lunes, 27 de mayo de 2024

©EDITORIAL ATRAPADOS POR LA IMAGEN PRESENTA: "El Encuentro" Pedro Pablo Lilli

 


Cuentos y Relatos presenta a...


Pedro Pablo Lilli


"Artista de Atrapados por la Imagen"

en...

"El Encuentro" 


Ilustraciones: Marta Puey - Pedro Pablo Lilli

Relato Inédito Edición:

Editorial Atrapados por la Imagen

RL-2022-18030193-APN-DNDA#MJ

REGISTRO DE:

EDITORIAL ATRAPADOS POR LA IMAGEN


Editorial Atrapados por la Imagen, es un espacio gratuito dedicado a difundir...


¡El arte de todos!



PH: Marta Puey



"El Encuentro"


La lancha colectiva navegó todo el viaje envuelta en la niebla, motivo por el cual, me perdí la oportunidad de admirar el paisaje tan profusamente publicitado en las agencias de turismo y la televisión. Era la primera vez que visitaba el delta y mi ansiedad y curiosidad por conocerlo eran enormes, tanto más, si el motivo de mi viaje era tomar un trabajo y radicarme en la isla. Soy oriundo del suroeste de la Provincia de La Pampa, nada más disímil a los humedales de la desembocadura del Paraná en el Río de la Plata. Después de cinco años de trabajar en la Capital, primero de matarife en un frigorífico y luego de parrillero auxiliar, en un grill de la zona  de Retiro, me salió la oportunidad de probar fortuna en un lugar más tranquilo, lejos de mi pueblo y de ese manicomio estéril que es Buenos Aires para quien, como yo, nunca encontró amigos, ni nada ni nadie  por lo cual valiera la pena quedarse. ¿Culpa mía? Puede ser…soy desconfiado y padezco de un cierto sentido de persecución que arrastro desde la niñez. ¿Mis estudios en la Universidad? Tendrían que esperar tiempos mejores: me costaba mucho concurrir a las clases después de toda una jornada de trabajo, llegaba extenuado y me dormía en el aula. Iba muy atrasado en la carrera y eso contribuía a desmotivarme y cargar, además, con sentido de culpa.

La cocina ya está cerrada – dijo Monchito al cliente que acababa de sentarse en la barra, a las tres de la tarde. No sé por qué, me dio pena ese hombre un poco obeso, sudado, con mochila y unos bolsos repletos de mercaderías varias; probablemente fue su expresión desolada al escuchar que mi compañero no le daba opción.

¿No quedó un chorizo, un pedacito de carne, un poco de ensalada? ¡No puedo creer…!

Lo siento Maestro, no tengo nada- insistió Monchito, que tenía ganas de irse porque había terminado su turno. El Tucu y Brian se hacían los tontos para no ser  interpelados. El hombre encontró mi mirada y dijo-: ¿Ni un pedazo de pan con mayonesa?

Espere- le respondí. La parrilla, que me tocaba limpiar, tenía todavía un poco de brasas que avivé e integré con un poco más de carbón, puse a calentar un chorizo, un pedazo de vacío y otro de matambre que habían quedado. Armé una ensalada mixta y dispuse frente a él, cubiertos, pan y aderezos. – Este chimichurri especial lo hice yo esta mañana. 

Antes de irse y dejarme una muy buena propina me escribió en un papel su nombre y teléfono: “Si un día necesitás trabajo, llamáme. Tengo una fonda en el delta. Te va gustar. Me conocen como Jorjazo"


La visibilidad era nula cuando la lancha se detuvo en el muelle del Parador, El Encuentro, de Jorjazo y su mujer; un par de perros mestizos salieron a mi encuentro moviendo la cola. Después de darme la bienvenida con un generoso desayuno, me ubicaron en el que sería mi cuarto, en la parte trasera del salón. Era espacioso: cama de plaza y media (sobre la cual me habían dejado un juego de toallas, jabón, shampoo y papel higiénico), mesa con silla y un viejo ropero con espejo que, en otro momento, habría estado en algún dormitorio matrimonial. Puerta y ventana abrían a un porche que daba al fondo del terreno, que se veía bien cuidado y con un gallinero en el límite con el vecino. Pegado a la habitación estaba el baño para el personal, que salvo los fines de semana, sería de mi uso exclusivo. La limpieza y el aroma a desinfectante recién pasado, me impresionaron favorablemente, transmitiéndome serenidad.

Nunca te olvides de dejar bien cerradas la puerta y la ventana para que no se meta ningún bicho; especialmente víboras. Además, mirá siempre por donde caminás: estamos en un ambiente, por suerte, todavía poco contaminado.

El Encuentro funcionaba, de lunes a viernes, como bar y lugar de esparcimiento para los pocos habitantes del caserío, en la margen derecha de la Boca de los hornos. En su mayoría se ocupaban de la construcción, mantenimiento o cuidado de las casas de fin de semana de la zona. Los menos, se trasladaban diariamente, a tierra firme, a trabajar en talleres o comercios. 

Los días no laborales, el Parador era muy concurrido, además  de los lugareños, por navegantes deportivos que se hospedaban allí y por los dueños de las casas de fin de semana. A éstos se sumaban pequeños grupos de kayakistas que se quedaban a acampar en las inmediaciones y para quienes Jorjazo era un punto de apoyo confiable ante cualquier necesidad y donde comprar bebida fría o carbón, cuando no se encontraba leña.

Bastaba  no crear conflictos y respetar el ambiente para ser bienvenido y hacer uso de las instalaciones, incluso, con una consumición mínima o nula. Jorge, como se llamaba realmente mi patrón, debía su sobrenombre al hecho de que era “un tipazo de aquellos”.

Además del salón comedor, las instalaciones comprendían: un área picnic con parrilleros y tres  pequeñas cabañas de alquiler.

Durante la semana, Jorjazo e Hilaria se valían de la colaboración de una doméstica y de su hijo Luisito, a quien el fondero llamaba con afecto, “Mi todoterreno”, porque se ocupaba de lo que hiciera falta en el momento: cortar leña, dar de comer a los animales, arreglar el alambrado u otros trabajos de mantenimiento, etc. Era un muchachito trigueño, de rasgos aindiados, muy delgado pero fuerte. Probablemente tenía unos años más de los que demostraba, pero  seguramente bastante más joven que yo que, en ese momento,  contaba veintiocho. Era realmente muy simpático y no tardamos  en entrar en sintonía. Por él supe que Hilaria, de hermosura criolla y marcada diferencia de edad con su marido, había sido rescatada por Jorjazo, en ocasión de un viaje por el noroeste, cuando la encontró malherida e inconsciente al borde de una ruta poco transitada. De esa circunstancia mucho más no se sabía.

Los fines de semana, cuando el movimiento de clientes era elevado, se reforzaba el personal con un mozo, una cocinera y un parrillero a quien yo reemplazaría cuando éste, antes de fin de año, se mudara a Escobar. Hasta entonces yo oficiaría de “mano derecha” de Jorjazo. Mi paga consistía en casa, comida y un dinero para mis gastos; los martes franco.

Cuando terminábamos de trabajar, con Luisito, íbamos a pescar al muelle de amarras en compañía de los perros y aprovechábamos para hablar largamente compartiendo mates y cigarrillos.

¿Cómo es, con las chicas, acá?- pregunté curioso.

Difícil. No hay. Enganché una que trabaja en lo de los Medina, buena piba.

Me espera mucho autoservicio, entonces…- lo codeé, cómplice. Se echó a reír pero no hizo comentarios. 

Me parece muy gentil, Hilaria –dije para tirarle la lengua.

Lo tiene cortito a Jorjazo: con la salud, con los gastos, por lo confiado que es con todo el mundo…viste cómo es él,  un pan de Dios.

Posiblemente ella tenga razón…

Flaquita como es, tiene su carácter. Una vez se armó quilombo por culpa de unos borrachos; de una de las mesas voló un pan que dio en la cabeza de un loco que respondió tirando una botella, terminaron a las piñas, se sumaron otros… Hilaria cortó la luz y permanecimos a oscuras hasta que se restableció el orden. Tomó el micrófono y dijo: “Paguen por su vida. ¡Los voy a cagar a tiros!”

¿Y se fueron?

Calladitos y en fila. Apenas si se podían mantener en pie con la mama que tenían.

Con el transcurrir de los días me fui afianzando con el lugar y mis tareas, al mismo tiempo que fui tomando conciencia de que había
hecho un cambio probablemente demasiado radical. La soledad es un camaleón, sabe mimetizarse muy bien y esperar largas horas al acecho de una presa. Su hora preferida es el crepúsculo, allí comienza su trabajo silencioso e ineludible. En la gran ciudad uno puede engañarse de vencerla, en los hornos, no.  El otoño se había afianzado y los días eran cada vez más cortos. Al llegar la noche, cenaba con mis patrones. Las conversaciones, muy interesantes de los primeros días, alimentadas por la recíproca curiosidad de conocernos mejor, fueron limitándose a un resumen de la jornada y al programa para el día siguiente. Teníamos, de todos modos, nuestra rutina. Los martes, mi día libre, tomaba la lancha de la mañana a Escobar y regresaba con la última de la tarde. Vagaba por la ciudad, entrando en las librerías y casas de música con idea de un levante, alguna vez al cine. Los jueves se reunían a cenar en el parador el comisario del destacamento policial de la zona, el médico del dispensario y un par de amigos residentes, Raúl y “el Ñato”. Pedían con anticipación qué gustaban comer, mientras esperaban, jugaban un partido de billar y después compartíamos la mesa. Durante la cena aparecían historias disparatadas y algunas verdaderamente hilarantes contadas por Raúl con una gracia inigualable. Después del café acompañado de otra jarra de vino o unas cañas, comenzaba la guitarreada. La estrella era, naturalmente, Hilaria que cantaba divinamente acompañándose con la guitarra. Esa muchacha tenía una voz excepcional que no se condecía con su figura grácil pero sí con la finura de su piel dorada y el negro brillante de su cabello y de sus ojos. El Comisario también era buen cantor y, entre los dos, formaban un dúo que daba gusto escuchar y hacerle coro. Esas veladas, sinceramente las extraño mucho.

Los viernes, día de cobro de los parroquianos, después de las cinco de la tarde comenzaban a llegar y teníamos mucho trabajo hasta pasada la medianoche. Se sumaban los turistas del fin de semana que, al llegar el invierno, no eran tantos como en verano, pero concurrían con asiduidad. Sábados y domingos eran agitados. Los sábados, a la mañana temprano, venían los interesados en la pesca y poco a poco se iban sumando todos: los jóvenes que venían a jugar al billar, los viejos para sus interminables partidos a las cartas, los que iniciaban a mitad de mañana a tomar Gancia con soda y discutir de fútbol o de política, los jugadores de bochas en la cancha del parque, los vecinos de fin de semana que venían por empanadas y tartas, los que venían a pasar el día en el Área picnic, etc., generando movimiento hasta  la madrugada. Los domingos, en cambio, estábamos ocupados desde el mediodía hasta la caída del sol. Con el permiso de Jorjazo pude invitar a pasar la noche conmigo, después del trabajo, obviamente no durante el fin de semana, a alguna chica conocida en Escobar durante mis días de franco. Teníamos pocas horas para compartir pero me ayudaban a dirimir mis pulsiones, eludir la soledad y acallar la insostenible atracción que comencé a sentir, contra mis códigos y en gran secreto, por Hilaria.

Los lunes, con Luisito teníamos mucho para hacer: reacondicionar el salón y las cabañas, limpiar los parrilleros de la cocina y del parque, cargar los cajones de envases vacíos y las bolsas de residuos en la lancha de Jorjazo para que, junto con su mujer, los llevaran a la ciudad, donde iban para reponer mercadería y disfrutar de alguna actividad urbana. En algunas ocasiones, se quedaban en casa de amigos y regresaban al día siguiente. Yo aprovechaba para recibir a mi visita, con mayor libertad. Jorjazo, a escondidas de Hilaria, me permitía el uso de una de las cabañas. Realmente, ese hombre se hacía querer. Era una linda, buena persona y yo sentía por él, sincero afecto y agradecimiento. Justamente por eso, me sentía incómodo y atormentado por haberme enamorado de su mujer, que tenía mi edad.

Un lunes, a mediados de julio, amaneció nublado y con pronóstico de tormenta por la tarde. Cuando terminamos de cargar la lancha soplaba un viento Norte sostenido, presagiando un viraje al Sur más adelante, condición que dificulta la navegación por el Paraná y, en función de la intensidad e ímpetu de las ráfagas, la rinde impracticable. No obstante, Hilaria se opusiera con firmeza, Jorjazo decidió partir, sólo, prometiéndonos agilizar los trámites y volver de inmediato.

Ese día con Luisito terminamos temprano, porque el fin de semana, el tiempo había estado muy inestable, lluvioso y frío, por lo cual no tuvimos muchos clientes. A media tarde habíamos concluido nuestras tareas y aprovechó para retirarse antes de lo habitual e ir en busca de su amiga. Armé el equipo de mate, me abrigué bien, y escuchando música por los auriculares me instalé en el muelle a esperar la llegada de Jorjazo, que seguramente llegaría con el tiempo justo para descargar la mercadería antes de que comenzara a llover. Los dos perros de la casa, después de olfatearme moviendo la cola, volvieron a su puesto de guardia en la punta del amarradero. El cielo estaba encapotado y amenazante, pero por suerte, el viento había amainado. El río corría vehemente e indiferente a mis pensamientos arremolinados como los remansos que formaba bajo los sauces de la costa.

Sentí que, desde atrás, una mano se apoyaba suavemente en mi hombro. Al darme vuelta y levantar la mirada, encontré la de Hilaria divertida ante mi confusión. Me saqué los auriculares y le extendí un mate caliente. Hacía frío. Se sentó junto a mí, en canastita, igual que yo.

¡Qué rico! Lo andaba necesitando…

Ya tendría que haber llegado – dije- Está muy feo.

—  avisó que está un poco demorado, pero que ya viene. Pidió que prepare unas empanadas con el relleno que quedó de ayer.

¡Empanadas, guitarra y vino! ¿Qué mejor?

¿Te gusta el programa?

Me encanta escucharte cantar…

Se hizo un silencio. Prendió un cigarrillo y me lo pasó. Después de pitarlo se lo devolví y le cebé otro mate.

Parece que las chicas de Escobar disfrutan, El Encuentro- dijo irónica, dejándome sin respuesta.

Le pedí autorización a Jorjazo…

Cuando me lo contó me dio mucha risa.

¿Risa?

Por la ocurrencia. ¡Pedir permiso! Pero me cayó muy bien que lo hicieras. - volvió a pasarme el cigarrillo, para agregar-: Creo que vamos a conocer a todas las minitas de Escobar.

¿Qué decís? No entiendo…

Y…ya conocimos a Carla, a Daniela, a Sarita…

¿Y qué te parecieron?

Vistosas…

Estoy muy solo- me salió involuntariamente. Apagó la colilla contra el viejo deck y, me fijó burlona con los diamantes negros de sus ojos.

No parecería.

La soledad pasa por otro lado, se puede estar solo en medio de un recital de Charly García.

Lo sé. No hace falta que me lo digas. - ensayó un suave rodillazo cómplice contra mi rodilla y desvío la mirada triste, al piso, con un suspiro.

Tomamos mate mientras me refería sobre las casas que veíamos en la orilla opuesta (la que tiene el mástil con la bandera es de un ex - milico, hay muchos en esta zona, los reconocés por el mástil…, esa con cancha de tenis, de un empresario, ¡la guita!; las otras son de un par de familias de Buenos Aires, vienen los fin de semana, las del fondo, más humildes, de gente de acá…), las conexiones posibles con la lancha que iba al Tigre, los recreos y paradores en las islas intermedias, los torneos, las carreras cuadreras, los bailes y las fiestas que se organizaban aquí y allá.


Como ves, no estamos tan aislados como parece a simple vista. Mujeres no te van a faltar. -dijo palmeándome, enérgica, la pierna junto a la suya.

Se levantó. Encogiéndose de hombros, retrajo las manos dentro de las mangas de la campera y llevó una rodilla sobre el muslo de la pierna opuesta como para ahuyentar el frío y las ganas de hacer pis.

¡Brrrr! – se quejó - Se está haciendo de noche y no tardará en llegar. ¡Espero! Esto ya me preocupa, ¡mirá el cielo!. En tanto, comienzo a preparar las empanadas. Las hago al horno porque él no tiene que comer ni fritos ni picantes. Si querés a las tuyas les pongo ají.

Me quedé un rato más viendo caer la noche; “Esta mina está celosa ¿o es impresión mía?” sonreí temeroso de ilusionarme inútilmente. El murmullo del Paraná en su carrera hacia el Plata, me resultó inquietante, probablemente porque comenzó a levantarse viento Sur. Los pájaros se ubicaban bulliciosamente en las despojadas ramas de los árboles y escuché un roedor buscar cobijo en su madriguera. Cebé un mate imbebible, ya estaba frío.

Mientras volvía para mi cuarto, Hilaria se asomó a la puerta del salón.

¿Qué te dije? Me acaba de avisar que en Escobar hay una tormenta enorme y que no logra salir. ¡Es un inconsciente! ¡Le dije que no fuera! ¡Es un terco! ¡Me tiene podrida!- gritó irreconocible.

Ya voy a  ayudarte, pero antes controlo que esté todo bien cerrado y no quede nada afuera.

Hice una recorrida por todo el predio y aseguré puertas, ventanas, y todo aquello que un vendaval podría hacer volar. Me preocupaban los árboles porque, como es sabido, a orillas del Paraná, es difícil que las raíces puedan afianzarse con firmeza por las características del suelo, especialmente aquellos no nativos, de gran fuste y enormes copas. Me di una ducha caliente veloz y me puse ropa limpia. Cuando entré al salón, desde la cocina provenía un apetitoso olor a grasa bien caliente.

Visto que estamos los dos solos, las hago fritas ¿te parece?- dijo dando por descontado que yo estaba de acuerdo con la propuesta.- Vení, ayudame a cerrarlas. Agregué ají picante, un poco más de pimentón y comino.

Cuando terminamos, sobre la mesa de la cocina había una docena y media de empanadas rechonchas de relleno.

Las comemos acá mismo. – dije- ¡Al pié del fogón!

¡Pero no, hombre! Mientras las frío poné la mesa en la sala, junto a la ventana. Así podremos ver la tormenta mientras comemos y tomamos un vino – dispuso convencida. La fijé extasiado. Me guiñó un ojo y agregó –: Nos abrimos un Trumpeter, esta noche.

Llevé un par de platos y copas, el servilletero, la botella; abrí los postigos de la ventana que tuve que fijar desde afuera para que el viento, que soplaba fuerte, no las golpeara. Llovía copiosamente. Dejé agua y comida para los perros en su rincón bajo el porche; los invité a entrar, pero no lo hicieron. Estaban en guardia, a la espera de Jorjazo.

Volví a la cocina, a buscar el tirabuzón. Hilaria, de espaldas, con su figura atrayente en calza negra y buzo mostaza, se dio vuelta para levantar una fuente con papel madera y, al verme, seguro que leyó mi pensamiento; sin acusar recibo, dispuso la primer tanda de empanadas; el delantal blanco con pechera que tenía puesto, contrastaba con el hermoso color andino de su piel y el lunar en la mejilla.

¡Vamos, no dejemos que se enfríen!

No estaban muy ricas. Para mi gusto le faltaba sal al relleno y se le había ido la mano con el comino y el picante. Soy huérfano de las empanadas de mi abuela.

¿Qué tal están? – preguntó orgullosa, levantando la copa.

¡Perfectas! ¡Un lujo; gracias!- y no faltaba del todo a la verdad con mi respuesta: sentía que era un lujo estar ahí, frente a ella, aislados del mundo, rodeados por una tormenta cuyo bramido protegía nuestras voces. Me recompuse inmediatamente de mi estupidez y brindé:

Por Jorjazo y Señora, a quienes estaré siempre agradecido.

A la Amistad verdadera – propuso, dejando apoyada su copa por largos segundos contra la mía, sellando un pacto.

Fue el preámbulo para comer con apetito la primera tanda, hablando del más y del menos. No me costó acostumbrarme a la falta de sal que el sostenido sabor a comino y el picante hacían olvidar. Después de cuatro empanadas estaba satisfecho. Ella tomó un cenicero de la mesa de al lado, prendió un cigarrillo, bebió un sorbo de vino, apoyó el cáliz con estudiada elegancia y comenzó, con gracia irresistible, un interrogatorio sobre mi vida.

Resumí: “Hijo de desaparecidos, me salvé porque cuando se llevaron a mis padres en La Plata, yo estaba en casa de mis abuelos en la Provincia de San Luis. Ellos me criaron y les debo los años más felices, rodeado de afecto y sobreprotección. Si bien el abuelo tenía una ferretería industrial, dedicaba mucho tiempo a la granja, con animales. Era muy buen cazador. A él le debo mis principales aptitudes: esquilar, cazar, carnear, hacer facturas y escabeches.”

¿Lo sabe Jorge? 

No…no creo. Sabe que soy hábil como carnicero, que trabajé en un frigorífico en Buenos Aires…

Mirá qué interesante si pudiésemos comprar cerdos, criarlos, hacer facturas para consumir y vender. ¡Tenemos que analizarlo!

¡Pero no! El futuro de, El Encuentro, lo veo más por el espectáculo: Peña criolla y recitales tuyos. Tenés una voz hermosa.- exhorté entusiasmado.- Si después, el público se pone pesado, lo cagás a tiros – agregué largándome a reír, recordando el relato de Luisito.

¡Ah! Te lo contaron… ¡Vergüenza! Hay un par de parroquianos  que  no ponen más el  pie acá dentro; te lo puedo asegurar.

¡Qué mala!

¿Mala? ¡Borrachones pendencieros! Me salió espontáneo lo de “los tiros”. Me aterrorizan las armas y cualquier forma de violencia. Años atrás frecuenté un Taller de teatro y, en una oportunidad, me tocó el papel de una guerrillera que atracaba un ómnibus de pasajeros: “Paguen por su vida. ¡Los voy a cagar a tiros!” gritaba con voz de asesina. ¡Nada más alejado de mí! Terminame de contar, que me interesa: te fuiste a Buenos Aires…

Cuando egresé del secundario, el abuelo sugirió que me anotara en Ciencias Económicas, en Buenos Aires…

¡Yo también me inscribí en Económicas! Perdón la interrupción, seguí…

Bueno, el resto es lo que les referí a mi llegada: el desarraigo en la gran ciudad, el trabajo en el frigorífico, primero, en el grill, después, mis dificultades para seguir los cursos en la Facultad, mi incapacidad para hacer amigos, la suerte del encuentro con Jorjazo…¡Y aquí estoy! saboreando tus exquisitas empanadas en una noche inolvidable. Ahora te toca a vos. Contame de vos.

Quedó en silencio un instante y luego levantó la fuente vacía.

¡Quieto acá! que traigo la segunda tanda.

¡No te vas a poner a freír, ahora! Ya estoy más que satisfecho.

Comamos un par más. ¿Decí la verdad: estaban muy picantes?

Un poquito, pero ¡riquísimas!

Desde la cocina vociferó:

Abrí otra botella que ya llego.

Dejá todo y traé la guitarra-  contesté.

Cuando estuvimos nuevamente sentados a la mesa, volvió a la carga:

Capítulo Escobar, el más reciente - volvió sobre el argumento de la tarde.

¿Celosa, envidiosa? - me la jugué.

¿Yo, celosa, envidiosa? ¿De quién?- respondió sonrojándose. Era evidente que la había descolocado con mi chanza.

— Olvidate. Quedamos que te tocaba a vos.

Dejó en el plato la empanada que estaba llevándose a la boca. Inclinó brevemente su torso hacia adelante y, apoyando una mano sobre la mía, dijo mirándome casi implorante:

Es una historia de espanto. No me pidas que hable de eso.

De acuerdo... – No sabía cómo salir de esa situación penosa, especialmente, cuando se levantó sobresaltada y regresó a la cocina dejándome a solas.

Dejé pasar un par de minutos y fui a su encuentro. Estaba apoyada sobre la mesa, de espaldas a la puerta y sollozaba. Ante mi presencia enjugó las lágrimas, trató de sonreír y propuso que comiéramos de postre duraznos en almíbar con crema. Me dio la lata para que la abriera y fue al baño. Tardó un tiempo. Yo levanté la mesa y dispuse dos compoteras con la fruta almibarada. Cuando finalmente reapareció, trajo un paquete de obleas que abrió y me extendió para que me sirviera.

Me encanta comer primero la crema con la oblea y después los duraznos con las miguitas que cayeron encima…- dijo con la frescura de una niña.

Me mantuve en silencio, angustiado y expectante.

Dicen que la felicidad consiste en borrar el pasado y no proyectarse a futuro – largó con la cabeza gacha.

Muy difícil… ¿cómo hacés?

Te pongo mi caso: abusada sexualmente desde niña, en el ámbito familiar, hasta que tuve la fuerza de escapar de casa e ir a vivir con una abuela que me cuidó, pero, no acompañó mi denuncia, al igual que todos los que sabían y miraron para otro lado. ¿Quién se atrevería contra una de las figuras más relevantes de la sociedad de nuestra provincia? ¡Una eminencia! Busqué la protección de un hombre que me aceptara y me quisiese a pesar de mis heridas; estando en la Universidad me casé… ¡qué poco duró! Resultó un violento, un pegador, un misógino. Escapé, me fui a Córdoba, donde había una familia amiga. Me inscribí en la Universidad, el hijo de puta me fue a buscar y me tuvo secuestrada tres meses en una casa de campo, violándome y pegándome “para que aprendiera”. Cuando se sintió acorralado me dio una golpiza memorable y me tiró en una ruta desolada.

¿Donde te encontró Jorjazo? – pregunté con el estómago revuelto.

Sí. Jorge había ido a visitar a unos ex compañeros de Gendarmería, que viven en la frontera. No pasa nadie por ese lugar, fue un milagro que me encontrara aún con vida. Hay muchos animales carroñeros y yo estaba inconsciente y moribunda.

¿Jorjazo era gendarme?- pregunté alarmado por mi animosidad contra los militares. Me cayó como un baldazo de agua helada.

Sí, hasta el regreso de la Democracia…pero no es lo que pensás. No estuvo en ningún operativo; me lo juró mil veces y yo le creo. Vos lo conocés, no es capaz de ninguna maldad. Al contrario, es la bondad personificada.-  Hizo una pausa y retomó el relato-: Fue providencial el encuentro…Dejamos esa mierda y, a través de amigos,  ex compañeros de armas (a un par de ellos los conocés: Raúl y “el Ñato”) y sus influencias, logramos instalarnos acá y rehacer nuestra vida. Para mí, como ves, borrar el pasado es ineludible…no sé si voy a poder algún día…no sé, no creo. ¿Cómo se hace?

Bueno, con un Presente sereno estás avanzando hacia el Futuro, un Futuro que construirás armonioso… dije, por decir algo porque, sinceramente me sentía deshecho, roto, aniquilado.

Todos me creen fuerte porque actúo el papel de mujer  determinada. Pero soy miedosa e insegura. Vivo con miedos. Temo por Jorge, el hombre más bueno del mundo, que no se cuida. Su salud es delicada, vive con un riñón solo, es hipertenso y diabético. La obesidad no lo ayuda. Si vieras sus fotos de joven…era un Titán. Cuando lo conocí todavía tenía un físico imponente. No puedo pensar un futuro sin él a mi lado. ¿se entiende?

Asentí. Llovía fuerte pero había cesado el viento.

Hice mal... No tendría que haberte contado todo esto…

La “Amistad verdadera” que pediste, tiene una premisa: no guardar secretos…

Y vos, ¿guardás algún secreto conmigo?

No. Absolutamente- dije tratando de conservar el autocontrol.

Mmmm…¡no te creo!

Te aseguro que no – le mentí.

Esa noche, en la soledad de mi cuarto, escuchando la lluvia golpear sobre las chapas del porche, tratando inútilmente de dormirme o, al menos de adormecer mis pensamientos, tomé una decisión: dejar El Encuentro, irme. ¿Qué hacía yo ahí? ¿Quiénes eran esas personas? ¿Quién era mi patrón y dueño de casa? ¿Tenía una doble personalidad? ¿Con quién compartía vino y canciones los jueves por la noche? ¿Habían sido represores, torturadores, violadores? ¿Serían los que desaparecieron a mis padres? ¿El encuentro con Jorjazo en el grill de Retiro había sido casualidad? ¿Y si era una operación de inteligencia para terminar conmigo? ¿Hilaria era un cebo? ¡No! Era todo un delirio, lo mío; fruto de mis miedos infantiles, de sentirme inseguro en todos lados, de ver un exterminador encubierto a todo aquel que se me acercaba más de tanto. Esos hombres, cuyo devastador pasado intuía, parecían querer vivir en paz, lejos de los cuarteles, libres de órdenes genocidas, rodeados de una Naturaleza prodiga de belleza, querían disfrutar veladas entre amigos solidarios, jugar al billar, comer, cantar. Habían arrancado a Hilaria del Infierno. Me recibían en un lugar protegido, me contenían. ¿Era posible tanto cinismo? ¿Por qué tuve que enamorarme de esa mujer? ¿Por qué justo de ella y no, de…Sarita, de la librería de la plaza? ¿Por qué tenía que callar mis sentimientos y no dejar que fuera lo que fuera, si Jorjazo había sido milico y los milicos me habían cagado la vida a mí y a treinta mil familias? 

Cuando amaneció, me dolía mucho la cabeza. Puse a calentar el agua para el mate en la garrafita sobre la mesa. Los vidrios estaban empañados y no podía ver el fondo. Con los nudillos despejé un círculo y vislumbré a las gallinas deambulando sobre el césped empapado. Sentía frío. Tomé unos mates que me cayeron mal. Fui al baño, descompuesto. Ella no me quería. Yo tenía que irme. Volví a la cama y me quedé dormido.

Me despertaron los golpes de Hilaria en la puerta de la habitación. No tenía fuerzas para levantarme, tenía chuchos de frío, me dolía
todo el cuerpo y la cabeza.

¿Rody, estás ahí?

¡Pasá!- dije sin fuerzas y enojado, no sé si con ella o conmigo mismo.

Permiso – abrió la puerta y entró- ¡Qué estado! ¿Te sentís bien?

Dormido, pero…sí, ¡gracias!

Sos el tipo más mentiroso que conozco y tus mentiras, que son de una evidencia inocultable, te lastiman más a vos, que a quien querés engañar. Sé sincero alguna vez, decí lo que sentís, lo que pensás. Te vas a sentir mejor, pase lo que pase después.

Me impuse no entender lo que quería entender.

Dormí mal, pero con una buena ducha caliente me repongo- dije, corriendo el eje de la conversación.

Sí, a mí me hizo efecto. No dormí anoche.

Hablando de sinceridad, cada uno recordó su infierno. Según tu teoría, tendríamos que sentirnos mejor. – tras un breve silencio, traté de sonreír -: ¿Viniste a decirme mentiroso o algo importante?

Primero, que sos un mentiroso.

¿Porqué me decís eso?

Anoche…te tiré un pase, no tuviste coraje y mentiste. Te morías por llevarme a la cama, y pateaste hacia la tribuna y te fuiste al vestuario.

Si te lo hubiera pedido, ¿venías?

¡No!- nos quedamos mirándonos en silencio un instante.

¿Qué querés de mí? - pregunté abrumado.

Qué me digas que me querés como un loco, que estás enamorado, que me deseás, quiero que me pidas que largue todo y me vaya con vos…eso quiero.

Permanecí callado y se hechó a llorar.

Tanto te cuesta… ¿no te merezco?, ¿por mi pasado o porque es todo una fantasía mía?

¡Estás loca! ¡Qué carajo decís! 

Lloriqueó hasta calmarse, y yo me quedé mudo e indignado.

Llamó Jorge.- dijo secándose los ojos de diamante negro- Olvidó llevar los barriles vacíos de la chopera para recargarlos. Pide que se los lleves con la lancha de las once.

¡Está bien, está bien! – dije resoplando, rabioso porque no podía traicionar la confianza de Jorjazo. “Nunca hagas lo que no querés que te hagan” era uno de los lemas del Abuelo.

Te preparo un rico desayuno – trató de amigar y alargó una mano para que me levantara, la tomé rápidamente y la atraje con arrebato haciendo caer su cuerpo sobre el mío y luego volteándolo debajo. No sé cuántas veces nos besamos y mordimos enardecidos y nos dijimos lo que nos dijimos en un aluvión irreprimible de te amo y groserías antes de que hiciera falta respirar.

No puedo, no puedo, no puedo –  se separó de mí, llorosa. Traté de abrazarla con mi mayor ternura, pero me rechazó. – Perdonáme, pero no.

Me sentí tan idiota, porque no solo no concreté, sino que, además, igualmente traicioné. A las once, bajo la mirada atenta de los perros, cargué los barriles de cerveza, vacíos, en la lancha. También cargué mi sentimiento de culpa, mi cobardía y mi derrota dentro de la misma valija con la que había llegado a, El Encuentro, pocos meses atrás. 


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©Pedro Pablo Lilli

Mayo 2024

Rosario - Argentina



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Isa santoro - Liliana Gauna - Laura Jakulis


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12 comentarios:

  1. En ocasiones la vida y los lazos pueden tomar la forma de un caloidoscopio de fragmentos de colores brillantes con movimientos inciertos, agitados por el giro de los acontecimientos; que producen (des)encuentros. Esta es una buena historia bien narrada, sugerente. Deja espacio al lector para la interpretación del texto. Bien logrado.

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    1. Muchas gracias, Mario. Qué adecuada la imágen que traes del Caleidoscopio! Sin dudas, es así. ¡Gracias!

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  2. wowwwww, que buen relato don Pedro Pablo, me adentré en el ambiente y viví la historia, disfruté de la voz de Hilaria y de la bonhomía de Jorjazo, la humedad del Delta y la furia de la tormenta, la soledad y el desencuentro, muy ,pero muy de muy mucho (dicen en México) de disfrute. Simplemente gracias.

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    1. Mil gracias Susi!!!!! Me hace dichoso saber que los protagonistas y sus historias te "llegaron". Tres víctimas de un tiempo de nuestro país...

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  3. ¡Una historia que nos deja con ganas de continuar leyendo! ¿Cuál será el destino de Rody? ¿Eh? ¿Hilaría? ¿Cómo seguir con Jorgazo, luego de haber descubierto el amor por Rody? ¡Tres personajes en apariencia simples, pero cada uno de ellos con secretos que duelen! ¿Será suficiente para Hilaria sentirse agradecida para con Jorgazo? y... Jorgazo, ¿cuántos secretos terribles guardará en su alma? ¡Pablo, tu cuento me cautivo totalmente, de principio a fin! felicitaciones, querido amigo! ¡Te esperamos con tu próximo relato, y deseamos que tengas muchos éxitos! Miles de abrazos!!!

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    1. Historia de ficción, personajes basados en casos reales...¡la vida! Mil gracias, Laura querida! Estupenda tu edición gráfica! Y siempre agradecido por darme espacio en tu Editorial Atrapados por la imagen .

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  4. Laura Jakulis Historia de ficción, personajes basados en casos reales...¡la vida! Mil gracias, Laura querida! Estupenda tu edición gráfica! Y siempre agradecido por darme espacio en tu Editorial Atrapados por la imagen .

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  5. Pablo, realmente es un cuento maravilloso! Las tremendas historias de cada uno de los personajes, hace que sea un relato atrapante y con varios interrogantes, que vienen a mi mente, obvio. ¿Sería, en realidad, tan buena persona Jorjazo o sólo se acomodaba a las personas que podían ser funcionales a él? ¿Hilaria estaría, realmente, tan enamorada de Rody, o sólo pensó que podría ser su vía de escape para una vida diferente fuera de esa isla? y Rody ¿Estaría enamorado de Hilaria, o sólo estaba obnubilado por su personalidad y su entereza? . Bueno, sin duda este cuento da para mucho más!! Gracias por compartirlo! La foto de Martita, creo representa fielmente a Jorjazo!! Y tus fotos, completan el paisaje!! Mis más sinceras felicitaciones, amigo!! Me encantó!!

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  6. Relato que transcurre en un escenario nutrido de personajes que enriquecen el clima del lugar para decantar en la historia de dos de ellos víctimas de un penoso pasado y cautivos de un presente que no les perdona sus vulnerabilidades.
    Muy bueno Pablo.

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    1. Mis gracias sin fin. Siempre en todo, hasta con la foto ad hoc! Abrazo Marta!

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  7. La valija, de Rody, no está como unos meses atrás, Hilaria , tampoco , Que pasará con Hilaria? Seguirá con Jorgazo? Rody , se quedará En el Tigre cerca de Hilaria ? O volverá donde... ? Me encanto , gracias Pablo ! Hermoso cuento

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