Fotografías de autor

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lunes, 3 de agosto de 2015

Richard Avedon y Borges

Conocido fotógrafo de modas y gran retratista Avedon (1923-2004) inició su carrera profesional en la década del 50, trabajando para la revista Harper´s Bazaar, donde terminó como Jefe de Fotografía. Fue el gran fotógrafo de la moda durante los 60 y 70, y logró elevar la fotografía de moda al rango de lo artístico al derrumbar el mito de que los modelos debían proyectar indiferencia y sumisión. Por el contrario sus modelos eran personajes libres y creativos en sus gestos, dentro de escenarios dinámicos y reglas compositivas decididas previamente.
Sus retratos, aparentemente sencillos pero profundamente psicológicos, incluyendo personalidades famosas y absolutos desconocidos posando frente a un fondo blanco inmaculado muestran a un fotógrafo capaz de plasmar en papel fotográfico rasgos inesperados de los rostros  de personajes de la envergadura de Truman Capote, Henry Miller, Humphrey Bogart o Marilyn Monroe, entre otros. Su método era sencillo pero efectivo, la derrota anímica del contrario fotografiado durante largas y cansadas sesiones de hasta cuatro horas. Así el retratado, vencido e indefenso era capaz de mostrar su personalidad más sincera.
Durante el último medio siglo contribuyó con su estilo a la definición en Estados Unidos, de la imagen de belleza, elegancia y cultura. Sus encuentros con Jorge Luis Borges merecen un comentario. En su libro “The Ongoing Moment” el ensayista Geoff Dyer cuenta la experiencia de Avedon quien en sus propias palabras dijo: “yo fotografío lo que me genera temor, y Borges era ciego.” En 1975 Avedón viajó a Buenos Aires justamente para hacer eso, fotografiar a Borges. Durante el viaje supo que la madre de Borges había fallecido ese mismo día. Avedon supuso que la sesión fotográfica sería cancelada, pero el escritor lo recibió tal como se había comprometido, a las cuatro de la tarde, sentado en un sofá de color gris claro.

Borges le dijo a Avedon que admiraba a Kipling y le dio instrucciones precisas para buscar un volumen en particular en su biblioteca. Avedon leyó un poema en voz alta y Borges recitó una elegía anglosajona. Durante ese tiempo el cuerpo de la madre muerta estaba en el cuarto de al lado. Después Avedon tomó fotografías, estaba abrumado por la emoción, pero las fotografías resultaron “más vacías” que lo que había esperado. En sus propias palabras expresó: “pensé que estaba tan agobiado por mis sentimientos que no le puse nada de mí mismo al retrato.”
Cuatro años después Avedon leyó un relato de Paul Theroux (escritor) sobre una visita idéntica. El cuarto en penumbras, Kipling y la elegía anglosajona, y pudo ver su fracaso con Borges con una nueva mirada, la actuación del escritor no permitía un intercambio. “Él había tomado su propio retrato mucho antes, y yo solo pude fotografiar lo que él quería.”
¿Se puede pensar que es una exageración decir que el fotógrafo se quedó sin nada para ver, que fue efectivamente “cegado” por el escritor?
La historia no terminó ahí sin embargo, ya que Avedon fotografió a Borges un año después, en Nueva York. Como en casi todos sus retratos el protagonista está encuadrado en una extensión de blanco puro. En esta ocasión la imagen muestra a un anciano enfundado en un traje con finas rayas, y según una frase cruda de Adam Gopnik (periodista y escritor): “un aire no sabio sino vagamente cómico y satisfecho en su ceguera.”
La palabra clave de la frase es “vagamente” una palabra que no se asociaba en absoluto con Avedon, uno de los fotógrafos más exigentes y rigurosos. Lo inusual es que a esta foto le falta un foco psicológico, como si la ceguera de Borges impidiera la reciprocidad de la intención de la que el fotógrafo depende. O tal vez lo contrario sea lo verdadero y señala una falla del fotógrafo, tal vez sugiere que había una inexorable autosuficiencia, no solo en Borges, sino también una inflexible adherencia de Avedon con su propio método. Esta posibilidad se fortaleció con el paso del tiempo, y con otro retrato que tomó en el 2001, con otro protagonista.
El tiempo, la vejez y sus tensiones, resultan ser el motivo fundamental en la obra de Avedon. Su arte nos habla directamente del paso del tiempo y su influencia en el ser humano, y, cómo no, del camino hacia la muerte. Son retratos descontextualizados, los protagonistas aparecen ante la cámara sin maquillaje, fatigados o tristes, tal y como se encontraban en ese momento, y denotan esta inquietud. El final de su libro Portraits (1976), por ejemplo, culmina de forma  magistral con una serie de siete fotografías de su padre envejeciendo gradualmente hasta que parece haberse integrado en la luz que le rodea.

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