LOS CINES DE LA "ELE"
La mágica calle Corrientes, la que nunca duerme, no siempre fue la calle de los teatros.
Entre la década del '60 y del '70, existió lo que se llamó el circuito de los cines de la "Ele".
Hoy en Domingos de Curiosidades, voy a contarte la historia por si, tal vez, no la conocías.
Los "Cines de la ele" en la calle Corrientes se referían a un circuito de cines prominentes en las décadas de 1960 y 1970, que incluía locales con nombres que comenzaban con la letra "L", como Lorraine, Loire, Losuar, Lorange y Lorca. Estos cines eran centros de vanguardia cultural y cine independiente. Se caracterizaban por priorizar el cine de arte, intelectual y de autor, presentando obras de creadores europeos como Fellini y Bergman, en contraste con los cines comerciales de la época. Este circuito recorría la calle Corrientes, desde la Avenida Callao hasta la Avenida 9 de julio.
CINES LORRAINE, LOIRE, LOSUAR, LORANGE
Hubo un tiempo en que los porteños no eran cinéfilos. No descubrían a ningún director ni les rendían culto a las películas. Tanto las de Eisenstein como las de Bergman duraban apenas una semana en cartel y después marchaban al oscuro depósito. Todo el mundo sabía que el protagonista de La diligencia era John Wayne, pero de John Ford, el realizador, no había ni noticia. Esto duró hasta 1956, cuando un muchacho de 23 años que hasta entonces ni siquiera era un aficionado al cine salvó de la quiebra el viejo Lorraine de la avenida Corrientes ofreciendo un "producto" que encontró muy pronto su público: el cine de autor.
Alberto Kipnis, pasó de ser el boletero suplente del cine, a salvarlo de transformarse en una pizzería.
Kipnis se destacó por su innovadora programación, introduciendo películas de autores como Ingmar Bergman y promoviendo el "cine de autor" y el cine independiente en Buenos Aires.
Pronto el Lorraine, con lo modesto que era, pasó a ser la columna vertebral de la avenida Corrientes de los años 60. Ir al Lorraine era una cuestión de resistencia intelectual... y física, porque el confort estaba, de raíz, proscripto. En verano la sala se refrigeraba con ventiladores y en invierno se calentaba con sobretodos y bufandas. "Si hubiera sido moderno y lujoso, la gente no habría ido. Los cuadros de Castagnino en las paredes, el ambiente, fueron parte del éxito de ese cine. Era una cuestión de militancia. Pasábamos "Los compañeros", de Monicelli, y la gente aplaudía cuando Marcello Mastroianni daba su discurso. Una tarde llovía y aparecieron goteras en el techo. La gente abrió los paraguas y siguió viendo la película como si nada", comentó Kipnis en una entrevista.
Después del Lorraine vino el Loire. Hubo un concurso para bautizar el nuevo cine, con la condición de que el nombre empezara con la sílaba "lo", para que las dos salas quedaran agrupadas en las carteleras de los diarios. El ganador obtuvo pase gratis por un año. Kipnis quería inaugurar el Loire, que era muchísimo más elegante, con "El romance del Aniceto y la Francisca", de Leonardo Favio. "Los distribuidores no quisieron dármela. La estrenaron en el Paramount y en el Libertador, pero como tuvieron sólo 4000 espectadores en la semana del estreno, salió de cartel rápidamente. Después me vino a ver el distribuidor, Bernardo Zupnik, y me pidió por favor que pasara la película. En la primera semana, llevé 8000 personas a mi pequeña sala. Fue una locura. Duró meses en cartel y Favio estaba contentísimo", comentó Alberto Kipnis en la misma entrevista del 2011.
Kipnis ya había dejado de ser un empleado. Con sus socios, construyó un pequeño imperio. Después del Loire apareció el Losuar, casi en la esquina de Corrientes y Callao. "La gente creía que Losuar era el nombre de una abadía francesa, pero era un nombre inventado por mí, con las primeras sílabas de la frase ‘lo supremo en arte’. Arrancamos con La danza de los vampiros, de Roman Polansky. Ya la habían dado en el Metro y sólo habían ido a verla 200 personas. Ganó la fama de la que todavía goza entre los cinéfilos porteños en el Losuar, donde se agotaban las entradas."
El último fue el Lorange, en la galería de Corrientes y Uruguay.
El Lorange se inauguró en 1970, estrenando la película "Pasión", de Ingmar Bergman.
Su programación incluía películas de autores como Ingmar Bergman, y en ocasiones presentaba programas de mano con los rostros de directores como Jean-Luc Godard y Francois Truffaut, así como de actores como Julie Christie y Marcello Mastroianni.
El Lorraine cerró sus puertas en 1972 (se convirtió en Lorena y luego en diferentes librerías), y progresivamente las demás salas propiedad de Alberto Kipnis siguieron igual destino a fines de los años 90.
En 2001, Kipnis, recibió el Premio Cóndor de Plata a la trayectoria y en 2013 fue declarado "Personalidad ilustre de la cultura" por la Legislatura porteña.
El 30 de agosto de 2017, falleció, el entrerriano creador de la meca cinéfila de la calle Corrientes.
CINE LORCA
A partir del éxito del cine de autor, en 1968 se sumó el Lorca, con un esfuerzo familiar encabezado por Rosalía González y su marido, Norberto Bula. En un edificio de estilo moderno, con una fachada vidriada negra y espejada de la cual cuelga el tradicional cartel luminoso de neón que se enciende de noche y sigue siendo el mismo desde la inauguración del cine.
El hall tiene doble altura. A la entrada está la boletería, con un amplio vestíbulo que conduce a la sala 1, en la planta baja, que tiene la (incómoda) particularidad de que las butacas delanteras están en un nivel más alto que las traseras. Frente a la boletería se encuentra la escalera para subir al primer piso, donde está la sala 2. Ambas están decoradas con tiras de madera de distintos tonos y en total tienen una capacidad para 500 personas.
La sala no estuvo ajena a los vaivenes económicos del país y los cambios en los consumos culturales. Pero mantuvo sus puertas abiertas pese a que desde fines de los años ‘80 debió enfrentar severas dificultades financieras, con algunos alivios esporádicos.
Por ejemplo, en 1998 tuvo un éxito inesperado con El sabor de la cereza, del iraní Abbas Kiarostami. Fueron a verla nada menos que 125 mil personas, y durante semanas hubo colas que llegaban a dar vuelta a la esquina de Uruguay.
“Es sorprendente. Pensé que sólo iba a durar una semana en cartel, más allá de que sea de visión imprescindible para el cinéfilo", decía en ese momento Bula, al diario La Nación. Un año antes había ocurrido un fenómeno parecido, a menor escala, con Happy Together, la película del hongkonés Wong Kar-wai filmada en la Argentina.
Bula contaba que muchas veces en los últimos años había tenido que cumplir con lo establecido por su sala en caso de no haber ningún espectador en una función: proyectar la película durante diez minutos, para nadie, y apagar el proyector.
Pese a las sucesivas crisis, González y Bula se negaron a vender el edificio, por el que McDonald’s y el banco Ciudad (que tiene una sucursal lindante con el cine) llegaron a ofrecer el doble de su cotización a fines de los años ‘90.
Tuvo dos cierres breves que alarmaron a los cinéfilos, que temían por su continuidad. Pero se debieron a reformas edilicias. El primero fue en 2013: “Teníamos dos opciones: o invertir o cerrar, no sé... para alquilarlo. Pero hemos invertido para que siga siendo un espacio de cine arte”, le contaba Bula a Clarín.
En ese momento hizo una inversión de 160 mil dólares para adquirir proyectores digitales. “Era cambiar o cerrar", explicaba el empresario. "Las compañías ya nos dijeron que el año que viene dejarán de existir las copias de 35 milímetros. Ya no quieren hacer material fílmico. Ningún cine independiente puede afrontar estos costos. Nosotros apostamos. Y reabriremos como lo que siempre fuimos: un cine sin pochoclo, de películas independientes”.
El otro cierre se produjo entre diciembre de 2016 y enero de 2017. Se hicieron arreglos en los baños, cambios de butacas y mejoras en los equipos de imagen y sonido. Perduraron, entre otros detalles emblemáticos, el cartel de neón y la fachada vidriada, negra y espejada, como ecos de un Buenos Aires de antaño, en el que se discutía acaloradamente sobre el último estreno del polaco Andrzej Wajda o el japonés Akira Kurosawa.
El Cine Lorca es un ejemplo de cine independiente que sobrevive en una zona dominada por el cine comercial, ofreciendo precios accesibles y una atmósfera tradicional.
Su programación actual continúa la tradición, proyectando cine argentino, latinoamericano, europeo, documentales y clásicos restaurados, y es un punto de encuentro para cinéfilos.
La mayoría de los que amamos el cine, seguimos eligiendo "el Lorca".

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
¡Aguante el cine Lorca que resistió absolutamente todo! Querida Isa, tu nota realmente es muy buena y nostálgica; para todos los que amamos el arte, ¡cada sala que se cierra es un dolor muy grande! Por este motivo, me parece muy buena idea el haber realizado esta nota, ¡a modo de rescate de nuestra cultura! ¡Muchas gracias!
ResponderBorrarTotalmente amiga, nosotras, habitués del cine Lorca, sabemos que sigue teniendo el encanto de esa época, no lo cambio por ningún cine comercial! Obvio que Aguante el Lorca, siempre!!💜💚
BorrarExcelente relato no soy anónimo soy Néstor Falasca un seguidor suyo
ResponderBorrarMuchas gracias por tu devolución, Néstor, me alegro que te haya gustado.
BorrarMuchísimas gracias ISA!!! No sabía la historia de los cines de las ELES en Buenos Aires!!! Siempre aprendo con uds! Un honor ,reitero, formar parte de Atrapados! Gracias!!!!Un abrazo!
ResponderBorrarCada lugar tiene su historia, esta de la calle Corrientes es muy interesante, muchas gracias por tu devolución, me alegro que te haya gustado. Abrazo enorme!!💜💚
Borrar