Vlady
Vlady cruza Corrientes. Ha recorrido todos los kioscos de la zona, rebosantes de libros y revistas para intelectuales, sin comprar nada como es normal en él. Camina unos metros por la avenida, entra en la Gandhi a hojear revistas de sociología. Detrás de una, utiliza su técnica para fichar el ambiente sin que se note, ayudado por unos anteojos Lennon sin aumento que tiene para estos casos.
Una muchacha delgada y rubiona está hojeando libros y Vlady se arrima. “Perdoname, pero te veo en tema y necesito hacerte una pregunta. ¿Vos creés, con Weber, en el desencantamiento del mundo?”
La mujer lo mira con curiosidad. La suficiente para que Vlady considere que la cosa puede andar. “Quiero decir, en los términos clásicos del positivismo, viste?” Ella lo sigue mirando. Mirá, si te parece nos sentamos en el bar allá adelante, y lo conversamos. Para eso están, los bares de las librerías. ¿No?”
La falta de respuesta robustece la confianza de Vlady; está seguro que ella va a capitular, de modo que decide otra vuelta de tuerca. “Aparte, vos me caés bien, podemos hablar de todo un poco...”
La rubia deja el libro con cuidado, siguiéndolo con una mirada pensativa. Descuelga una pequeña mochila que lleva, la abre, revuelve dentro, y saca una tarjeta. Y encara a Vlady.
“Mirá flaco, con Weber no vas a impresionar a nadie, estos días, porque está muy deshilachado. Tendrías que hablar por lo menos de Luhmann, entendés? Si te parece, venite a mi estudio –le tiende la tarjeta- y en un par de horas te pongo al tanto. Al menos como para que le hables a las flacas... Pero eso sí, sabés? Vas a tener que pagarme la consulta, porque es trabajo profesional...” Y se va, muy seria.
Él se queda pensando que no pudo siquiera decirle que lo llaman Vlady , pero que no es en realidad su nombre, sino el refugio que lo ampara contra su nombre completo, Vladimir Kropotkin Pareja. Cuantas veces puede, explica que su padre, ayudado por un Registro Civil uruguayo ultra permisivo, había querido sintetizar en el hijo un largo vacilar entre el marxismo y el anarquismo que por décadas habían coqueteado con sus afectos. Le gusta contar la historia, por más que ningún interlocutor reconocerá jamás saber quién fuera Kropotkin, y la inmensa mayoría recuerda a Lenin sin su nombre de pila.
Vlady suspira, “Mejor que no me dio bola. Una hiper intelectual sin sentimientos.” Sale y apunta hacia La Paz, recién remodelada, sabiendo que la mayoría de sus conocidos de medianoche ha migrado, espantada por el plástico reluciente de las mesas, las luces insolentes, los mozos disfrazados de mozos.
Entra, revisa todo el sitio, buscando sin éxito un rostro familiar. Ocupa una mesa vacía y mientras espera su café repasa sus técnicas de aproximación a mujeres. Nunca había creído en los consejos de su antiguo amigo Beto, caradura profesional que recomendaba tocarle una teta a una dama para recién después saludarla. A los reparos escandalizados de Vlady, que suponía que ese era el mejor modo de morir a trompadas de mujer, Beto respondía con estadísticas. Y aseguraba que en veinte eventos, diez y siete damas lo mataban a golpes. Pero que las otras tres compensaban con largueza tanto castigo. Decía que a todas les gusta que les toquen las tetas, pero sólo tres de cada veinte eran capaces de reconocerlo sin drama.
Viendo pasar mujeres por la calle, Vlady reniega con amargura por no ser Beto, por haber sido educado en esa onda intelectual que imponía su viejo. A los diez y seis, cuando Beto avanzaba ya en sus teorías mamarias, él se limitaba a recitarle al padre el capítulo “El trabajo Alienado” de los Manuscritos de 1844, obligatorio para poder vivir en el hogar familiar.
Cansado de filosofar, paga el café y resuelve irse, pero al girar hacia la puerta lo enfrenta la imagen de una mujer bella, solitaria, del lado de Montevideo. La nota distraída, sin indicios de estar esperando a alguien, de modo que se acerca y se sienta frente a ella.
“Disculpame, no quiero molestarte, pero necesito preguntarte algo. ¿Qué tal si...?” Ella sostiene la mirada, muy seria: “¿Qué tal si qué?”
La respuesta es la esperada, de modo que el resto parece que puede ser rutinario. Baja su voz a un tono casi humilde. “No, perdoname. Una pregunta necesita una respuesta, no otra pregunta. Pero te voy a ayudar. Me podés contestar, por ejemplo, “Bué” y yo saldré corriendo, desilusionado porque una fortaleza no se rinde sin combatir. Por favor, no me digas “Bué”. Ella amaga un gesto de aburrimiento, pero sigue atenta. Vlady continúa:
“Podés intentar algo más normal, como negativas de todo tipo: son mi especialidad. Si lo hacés con un “N...” bien nasal, y sin la “o” comprenderé que es una convención, que estás lista para escucharme. Y en todo caso, que voy por buen camino.
Hace una pausa calculada. Respira mientras la observa siempre seria e imperturbable revolviendo el café.
Supone que va bien y prosigue. “O podés salir con un “Naa..” que voy a interpretar como una negativa real. Un “Naa” es un “no” pero un no que deja un resquicio, una puertita entreabierta que debo encontrar. Una negación vacilante, como las del Molloy de Beckett, entendés?”
Otra detención, para que ella digiera la cita bibliográfica, y de nuevo al frente. “O podés, por último, plantarte con un “no” seco y con la “o” breve, clara y terminante. Es lo que en realidad significa “no”. Es lo que más me va a erotizar, porque te representa sólida, con todas las defensas activas.”
“Es el desafío límite. Más difícil que leer a Wittgenstein en el subte lleno.” Y ahí la última pausa, la más estudiada, para el ataque final, en tono bajo, susurrante. “Pero me tengo fe, sabés? Casi preferiría un no.... De modo que volvamos al principio: ¿Qué tal si....?”
Apurando con calma el último sorbo del café, la mujer respira hondo y luego sacude con fuerza su pelambre morena, densa y abundante. “Si dentro de cinco segundos todavía estás sentado a mi mesa, voy a levantarme y gritar que sos el taxista que me violó el sábado pasado en un descampado.”
En el fondo de los ojos de ella Vlady descubre que lo va a hacer, de modo que se levanta sin abrir la boca. Lentamente, como para no salpicar con los escombros de su orgullo demolido, sale del bar.
“Lástima, la morocha. Le di pié para un ascenso intelectual y no lo supo aprovechar...”
Vlady camina pensativo. Un poco conmocionado, tropieza con la reja del subte que ya no corre a esa hora. Vuelve de su distracción y sube por Callao a la caza de un colectivo imposible. Casi por milagro se topa con uno. Agarrado a su SUBE, enfila hacia el fondo murmurando vaya a saberse qué cosas de su viejo y de las mujeres que sin darse cuenta se lo están perdiendo a él, a Vladimir Kropotkin Pareja.
Oscar Zaitch
Un cuento hermoso y divertido, me encantó!!!!! gracias querido amigo!!!! te deseamos mucho éxito!!!
ResponderBorrarVlady, pone en práctica sus recursos para "el levante", recuerda los consejos de su amigo Beto, buena y oportuna digresión, sin éxito. Luego de sucesivos fracasos, llevándose la reja por delante y "agarradito" a la SUBE, su autoestima sigue impecable. Encantador cuento que con buenos recursos visuales nos pasea por nuestra querida calle Corriente y sus señeros lugares.
ResponderBorrarGracias señoras. Siguen siendo unas dulces. Bocetos como el de Vlady son posibles en cuanto uno trata de escarbar un poco en la fauna porteña, rebosante de ejemplares de todo tipo. Ni siquiera hace falta cargar las tintas. Ellos se exageran solos…
ResponderBorrarOscar, muy buena la pintura del personaje, un relato realista con sus toques de humor. Ëxitos amigo.!
ResponderBorrarMuchas gracias, Tesi.
BorrarMe encantó, pude reírme imaginando la expresión del personaje, en las distintas escenas, que con un humor que rosa lo sarcástico, supiste describirlo y darle vida. Felicitaciones Oscar!!! Gracias por esta nueva entrega!! Un abrazo gigante
ResponderBorrarMuy bueno!Todos tuvimos un amigo Beto y otro Vlady...y entre uno y otro ( Oh! Machirulo argentino!) cada uno inventó su propio "verso" para un "levante". El que afirme que no, que tire la primera piedra! Felicitaciones Oscar!!!
ResponderBorrarUn lindo cuento con este Vladimir Kropotkin Pareja, un asaltante machoide ultra rebuscado y como tal, por supuesto, sin suerte
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