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martes, 3 de mayo de 2016

Raquel Forner: una narrativa plástica de dramática intensidad



Nació en Buenos Aires el 22 de abril de 1902, de padres españoles. A los doce años realiza un primer viaje a la tierra de sus mayores, donde queda deslumbrada por el mundo del arte. De esa época son sus primeros dibujos. De regreso a Buenos Aires estudia en la Academia Nacional de Bellas Artes, de donde egresa como Profesora de Dibujo en 1922, época en la que pinta el óleo Barcas. Un año antes de que la revista El Hogar ya la mencione entre las futuras graduadas de la Escuela de Bellas Artes.


Se presenta por primera vez en el Salón Nacional en 1924, obteniendo el Tercer Premio. La crítica de la época le da gran difusión: Fray Mocho, Atlántida, Revista América, La Prensa, Plus Ultra, Martín Fierro, La Vanguardia destacan su temprana personalidad y la fuerza expresiva de su obra.

En su vida artística evolucionó del naturalismo a un expresionismo muy personal. Perteneciente al movimiento Grupo Florida ganó entre otros premios la medalla de oro en la Exposición Internacional de París en 1937.

Forner comenzó su carrera como artista plástica en el clima de ebullición y reconstrucción de la década del veinte, en los primeros años del período de entre guerras. Entonces la novedad ganaba terreno en distintos frentes dentro del campo cultural. También operó activamente en el ámbito de las artes plásticas en Buenos Aires, el que hacia los años 20 transitaba por un proceso de consolidación creciente, a la vez que comenzaba a experimentar las tensiones que supuso el impacto de la modernidad y la emergencia del “arte nuevo”.

Desde las páginas de los diarios, las palabras “arte moderno”, “vanguardia”, “nueva sensibilidad”, “joven generación” eran frecuentes. Los ecos de las exposiciones europeas llegaban a través de corresponsales especializados, que trasladaron los centros europeos a la prensa local. El viaje a Europa constituìa entonces una instancia necesaria para los jóvenes artistas. Forner no fue una excepción: España, Italia y el Marruecos español fueron sus recorridos, Francia, concretamente París, su lugar de asentamiento (1929-1931).

Ya en 1928 la prensa porteña, a partir de su presentación en el Salón Nacional de Bellas Artes señalaba: “Forner es una artista atenta al ritmo de la época, se define con netos perfiles en el grupo de vanguardia […] expresa su realidad que no supone reinterpretación literaria del mundo de referencia, sino apoyo consciente en las cosas sensibles”.

A su regreso en 1931, encontró en Buenos Aires un ambiente de afirmación del espacio para las artes y dentro de él un sitio para el “arte nuevo”. En el transcurso de la década del veinte y avanzando sobre la del treinta, habían ido sumándose las exposiciones de artistas argentinos y extranjeros representativas de las nuevas tendencias.

Buenos Aires se había convertido, en pocos años, en un fructífero campo de batalla entre lo que se reconocía como la estética consagrada – la de un naturalismo decimonónico heredero del impresionismo y de la pintura regional española– y las nuevas propuestas plásticas signadas –más allá de sus variaciones– por otra comprensión de la forma, por una figuración en la que se revisan, desde una mirada moderna, las enseñanzas clásicas y las propuestas cezannianas junto a las experiencias de la primera vanguardia.

Por otra parte hacia la década de los 30, la realidad nacional e internacional que iba inundando el panorama de artistas e intelectuales invadió también el horizonte mental de Raquel Forner: la guerra civil y la Segunda Guerra Mundial la llevaron a observar el paisaje caótico del mundo y a operar un viraje hacia el compromiso con la actualidad. Se identificó con las luchas que encarnó el Frente Popular –la internacional antifascista– y dio un nuevo rumbo a su obra construyendo una iconografía fuertemente expresiva centrada en la imagen de la mujer como protagonista. El sentido dramático tiñe su obra en esos años. En 1937 comienza su Serie de España, en 1939 la del Drama, que tendrá continuidad hasta 1946, año en que inicia la serie Las rocas.

La Serie de España y El drama están atravesadas por lo patético instalado en un paisaje trágico y violento que desgarra a los personajes. En las obras de Forner de las décadas del treinta y cuarenta el color cede lugar a los contrastes de valores y la intensidad dramática reside en la producción de paisajes y figuras desgarradores. Confusos paisajes ensombrecidos con la densidad atmosférica posterior a una explosión. La tierra, los árboles, los vestigios de arquitecturas y de seres humanos construyen esas vistas del horror: escenarios que constituyen una síntesis densa entre los paisajes exteriores de la devastación y los paisajes interiores de la desolación, la desesperanza y el desconcierto del hombre o más precisamente de la mujer, a partir del subrayado que hace la artista, frente a un mundo enajenado.

La obra de 1942 El drama se presenta como una síntesis de varias otras piezas que integran la saga del dolor humano contemporáneo. Una serie de dibujos preliminares, sencillos y monumentales dan paso a este trabajo complejo sobrepoblado de personajes y elementos que, en conjunto, buscan un sentido narrativo que no permita la duda sobre la posición que se está sosteniendo frente al drama de la guerra. Varias mujeres protagonizan el primer plano. La propia imagen aparece quebrada en el retrato que está abandonado en el suelo con otros elementos como el globo terráqueo, un conjunto de papeles y una mano con la llaga de Cristo. Hacia el interior del plano, el panorama es desolador: cuerpos consumidos, la humanidad encarnada en la muerte, árboles quemados, tierras yermas y la atmósfera que se respira después de un bombardeo rodean la escena. Toda una declaración de principios planteada con la vocación de un “nunca más”.




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