MARIO KELMAN
"Crónica de hechos poco conocidos. 3"
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Fotografía: Laura Jakulis |
"Crónica de hechos poco conocidos 3"
Por Mario Kelman
Una tarde de cenizas tiñe de gris el aire.
El gris trasunta el ánimo afectado por la pérdida que pone de manifiesto la visita obligada a la casa velatoria.
El ingreso impecable, con puertas que se abren y se cierran automáticamente al paso, como no queriendo agregar esfuerzo al pesar.
Empleados vestidos de etiqueta, serios y corteses, prestos a colaborar y proporcionar información requerida por el transeúnte ocasional.
Los ascensores amplios cumplen su tarea con la misma sobriedad, llevando y trayendo gentes que comparten ese momento en circunspección. Sin embargo a medio camino, una voz interrogativa rompe el silencio de ceremonial.
- ¿Se acuerda de mí?
Un hombre joven, elegante, de mirada clara y gestos amables, subraya su dicho con una apenas esbozada sonrisa.
La pregunta a boca de jarro, dispara una profusión de imágenes, una sucesión de rostros; para identificar una respuesta. La búsqueda se ve nuevamente interrumpida por la segunda frase.
- Pasé un momento difícil que me llevó al Hospital, acompañado por familiares que pidieron mi declaración de insanía y una internación de por vida, para despojarme de derechos y de propiedades. Su intervención lo impidió.
Lentamente un recuerdo se abrió paso hasta hacer reconocible la situación, junto a la pregunta por el presunto olvido previo. Prontamente, la pregunta vira y se transforma.
- ¿Por qué habría de haber recuerdo saliente?
Evidentemente el hecho se inscribe como una situación usual e irrelevante, a partir de que no puede haber sido de otra manera, y se integra a una existencia naturalizada.
Esto es así.
Lamentablemente, tanto la petición de algunos familiares como la intervención a modo de respuesta inalterada; han constituido una escena tristemente repetida en el paisaje habitual.
Qué lugar tan particular.
En el Hospital conviven gestos nobles, dignos y hasta heroicos; con la mayor denigración y miserabilidad humana. El paso del tiempo allí, transforma inevitablemente la naturaleza de las personas que deambulan, trabajan y conviven. Algunos mantienen y aumentan su sensibilidad; y otros, paradojalmente endurecen la suya. Al punto de ni siquiera acusar la presencia de semejantes o dar su saludo al paso a los internos, ya recluidos en el silencio impuesto, devenidos una columna o una maceta más del solitario patio. Un saludo de buen día, constituye un umbral de apertura al encuentro y reconocimiento del otro, así alojado en una común dimensión humana. Con el saludo negado, no sólo cae la humanidad del paciente, sino también la propia.
Lugar que ocasionalmente se constituye en un escenario extremo de hechos traumáticos que conmueven. Los relatos que atraviesan las épocas, hablan de detenidos-desaparecidos en la Dictadura argentina, blanqueados como internos psiquiátricos, sensiblemente deteriorados y moribundos.
También ha resultado una caja de resonancia de cada crisis social, particularmente la Argentina de 2001.
Oleadas de gentes acuden en busca de ayuda ante el extravío. Muchos de ellos, ausentes y anónimos con la mirada desorbitada, recorriendo pasillos en estado de estupefacción, desorientados y con palabras balbuceantes, sin dirección alguna. Llama la atención que no se trata de la gente que habitualmente concurre al Hospital. En el 2001 llegan gentes con vestimentas y atavíos costosos, algunos bajando de sus autos de clase media y clase media empobrecida.
El Hospital pasa a ser un gran comedor, al que muchos acuden en busca de un plato de alimentos. La solidaridad se organiza, da lugar y responde con máximo esfuerzo hasta la imposibilidad.
Pacientes de alta y en condiciones de externar, permanecen rehenes por no contar siquiera adónde ir. Y muchísimos otros, en pobreza extrema, ni siquiera cuentan con medios para llegar y pedir ayuda, ante el abismo próximo.
El padecimiento borra sus límites con la pobreza y el sufrimiento se amalgama en un trágico declive.
Historias de Hospital, que mientras circulan, perviven.
Hombre entrado en años, atestiguados por sus cabellos canos, aún frondosos y con algunas ondas alargadas y suaves, no sin algunos remolinos de amortiguada rebeldía.
Ojos francos y claros, nariz recta y proporcionada, y labios apretados pero siempre anunciando una sonrisa pronta a manifestarse.
Sus gestos fuertes pero cansinos, reflejan su tranquilidad interior inalterable, siempre en movimiento encontrando un quehacer, ocupado en tareas simples y cotidianas.
No obstante, portaba un enigma.
Nadie sabía por qué estaba en el Hospital, ni por qué no quería irse, a pesar de que ningún diagnóstico ni sesuda presunción científica impedía su externación.
Con el tiempo, se borra la historia singular, particularmente cuando nadie escucha aunque oiga, restando una presencia muda.
Escuchemos.
Hombre de campo, peón rural siempre dócil y trabajador, nunca reconocido ni bien pago. Pero hay un día, un día diferente de las jornadas monótonas y de labor opresiva de sol a sol. Un día para decir “no al yugo”.
Un “no” que produce asombro, al punto de sorprender y dejar absorto al interlocutor. Un “no” que no puede ser considerado respuesta, porque desafía el orden natural, inconcebible, inaceptable, contra natura.
Ante la insistente repetición de la orden, elevando la voz y al borde del gesto cruel; el hombre escucha inmutable, pero no responde ni obedece.
Lentamente se incorpora, y con paso lento pero decidido, se aproxima a una parva de heno y enciende un fuego que la consume rápidamente.
El patrón, extrañado, sostiene el sombrero con la mano apoyada en su frente y rasca su cabeza con la otra mano; frunce el ceño en signo del desconcierto hasta que su rostro se ilumina. Al fin ha comprendido.
Al día siguiente, viajan juntos en auto hasta la ciudad, haciendo una huella en el polvoriento camino, abriendo una brecha en el aire espesado por vahos de calor y humedad.
Al fin llega al Hospital y conduce a su peón a la sala de guardia con paso decidido y seguro. Se felicitaba de haber entendido lo ocurrido.
El hombre ha enloquecido y necesita ayuda.
El patrón deja atrás esta historia, el peón en el Hospital, y emprende el regreso a su casa; satisfecho y feliz de haber auxiliado a su peón que al fin y al cabo, es su responsabilidad. Una ayuda que ya lleva más de treinta años de internación resignada en el Hospital, cayendo el motivo de la misma en un olvido profundo.
Mientras, en la estancia y a la sombre de la galería de la casona, las comadres comparten el té ritual de la tarde, respirando el mismo aire caliente y húmedo, con la vista fija en el horizonte. Un comentario a media voz, expresa el enojo ante el espectáculo de gentes de tez morena arremolinados en las calles; rebelados y protestando por las injusticias del mundo.
Confiesa el horror y el rechazo indignado que le despiertan esas imágenes; a la vez que, con infinita nostalgia recuerda su relación con los pobres de la estancia, siempre muy afectuosa. Rememora las cenas de Navidad, cuando comparten respetuosamente la mesa cada año. Ellos ataviados con ropas modestas, opacas, remendadas y limpias; constituyendo una pobreza aceptable.
Llevada por un rapto de indignación y remembranzas, se pone de pié al lado de la mesa y elevando su voz afirma, mordiendo cada palabra.
- Son pobres, sí. Pero una pobreza digna y limpia. Son pobres, pero son “nuestros pobres”
El ascensor de la casa mortuoria llega al piso marcado, la puerta se abre invitando a salir al amplio hall que da ingreso a las diversas salas.
El breve encuentro finaliza y los caminos vuelven a bifurcarse.
El hombre gentil, desliza a modo de susurro y despedida, un sentido agradecimiento.
¿Había algo allí para agradecer?
No obstante, se produce un momento de emoción compartida que suscita el espacio “entre”, el espacio de la ética del acto, “eso” que allí hizo acontecimiento.
Surge la pregunta por las innumerables oportunidades en que se intersectan los recorridos en el espacio social, en encuentros fugaces, contingentes, imprevistos o sostenidos; y ponen a prueba la responsabilidad subjetiva de cada uno.
Laura Jakulis |
Mario Kelman
Rosario - Argentina
por sus visitas y valoraciones.
Afectuosamente:Administración de Atrapados por la Imagen.
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Querido amigo, tu relato nos lleva de la mano, a recorrer diferentes instancias vivídas en nuestro país, el rescate de la memoria es excelente!!! "Crónica de hechos poco conocidos 3" nos habla de lo humano! leí, me emocioné, y como siempre sucede, me quedo reflexionando!!! gracias Mario por compartir tu obra, y depositar confianza en Atrapados!!!!! miles de abrazos y éxitos totales!!!
ResponderBorrarRetribuyo agradecimiento por la calidad de las ilustraciones que acompañan la publicación.
BorrarUn relato que sin dudas no lleva a la reflexión, con experiencias vigentes, que se ajustan a todas las épocas incluso a eventos cotidianos que a veces pasan desapercibidos, la historia se repite camuflada en sucesos diferentes, y en definitiva como bien lo decís al final, la vida es lo que cada uno hace con ella. Felicitaciones y muchos éxitos, Mario!! Gracias por confiar en Atrapados!!
ResponderBorrarGracias Luisiana por el comentario. Efectivamente, en ocasiones un detalle de lo cotidiano revela el nervio de la repetición de la historia.
BorrarMario, te deseo éxito con este nuevo relato. !!! Lograda fotografía de Laura acompañan tus palabras. Gracias por confiar en Atrapados.
ResponderBorrarGracias Tesi. Y gracias a "Atrapados por la imagen" por hacer lugar a mis crónicas.
BorrarSe llega a recorrer la vida,, con un espacio asignado vaya a saber por quién, y luego a recorrerlo con reglas establecidas y son otra opción que avanzar como se puede.
ResponderBorrarReligiones, revoluciones va por detrás de formas que nos prometen superar el dolor y alcanzar la felicidad.
No, no ocurre.
Mario Kelman, borda minuciosamente la realidad humana.
Gracias Marta. Que hermosa formulación "ir por detrás de formas que prometen...no ocurre" . Quizás convenga ponerla en diálogo con otro verso ya popularizado "...se hace camino al andar". No hay camino preexistente ni promesas y garantías. Apostar asumiendo el riesgo de vivir
ResponderBorrarSí, Mario, "se hace camino al andar"...
BorrarMario, me gustó mucho porque pone luz a realidades recurrentes, poco o nada conocidas: la del joven internado injustamente por insania, la del peón que se rebela y no tiene dónde ir, la de los afectados del 2001.
ResponderBorrarEscrito con tu identificable estilo, cargado de humanidad, con el ojo de un Bergman para enriquecer con detalles el relato, con la serenidad de un profesional para describir identidades y situaciones emocionales.
Gracias por la nueva entrega!
Gracias a vos por tu lectura. Abrazo.
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