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lunes, 6 de mayo de 2024

©EDITORIAL ATRAPADOS POR LA IMAGEN PRESENTA: "JACINTA Y LA NIEBLA"



Cuentos y Relatos presenta a..


Marta Puey


"Artista de Atrapados por la Imagen"

en...


"Jacinta y la Niebla"


Cuento perteneciente a su libro: 


"Casiveinte" 

Reedición de:

Editorial Atrapados por la Imagen


RL-2022-18030193-APN-DNDA#MJ

REGISTRO DE:

EDITORIAL ATRAPADOS POR LA IMAGEN



Editorial Atrapados por la Imagen, es un espacio gratuito dedicado a difundir...
 
¡El arte de todos!



PH: Marta Puey



"JACINTA Y LA NIEBLA"


Mi padre, mi hermano y yo, habíamos viajado en un desvencijado colectivo hasta llegar a un pueblo de casas bajas. Caminamos unas cuadras y nos detuvimos frente a una puerta de madera de dos hojas; a la derecha tenía un llamador con forma de mano; con él mi padre dio tres golpes. Así nos anunciamos en la casa de unos tíos que solo conocía por comentarios de mi madre. Se entreabrió una de las hojas, asomó una mujer y mi padre preguntó: 

-¿Se encuentran los patrones? 

La mujer nos recorrió con la mirada y contestó con otra pregunta: 

-¿De parte de quien?

-Dígale a la señora que soy el padre de la Jacinta. 

La mujer cerró la puerta. Pasó poco tiempo cuando volvió a abrirse; apareció otra mujer, robusta, que nos miró a los tres y deteniéndose en mi padre preguntó: 

-¿Qué te trae por aquí?

-Te traigo a la Jacinta, ya tiene trece años, y… vos sabés,  una mujer siempre es complicada; con el chico me quedo yo, ya es grande y me puede ayudar.

-Está bien, dejala. 

Mi padre, le entregó un pequeño bolso, apoyó su mano en mi espalda y me impulsó; entré por el zaguán que daba a un patio cerrado. Cuando me di vuelta ya no estaban, escuché como la puerta se cerraba con el ruido de su peso. No los volví a ver nunca más.

Así empezó mi vida en esa casa que resultó ser de una hermana de mi madre. Ella, el marido y sus hijos, esa noche se sentaron a la mesa que me dejaron compartir. Mis primos eran: un varón y una mujer. Mi tía, las pocas veces que se refería a mi madre, lo hacía culpándola de una muerte que se la había llevado temprano, abandonándome a la suerte de ser aceptada en su casa. El marido de mi tía una noche entró a mi pieza, me apretó, me tapó la boca, me empujó. Cuando mi cuerpo quedó flojo y marchito sobre la cama escuché como salió del cuarto arrimando la puerta silenciosamente; no fue la única vez. Otro día se murió.

Al poco tiempo la economía de la familia se fue reduciendo. Un casamiento de conveniencia hizo que mi prima se fuera a vivir a otra provincia; mi primo emigró a la Capital y yo ocupé el lugar de la mujer que nos abrió la puerta el día que mi padre dio tres golpes con el llamador. 

En la casa quedamos mi tía y yo, consumiendo los días, los meses y los años; ella gozando de la comida que engrosó su figura hasta impedirle caminar, yo, con la rutina de los quehaceres domésticos y al cuidado de ella postrada en la cama. 

Una bisagra desprendida de la madera del postigo dibuja la hendija por la que se cuela un rayo de luz; hace foco en medio de mi cara y me despierta sobre el colchón flaco. Duermo en el cuarto de al lado de la cocina; en invierno frío y húmedo, en verano caluroso y mal ventilado. Me siento en el borde del camastro, me froto la cara con las manos, busco las alpargatas, las sacudo, vaya que algún bicho haya hecho nido en ellas por la noche, las calzo. Me miro en el pedazo de espejo colgado en la pared; está sostenido por un alambre que lo enrosca y lo sujeta; como los brazos de mi primo cuando me abrazó para despedirse. Me corro para acá y para allá y alcanzo a verme toda la cara y hasta el pelo desde la frente hasta los hombros. 

Recuerdo el sueño que se repite por las noches, cada vez más seguido…  el bote avanza lentamente en medio de la niebla que, pegajosa, lo envuelve. El chasquido de los remos es el único sonido. Un último chasquido, los remos caen, la niebla comienza a borrarse alrededor del bote, dejando ver como flotan en el agua dos manos atrapadas a ellos, huesudas, lastimadas, que ya no tienen cuerpo. El celaje se va corriendo hasta descubrir por completo la gruesa figura sentada en medio de la barca. No hay lugar para nadie más. La figura va creciendo, se escucha el crujido de las maderas que se abren hasta saltar en pedazos astillados, quedan flotando; envuelta en la niebla se alza sobre el agua y sigue avanzando. Río abajo la corriente arrastra los remos con las manos aún prendidas a ellos… 

Tomo la ropa del respaldo de la silla que hace las veces de mesa de luz, me visto, salgo, me lavo la cara en la pileta del patio; el agua fresca me despabila y vuelvo a entrar, me peino y veo algunas hebras blancas que asoman; peino tirante, bien tirante el pelo y hago un rodete en la nuca. Voy a la cocina, abro las ventanas de par en par, de la jarra de leche vuelco en un jarro la cantidad necesaria para calentar junto al café. 

El silencio se rompe con el llamado de todas las mañanas: 

-¡Jacinta! 

-Ya va -, respondo; en la bandeja acomodo el pocillo, la azucarera, las rodajas de pan negro y el vaso de agua. Las pastillas las tiene ella en el cajón de su mesita de luz. Mitad café, mitad leche, tomo la bandeja con las dos manos, voy al dormitorio, golpeo la puerta entreabierta, empujo con la rodilla y entro. El vaho es espeso, acre; los hedores se acumulan noche a noche esperando a que se abra la puerta para huir. Corro las pesadas cortinas y sé que los postigos apenas deben ser entreabiertos. Acostada en la cama con baldaquín, ordena: 

-Alcanzame los almohadones, ayudame -le ofrezco el brazo, se toma de él, hago fuerza, se incorpora y se los coloco detrás de la espalda; la cama cruje, despliego las patas de la bandeja y la apoyo en un regazo ganado por el vientre. El cuerpo fofo queda hundido en almohadones y dos colchones que desbordan la pesada cama: 

-Andate -, me ordena, salgo y cierro la puerta detrás mío. 

Hace años que cuatro veces por día ella come, solo come. Más de cuatro veces al día reclama, con voz ronca: 

-¡Jacinta!

Es medianoche, ya estoy acostada; por la hendija del postigo, ahora se cuela el resplandor de la luna que crece a punto de hacerse nueva; con su fuerza disipará la niebla. Un chasquido rompe el silencio de la casa; me levanto. Sin llamar entro al cuarto de ella; la cama ha cedido, las maderas resecas y astilladas rodean los colchones que la soportan. Tiene los ojos cerrados. 

©Marta Puey

Abril de 2017.



Fotografía : Marta Puey

Diseño de Tapa : Laura Jakulis      



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Afectuosamente...


Administración de Atrapados por la Imagen.

Isa santoro - Liliana Gauna - Laura Jakulis


Licencia Creative Commons
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9 comentarios:

  1. "La Jacinta" de Marta Puey, es el fiel retrato vivo de tantísimas Jacintas, que abandonadas a su suerte, por el solo hecho de haber nacido mujer, y donde su único destino es el de la servidumbre, sin opciones, ni elección, su libertad depende exclusivamente, de la desaparición física de sus "cuidadores" involuntarios... ¡Querida Marta, ¡tu cuento despertó en mí, el recuerdo de tantas historias contadas por mi mamá, de cuando ella era pequeña, y donde pudo entablar amistad con alguna "Jacinta" del lugar, sin que nadie se enterase!!! ¡Gracias por tus letras mágicas, donde la realidad se convierte en historia!! ¡Felicitaciones querida amiga!!! vamos por más!!!

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    1. Gracias Laura, "La Jacinta"tiene la mision de despertar aquienes duermen ignorando realidades. .
      Quizás logre algo

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  2. Marta, siempre es un placer tan grande leerte. Este cuento es tan maravilloso como desgarrador. La vida de Jacinta es tan terrible como real; es más, aún hoy, en el siglo XXI, sigue habiendo ese tipo de esclavitud, aunque parezca mentira, tal vez, por eso, me conmueve tanto y, hasta te diría que no es necesario irse muy lejos para verlo. Felicitaciones, querida amiga. Cuando un escritor logra que, el lector sienta vívidamente la historia, que quede inmerso en ella, a mi entender, ha logrado traspasar las letras de una hoja, para grabarlas en el corazón!! Nunca dejes de grabar tus palabras en mi corazón! Es realmente placentero!! Abrazo enorme!!!

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    1. Gracias querida Isa. Sí, es una de las tantas formas de la violencia.

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  3. Creo que conocí a Marta Puey escritora, años atrás, leyendo Jacinta, de su libro Casi Veinte. Su estilo me cautivó. Contar una historia dura con igual dureza, sin perder elegancia es muy difícil. Los otros cuentos de esa colección son imperdibles, pero Jacinta queda inolvidable. Se me hiela la sangre con la escena inicial del relato. Me provocan arcadas el hedor de la habitación y su inhumana habitante...Como lector solicito que publiquen los otros cuentos del libro.

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  4. hermoso cuento, realice hace un tiempo un diseño , placer leerlo nuevamente!! (osmo)

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    1. Recuerdo tu maestria y está registrada. Gracias!

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  5. Ay Marta! Qué maestría mostrás en este cuento (como siempre), me adentré a la escena y viví cada instante, dolor, soledad, injusticia, hedores, luces, todo. Amiga, magnífico relato, y gracias a Atrapados por tenernos y poder compartir este arte de la Puey!!!!!

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    1. A vos querida Susi, por tu tiempo, por tu pasión.

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