Conocido fotógrafo de modas y gran retratista Avedon
(1923-2004) inició su carrera profesional en la década del 50, trabajando para
la revista Harper´s Bazaar, donde terminó como Jefe de Fotografía. Fue el gran
fotógrafo de la moda durante los 60 y 70, y logró elevar la fotografía de moda
al rango de lo artístico al derrumbar el mito de que los modelos debían
proyectar indiferencia y sumisión. Por el contrario sus modelos eran personajes
libres y creativos en sus gestos, dentro de escenarios dinámicos y reglas
compositivas decididas previamente.
Sus retratos, aparentemente sencillos pero profundamente
psicológicos, incluyendo personalidades famosas y absolutos desconocidos
posando frente a un fondo blanco inmaculado muestran a un fotógrafo capaz de
plasmar en papel fotográfico rasgos inesperados de los rostros de personajes de la envergadura de Truman
Capote, Henry Miller, Humphrey Bogart o Marilyn Monroe, entre otros. Su método
era sencillo pero efectivo, la derrota anímica del contrario fotografiado
durante largas y cansadas sesiones de hasta cuatro horas. Así el retratado,
vencido e indefenso era capaz de mostrar su personalidad más sincera.
Durante el último medio siglo contribuyó con su estilo a la
definición en Estados Unidos, de la imagen de belleza, elegancia y cultura. Sus
encuentros con Jorge Luis Borges merecen un comentario. En su libro “The
Ongoing Moment” el ensayista Geoff Dyer cuenta la experiencia de Avedon quien en sus propias palabras
dijo: “yo fotografío lo que me genera temor, y Borges era ciego.” En 1975
Avedón viajó a Buenos Aires justamente para hacer eso, fotografiar a Borges.
Durante el viaje supo que la madre de Borges había fallecido ese mismo día.
Avedon supuso que la sesión fotográfica sería cancelada, pero el escritor lo
recibió tal como se había comprometido, a las cuatro de la tarde, sentado en un
sofá de color gris claro.
Borges le dijo a Avedon que admiraba a Kipling y le dio
instrucciones precisas para buscar un volumen en particular en su biblioteca.
Avedon leyó un poema en voz alta y Borges recitó una elegía anglosajona.
Durante ese tiempo el cuerpo de la madre muerta estaba en el cuarto de al lado.
Después Avedon tomó fotografías, estaba abrumado por la emoción, pero las
fotografías resultaron “más vacías” que lo que había esperado. En sus propias
palabras expresó: “pensé que estaba tan agobiado por mis sentimientos que no le
puse nada de mí mismo al retrato.”
Cuatro años después Avedon leyó un relato de Paul Theroux
(escritor) sobre una visita idéntica. El cuarto en penumbras, Kipling y la
elegía anglosajona, y pudo ver su fracaso con Borges con una nueva mirada, la
actuación del escritor no permitía un intercambio. “Él había tomado su propio
retrato mucho antes, y yo solo pude fotografiar lo que él quería.”
¿Se puede pensar que es una exageración decir que el
fotógrafo se quedó sin nada para ver, que fue efectivamente “cegado” por el
escritor?
La historia no terminó ahí sin embargo, ya que Avedon
fotografió a Borges un año después, en Nueva York. Como en casi todos sus retratos el protagonista está encuadrado en una extensión de blanco
puro. En esta ocasión la imagen muestra a un anciano enfundado en un traje con finas rayas,
y según una frase cruda de Adam Gopnik (periodista y escritor): “un aire no
sabio sino vagamente cómico y satisfecho en su ceguera.”
La palabra clave de la frase es “vagamente” una palabra que
no se asociaba en absoluto con Avedon, uno de los fotógrafos más exigentes y
rigurosos. Lo inusual es que a esta foto le
falta un foco psicológico, como si la ceguera de Borges impidiera la
reciprocidad de la intención de la que el fotógrafo depende. O tal vez lo
contrario sea lo verdadero y señala una falla del fotógrafo, tal vez sugiere
que había una inexorable autosuficiencia, no solo en Borges, sino también una
inflexible adherencia de Avedon con su propio método. Esta posibilidad se
fortaleció con el paso del tiempo, y con otro retrato que tomó en
el 2001, con otro protagonista.
El tiempo, la vejez y sus tensiones, resultan ser el motivo
fundamental en la obra de Avedon. Su arte nos habla directamente del paso del
tiempo y su influencia en el ser humano, y, cómo no, del camino hacia la
muerte. Son retratos descontextualizados, los protagonistas aparecen ante la cámara sin
maquillaje, fatigados o tristes, tal y como se encontraban en ese momento, y denotan esta inquietud. El final de su libro Portraits (1976), por ejemplo,
culmina de forma magistral con una serie
de siete fotografías de su padre envejeciendo gradualmente hasta que parece
haberse integrado en la luz que le rodea.
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