apropiado si su indicación se cumplía cuidadosamente.

Mariana, que así se llama la hija, no se animó a ignorar el testamento, aunque ganas le sobraron. Decía que con esas cosas no se jode. Se puso en campaña de inmediato, pero tuvo grandes dificultades. La Comisión Directiva de Boca le informó, unas semanas después, que lo Eduberto no iba a andar. Lo discutieron mucho y la conclusión resultó en una negativa. No se podía hacer porque iba a traer yeta. Además, desde lo legal resultaba también inviable porque no se permite pasar con helicópteros por encima de la cancha, mucho menos durante un Boca –River.

Todo apuntó a que no se pudiera hacer, pero Mariana decidió seguir adelante sin el apoyo del club. Para el siguiente Boca-River ya no había entradas; como  no quiso esperar un año, Mariana arregló todo para un mes después, cuando tocaría jugar  con San Lorenzo.

Claro que no iba a ser lo mismo, Cacho, pero Mariana ya estaba repodrida y quería terminar con el asunto. Así que compró entradas y convocó a la familia. Cinco o seis parientes, incluído el primo Carlín, uno que patea para el otro lado, que aceptó a desgano porque nunca había ido a la cancha. 

La rubia repartió el material, dio las instrucciones a todos, de modo que el domingo del clásico al empezar el partido la parentela estaba instalada en la popular en distintos sitios. Carlín en primera fila “así tengo a toda esa guasada mirándome la popa”. A los ocho minutos vino el gol de Boca, y tal como estaba arreglado, cada uno sacó la cajita con las cenizas del Eduberto y las desparramó por el aire. 

Poco fue lo que cayó en el campo de juego, tal vez lo de Carlín. El resto, Cacho, nos llovió  a todos; un hincha molesto preguntó a un tío, mientras se sacudía, qué mierda era eso de las cenizas. El hombre zafó hablando “de una promesa en un asadito”, y todo fue bien porque Boca estaba ganando.

Ganando. Ya se, Cacho, que después los cuervos nos hicieron cuatro. No rompás con lo de la yeta. Por lo menos, se cumplió con la voluntad del Edu.





5 comentarios:

  1. Un relato que describe, sentimientos, pasiones y costumbres argentinas, con metáforas que destacan, esas cosas simples que aportan valor a la vida, y perduran para siempre. Felicitaciones Oscar, Muchas gracias por esta nueva entrega!! Éxitos amigo!!

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  2. Eduberto, su nombre fue resultado de una falta de acuerdo inicial que continuó cuando él tuvo que acordar con la vida. Solo hubo acordó a la hora de concretar su legado.
    Con un tono guasón que va de la mano el infortunio, Oscar Zaitch sabe mostrar el drama de Eduberto. Felicitaciones!

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  3. Muchas gracias por tus amables palabras. La historia me fue contada por Mariana –buena amiga-y la transcribí sin mayores desviaciones. De todos modos, me parece interesante señalar que siempre, aún en el uso de la primera persona, hay distancia entre el autor y el narrador. Saramago se ha ocupado de esto muy extensamente. En este caso, el narrador es un personaje y el “tono guasón” es de él y no del autor. Yo me resisto a caracterizar de ese modo al lenguaje de la inmensa mayoría de nuestros compatriotas…

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  4. Estimado Oscar Zaitch, paso e enumerar algunos de los sinónimos de guasón: chistoso, gracioso, agudo, divertido, chispeante y podríamos seguir con muchos más, en ningún caso agraviantes o descalificadores, condición que va de la mano del infortunio.
    El narrador de manera excelente se vale estas dos situaciones, no para agraviar, si no para describir una desafortunada vida.
    Los lectores, ya lo sabrá usted nos adueñamos del cuento; creo haberlo hecho con el respeto y admiración que me merece su obra, si su interpretación es otra, ruego me disculpe. Marta Puey

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    1. La lista es acertada y aunque puede continuar con la serie de despectivos coloquiales que se aproximan al hoy y aquí de la palabreja, incluyendo la del villano de Gotham, nada de ello invalida la soberanía de la interpretación del lector. Por lo tanto no he percibido menoscabo ni ofensa alguna en quien además tuvo la amabilidad de expresarse. Pienso que la Literatura exige la multiplicidad de lecturas como condición para existir, de modo que solo veo en este diálogo un interesante intercambio entre dos personas que leen. Con simpatía,
      Oscar

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