Cuentos y Relatos
Presenta . . .
"Pleno velorio"
Del escritor:
Sebastián Ocampo
Cuento perteneciente a su último libro:
"TE QUISE CUANDO ESTABAS LOCO"
RL-2022-18030193-APN-DNDA#MJ
Registro de propiedad intelectual
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"Pleno velorio"
SEBASTIÁN OCAMPO
Segundo
día de velorio. Yo estaba parado junto al féretro donde yacía el cuerpo de mi
padre. No había nadie junto a mí aunque la sala funeraria estaba llena de
gente. Creo que respetaban el momento de intimidad que yo intentaba tener con
mi viejo. Alrededor había muchas coronas. Compañeros de la facultad, de la
escuela secundaria, del club, hasta del Rotary. Fue entonces que lo vi entrar.
Me di cuenta de que yo era el único que lo podía ver porque nadie se espantó.
Yo tampoco me espanté. Conociendo a mi viejo se podía esperar cualquier cosa.
Se paró a mi lado.
Qué cosa rara la muerte, dijo.
En ese momento sí me sentí
impresionado. Verlo ahí acostado, lívido, en el cajón, y también a mi lado:
vestido con una camisa blanca finita, unos jeans gastados y mocasines.
¿Qué hacés acá?, le pregunté.
Me pareció que tenía que venir a
verte.
¿A mí?
Sí, a vos.
¿Por qué a mí?
Bueno, con vos fue con quién tuve
los mayores quilombos.
Me quedé pensando. No sé si era un
motivo de orgullo o de vergüenza, pero mi padre había vuelto a verme lo que me
puso de algún modo contento.
Yo te quería querer pero…, dije.
Shhh… , dijo llevándose un dedo a la
boca. Te entiendo agregó. Yo también odié a mi padre.
¿Se reencontraron? ¿Cómo es allá?
Sí, nos reencontramos.
¿Hicieron las pases?
Nos pedimos perdón.
Eso me hizo sentir un alivio y atiné
a abrazarlo.
No, no, me dijo. Ningún contacto.
¿Querés que vayamos al balcón?, le
pregunté. Si me ven hablando solo van a pensar que me volví loco.
Vamos si querés, dijo.
Caminamos. Yo detrás de él. Nos
abrimos camino entre tanta gente. Miré hacia atrás y vi que algunos se
acercaban al cajón.
Vino mucha gente ¿Viste viejo?
No esperaba menos, dijo riendo.
Nos paramos contra la baranda del
balcón que daba a calle Córdoba. Sacó un cigarrillo. Lo encendió, le dio una
pitada y largó el humo por la nariz.
¿Qué hacés? ¿Fumás ahora?
Y sí, hay que cambiar, tu abuelo
fumaba, vos fumás, ahora fumo yo también.
Me extendió un atado de cigarrillos
sin marca que dejó apoyado en el borde del balcón. Una caja completamente
blanca. Saqué uno. Él dejó ahí también un encendedor, lo agarré, encendí el
pucho y también fumé.
Es la primera vez que le decís
abuelo a tu padre. A mi abuelo. Siempre dijiste que era un viejo hijo de puta,
dije.
Las cosas cambiaron, hijo.
Me quedé pensando un rato en lo que
dijo.
¿Cómo es allá?
Más o menos como acá pero están
todos. Tu abuela me dijo que yo era su hijo preferido.
Otra vez su vanidad, pensé. Eso
había odiado de él, su vanidad, siempre quería ser el mejor y por lo general lo
lograba. Aunque no en todo. Un psicólogo me dijo que yo lo idolatraba. Creo que
era verdad. Había tenido una vida tan distinta. Había salido del barro y había
llegado lejos. Creo que yo lo envidiaba. Yo también quería ser especial.
Me gustaba estudiar, papá. Fui
abanderado como vos. Me gané una beca como vos para estudiar en la universidad,
dije.
Ya sé que te gusta estudiar.
Sí, me gusta, nunca dejé los libros,
pero me cansé de la academia. Me cansé de memorizar como un loro para que un
profesor culoroto me dijera: tiene un diez.
Yo venía de otro lado, hijo.
Ya sé, menos mal que lo admitís,
dije y temí haber sonado agresivo,
A mí lo único que me quedaba era
estudiar para ser alguien, dijo.
A mí me gustaban más las mujeres que
las aulas de la universidad.
Se encogió de hombros.
¿Por qué no vas y hablás con
Mariano? Ustedes siempre se llevaban bien. Eso también envidié. La relación que
tenías con él.
No, vine a verte a vos. Hicieron una
excepción y te elegí a vos. Creo que nos debíamos esta última charla.
¿Pero cómo es? ¿Dios, Jesucristo, te
dijo tenés una oportunidad de volver?
No, no es tan así. Estamos todos.
Eso te lo aseguro. Hasta los peores.
¿Hasta los peores?
Todos.
Eso me da algo de tranquilidad,
dije.
Tampoco te mandaste tantas cagadas,
que yo sepa no mataste a nadie.
No. Muchas mujeres, mucho alcohol y
libros.
Te enderezaste al final. Formaste
una familia.
Logré ser escritor.
Pero de eso no vas a vivir.
¿Me lo estás recriminando?, le
pregunté y temí que se enojara. Mi padre enojado daba terror. Otra cosa que
había odiado de él es que era un cabrón. Gritaba y gritaba. Vivía nervioso. Le
importaba demasiado la plata. En realidad no podía fracasar. Su mito era el
chico que lustraba zapatos y que ahora era un ingeniero exitoso. Su familia lo
tenía entronizado. Menem lo derrumbó sin embargo. Casi se volvió loco. Un amigo
le dio laburo y volvió a pararse.
Vas a vivir bien de lo que te dejé,
me dijo.
¿Me lo estás echando en cara?, dije,
ahora sí, algo irritado.
Hijo, no hay más tiempo para
rencores, ni revanchas, ni malos entendidos, ni mejores ni peores. Te admiro.
Te la jugaste por lo que querías. Yo también.
Tiró lo que quedaba del cigarrillo
por el balcón. Llevame a ver a Martín.
Pero ¿cómo…?
Vos llevame.
Pisé el cigarrillo y, qué iba a
hacer, lo llevé junto a Martín.
Martín lloraba sin consuelo. Estaba
sentado solo en un sillón largo a un costado de la sala. Mi esposa estaba parada
a unos metros. Martín tenía un libro infantil en la falda. Mi viejo fue y se
sentó junto a él. Lo abrazó. Martín quedó como paralizado. Una luz resplandeció
desde ellos. Una luz blanca, brillante, pura. Martín dejó de llorar. Se limpió
los ojos con el dorso de las manos. No lo veía a mi padre, me di cuenta de eso,
pero algo complaciente le noté en la cara. Paz, vi paz en su expresión.
Papá, el abuelo está bien, me dijo.
No
era una pregunta, era una afirmación. Mi viejo seguía abrazándolo. Yo también
lo abracé siendo precavido de no tocar a mi padre.
Todos vamos a estar bien, le dije.
Mi esposa nos miraba asombrada.
Mi viejo se paró. Martín pidió algo
de comer a mi esposa. Yo también me paré. Dimos unos pasos.
Bueno, hijo, acá se terminó la cosa.
Martín no te va a odiar.
Lo quise abrazar.
No, me dijo. Nada de contacto.
Pero con Martín…
Martín es otra cosa. Le dijiste que
todos vamos a estar bien a tu hijo. Es así, todos vamos a estar bien. Cuando
nos encontremos vamos a jugar un truco de a cuatro. Yo con Martín, vos con el
abuelo. Les vamos a ganar, dijo y guiñó un ojo, como si supiera que ese
comentario en otro momento me hubiera molestado.
Se dio vuelta y se fue caminando
entre la gente hasta desaparecer.
Chau, viejo, dije.
Se acercó mi esposa.
Santi, te vi por momentos algo raro,
como si hablaras solo.
Hablaba con mi padre, Cecilia,
hablaba con mi padre. Todo va a estar bien.
Todos los Derechos de Autor y Propiedad Intelectual, pertenecen a:
©Sebastián Rogelio Ocampo
Cuento perteneciente a su último libro:
"TE QUISE CUANDO ESTABAS LOCO"
Editorial Caburé
Rosario - Argentina
Ilustración: Libre de la Web
Edición: Editorial Atrapados por la Imagen
Diciembre 2025
Diseño: Laura Jakulis
Correctora literaria: Isa Santoro
Agradecemos a todos nuestros amigos, lectores y seguidores, por sus visitas y valoraciones.
Afectuosamente...
Administración de Atrapados por la Imagen.

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Un relato emotivo. La muerte de un padre es un momento muy delicado en la vida de todo hijo o hija. Atravesarlo es empezar a caminar el mundo de otro modo, que es otro mundo, otra exposición al aire de cada momento.
ResponderBorrarSebastián Ocampo interpreta desde la ficción el diálogo pendiente, el que no se pudo lograr en el plano terrenal, utilizando un recurso que, la intensidad de su contenido lo hace posible.
ResponderBorrar¿Por qué no?
Buen relato