Editorial Atrapados por la Imagen presenta: Marta Leonor Puey - "EL CABECEO"

Relato Inédito 

DE MARTA LEONOR PUEY

EL CABECEO

Ilustrado gentilmente por Pedro Pablo Lilli.

Registro de Atrapados por la Imagen -RL-2022-18030193-APN-DNDA#MJ

Editorial Atrapados por la Imagen, es un espacio gratuito dedicado a difundir: 

¡El arte de todos!

Hoy Presentamos: 

EL CABECEO

Autora: Marta Puey

¡¡Felicitaciones Marta, Pablo por este hermoso trabajo en equipo!!

Agradecemos a todos nuestros amigos, lectores y seguidores, por sus visitas y valoraciones.

Afectuosamente.

Administración de Atrapados por la Imagen.

 EL CABECEO

PH Pedro Pablo Lilli

Pasaban por allí el negro Navarro y el flaco Carranza, una de las tantas noches en las que

compartieron escabullidos recuerdos de los que la vieja memoria emperifolla con anexos que les

alimentaba el ego personal. El Allí, es el espacio de lo que quedó, esbozo de aquel patio donde

décadas atrás los sábados a la tardecita se encendían el gramófono (1) y las lamparitas de luz

suficiente para todos, sí todos con “o”, porque la diversidad militaba de manera furtiva en ese

patio que genera la confusion entre las chicas del barrio y la simulada gravedad en el gesto de las

madres evaluando a los varones que invitaban a bailar. Y sigo con el negro Navarro y el flaco

Carranza.

-¡Negro fíjate lo que hicieron con la pista!, la llenaron de canto rodado.

-Y seguro que la taparon porque se les llenó de yuyos – dijo el Negro con pesar, y agregó -

¿vos te acordás?

-¿De qué? -pregunta el Flaco apoyado en la muleta.

-Bueno… vos porque nunca bailabas–aclara cuidadoso tratando de no ofender a su mejor

amigo, rengo de nacimiento -, pero yo levantaba la polvareda.

-Yo atendía la cantina que estaba en la puerta del costado, la puerta del medio era el

zaguán que desembocaba en el patio del inquilinato don Genaro –corta con un suspiro el Flaco.

-¿Te acordás de la Rosita? – sigue evocando el negro -le sobraban cabeceos, ella iba con

una amiga y se sentaban solas.

-Me acuerdo que todo el alrededor de la pista se llenó. La amiga, fulera como ella sola,

jugaba de premio consuelo, pero se divertía más. –dice el Flaco reacomodándose en la muleta que

le hizo crecer el hombro.

-En la primera fila de mesas tenías para elegir –recuerda el Negro en voz alta– en última,

la de atras del todo, las guardabosques.

- Sí, ¡no me hablés! ¡Terribles las jovatas! Aunque alguna, así como me ves... ¡bueno!

El Negro en su abstracción lo mira y agrega - las madres, que no te sacaban los ojos de

encima, pero la Rosita acaparaba todos los cabeceos y tenías que estar ahí…, atento para trabar el

radar de su mirada porque lo que le sobraba eran cabeceos, yo siempre me ponía al costado para

retener el retorno de su mirada y ahí me entornaba los ojos, yo, ganador caminaba hacia ella; se

levantaba, le enlazaba la cintura, ella mimosa escondía la cara en mi hombro, todo era una caricia

¡éramos uno bailando Flaco, éramos uno solo!

El Flaco cambió de tema -Yo recuerdo el reflejo amarillento de las lamparitas, lo vi

detrás del mostrador, como un cuadro enmarcado por la puerta; le daban un color especial a todo,

hasta la música sonaba diferente –reflexiona melancólico -ahora dicen que ponen un globo con

espejitos colgados del techo, que da vueltas y vueltas repitiendo lucecitas y todos levantan los

brazos, gritan, saltan, se acercan a la barra, porque les hablás de mostrador y nadie te lo entiende,

y toman una agüita que los pone como locos.

-Mirá vos levantar los brazos, en vez de abrazar, si claro, cosa de locos…

-Negro.

-¿What?

-Me voy, es tarde.

-Qué apuro tenés, el Infierno nunca cierra.

(1) Fonógrafo en el que las vibraciones del sonido estaban inscritas sobre discos de pizarra

Marta Puey

Setiembre 2022

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