Atrapados por la Imagen: EDITORIAL ATRAPADOS POR LA IMAGEN PRESENTA:

lunes, 5 de diciembre de 2022

EDITORIAL ATRAPADOS POR LA IMAGEN PRESENTA:

VERANOS CON SANDÍAS

Relato Inédito de:

Pedro Pablo Lilli

Registro de Atrapados por la Imagen -RL-2022-18030193-APN-DNDA#MJ

Editorial Atrapados por la Imagen, es un espacio gratuito dedicado a difundir:

¡El arte de todos!

Hoy presentamos:

VERANOS CON SANDÍAS

¡Felicitaciones Pablo, por esta nueva entrega, te deseamos muchos éxitos!

Agradecemos a todos nuestros amigos, lectores y seguidores,
por sus visitas y valoraciones.
Afectuosamente.
Administración de Atrapados por la Imagen.

VERANOS CON SANDÍAS

Imagen: Archivo Web

Parada sobre una banqueta, con los bucles dorados que le enmarcaban la carita de quien sabe que está haciendo una travesura, clavó la cuchilla sobre la enorme sandía en el centro de la mesa y cortó una rodaja generosa; luego la dividió en cuatro porciones que dispuso en dos platos. Cuando se acercaron las moscas, atraídas por el jugo, las alejó con un soplido y un gracioso ademán que me dio risa. Al verme divertido repitió burlonamente los gestos una y otra vez.

Por la ventana abierta se veían las flores del jardín, atrás la huerta y finalmente el viñedo.

Salimos a comer la fruta bajo la galería y, no recuerdo quién de los dos inició a escupir las semillas a distancia tratando de embocar un balde. Ese fue nuestro "juego del verano a la hora de la siesta"; cada día lo perfeccionábamos al punto que llegamos a probar puntería dentro de una taza de café.

Crecimos compartiendo las vacaciones estivales en las casas de nuestros respectivos abuelos, en la provincia de Mendoza.

Apenas superada la niñez, una noche, bailando, nos abrazamos de un modo muy distinto al que estábamos acostumbrados y cambiamos la palabra "amigos" por "novios". Pocos veranos más tarde tuvimos juntos, cada uno, su "primera vez".

A aquella adolescencia feliz, solo por la cual volvería a nacer, le siguieron períodos de turbulencia con rupturas y reconciliaciones. La distancia (vivíamos en distintas ciudades), los nuevos círculos de amigos e intereses trajeron confusiones. Particularmente a mí, en realidad, solo a mí. Llegó el tiempo en que yo viajaba a verla cada vez más espaciado y, en una oportunidad, creí enamorarme seriamente de su mejor amiga con la cuál finalmente me junté. Supe cuánto la hice sufrir, intenté explicarme, pero fue inútil, nunca me perdonó y no nos vimos más.

Mi vida fue la que fue, dejando a las claras mi capacidad de arruinar siempre todo; al menos así lo siento, mirando atrás, ahora que soy viejo, lisiado y a nadie le importo.

Me interné en una residencia para ancianos cuyo parque mira los viñedos de nuestra infancia y juventud. Me costó tomar la decisión pero, entre otras opciones, consideré que ésta resultaría la más adecuada, en especial, para los años a venir que serían cada vez más difíciles y tristes.

Me transferí a inicios del verano y, la primera cosa que hice una vez instalado, fue ir a observar el añorado paisaje desde el mirador. Todavía estaban las dos casas familiares. La de mis abuelos se veía irreconocible por las reestructuraciones realizadas después que se vendió. La otra, la de los suyos, lucía bien conservada y con el jardín cuidado con esmero. Me confirmaron que vivía allí, sola, y que su hijo era uno de los titulares del geriátrico.

Mi primera reacción fue planear irme ¿Pero cómo?¿Dónde?. Días después, tras mil cavilaciones y sobreponiéndome a la angustia de no querer hacerme ver en semejante estado de indefensión y abandono, le remití una nota solicitando encontrarla.

Vino a verme y, sin mediar preámbulo alguno, me descargó una bofetada. Acto seguido tomó las empuñaduras de mi silla de ruedas y encaró hacia la salida.

—Venís a casa y te quedás conmigo —ordenó, para luego susurrarme al oído—: Tengo una sandía en la heladera.