ATRAPADOS POR LA IMAGEN
Cuentos y Relatos Presenta a...
CRISTIAN BAUTISTA
"Artista de Atrapados por la Imagen"
en...
"Migas"
Cuento perteneciente a su libro:
"A veces el mundo es un buen lugar"
Ilustración: imagen libre de la Web
Edición: Editorial Atrapados por la Imagen
RL-2022-18030193-APN-DNDA#MJ
Registro de propiedad intelectual
___________________
"Migas"
CRISTIAN BAUTISTA
Eduardo y Jimena mastican. Sus bocas se abren y se cierran a un ritmo
monótono, vacío, mecánico. Están sentados adentro del auto, con las
ventanillas levantadas, frente al muelle. Ven a un hombre que llega y encadena
la bicicleta en la primera columna de luz justo donde empieza la baranda.
Después, el hombre se saca la mochila, la deja a un costado y desata la caña.
Es una caña larga que va desde mucho más adelante del manubrio hasta
pasar la rueda trasera.
—Dame otro —dice Eduardo. Tiene la mano abierta. Muy cerca de la cara
de Jimena. La palma hacia arriba. La bandeja de sandwiches está sobre la
guantera abierta del auto. Jimena agarra uno y se lo da.
—¿De qué es?
—Aceitunas —dice Jimena.
Eduardo agarra el sandwich y se lo mete entero en la boca. Después se
sacude las manos. La mayoría de las migas caen sobre su remera, otras al
piso y muy pocas sobre las piernas de Jimena. El hombre en el muelle pasa la
tanza entre las anillas, deja la caña apoyada en la baranda y saca de la
mochila una caja de anzuelos. La abre. Elige uno. Uno bien grande.
Jimena agarra la botella de Coca-Cola, toma un trago y la vuelve a dejar
donde estaba. Entre los asientos. Enganchada entre la palanca de cambios y el
freno de mano. Después, agarra otro sandwich. Lo muerde apenas.
Eduardo traga. Agarra la botella de Coca-Cola. Toma un sorbo. Un sorbo
largo. Cuando termina, eructa. Deja la botella, vuelve a estirar la mano y ella le
pone un sandwich en la palma mientras ve al hombre encarnar el anzuelo.
—¿De qué es? —dice Eduardo.
—Jamón crudo —. Dice Jimena.
—No. Dame otro. No puedo cortar el jamón crudo con los dientes.
Ella le da uno al azar. Él lo agarra y se lo mete en la boca. El hombre se
acerca a la baranda. Lleva la caña levantada sobre su cabeza, dispuesto a
lanzar. Jimena toma un trago de Coca-Cola.
Eduardo mastica.
El hombre tira.
Eduardo y Jimena ven la plomada volar por el aire y escuchan el ruido del
carretel al liberar la tanza hasta que el aparejo cae al agua. Lejos. Bien lejos.
Eduardo y Jimena ven el anzuelo hundirse en el río. Jimena cree ver el
pequeño agujero que se abre, por un instante, en la superficie. Imagina el
círculo de agua que se dibuja alrededor y se agranda hasta desaparecer.
—¿Sacará algo?
Eduardo se encoge de hombros. Mastica. —Quizás pesque una boga —dice
y traga.
—O un dorado —dice Jimena.
El hombre sostiene la caña entre las piernas. La agarra con las dos manos.
Está quieto. Expectante. Jimena mira. Eduardo mastica. De repente el hombre
se dobla hacia atrás y comienza a girar la manivela. Cada cinco o seis vueltas
tira con fuerzas la caña hacia atrás. La tanza es un hilo brillante.
—¡Picó! —dice Jimena.
Eduardo mastica.
—¿Será un dorado?
—Nada —dice Eduardo sin dejar de masticar.
—Pero… ¿No viste como se movió la caña? Tiene que ser algo grande. No
puede ser nada. Tiene que ser un dorado. Seguro que es un dorado.
—Nada —dice Eduardo.
Jimena, piensa. Pero ahora no piensa en un dorado. Piensa en ese. En ese
dorado. En ese dorado que el pescador tiene que sacar.
—Pasame otro sandwich —dice Eduardo.
Jimena le pasa la bandeja.
Eduardo la sostiene entre el volante y la panza. Agarra una pila de cinco
sandwiches y le da un mordisco.
Jimena se acomoda en el asiento y mira al hombre que sigue recogiendo el
hilo.
Un dorado, piensa Jimena.
Eduardo mastica.
El hombre recoge con la caña entre las piernas.
Tiene que ser un dorado, piensa Jimena.
Eduardo traga.
El hombre recoge, sacude la caña con fuerza y vuelve a recoger.
Eduardo toma Coca-Cola.
Seguro que es un dorado, piensa Jimena. Entonces imagina el último tirón
de la caña. El dorado saliendo del agua con el anzuelo clavado bien adentro de
la boca. Una vez afuera del agua, sobre el muelle, mientras el dorado dé saltos,
el hombre tendrá que empezar con la rutina de cualquier pescador: agarrarlo
de la cola, sacarle el anzuelo y golpearlo contra el piso. Después, va a guardar
todo y se irá pedaleando rápido a su casa. Al llegar le dirá a su esposa:¡Pesqué
un dorado!
Su esposa correrá a abrazarlo. Se van a besar. Un beso con la boca apenas
abierta donde se rocen las puntas de las lenguas. Después, él le dirá: ¿Lo
cocinamos juntos? La sonrisa en la cara de ella dirá: por supuesto, mi amor.
Entonces, mientras ella limpia el pescado, él va a preparar la asadera. Con
pimientos, papas y cebollas. Después ella va a acomodar al dorado en la
asadera y la va a meter al horno.
Él destapará un vino.
Ella acercará dos copas. De vidrio fino. Grandes.
Él pondrá un disco; ella llenará las copas, apenas. Con Rita Lee sonando de
fondo, ella se va a acercar y van a abrazarse. Al ritmo suave de la música.
Hablarán mirándose a los ojos: Le puse pimienta y sal, dirá ella. Buenísimo,
dirá él. O puedo ponerle roquefort. O chimichurri.
Pimienta y sal está perfecto.
Me encanta el dorado.
Me encanta pescar para vos.
Cuando el pescado esté listo, él lo va a sacar del horno, ella lo va a servir y,
sentados, frente a frente, van a brindar. Mientras coman no les importará que el
disco se haya terminado porque van a estar haciendo planes para el fin de
semana. Tampoco les va a importar levantar la mesa cuando terminen de
comer. Después de todo, son solo dos platos sucios y algunas migas. ¿A quién
le pueden importar un poco de migas?
Él se va a levantar y, acariciándole la mejilla, le dará un beso dulce sobre los
labios. Después le dirá algo al oído. Algo que solo ella va a entender y, cuando
ella se ría, a él los ojos se le van a iluminar tanto que parecerán agrandarse y
el verde del iris va a ser más intenso. Van a caminar por el pasillo que da al
dormitorio: él haciendo gestos de como recogía la tanza y luchaba con la caña
para sacar el dorado; ella riéndose. Él contará todo sin obviar ningún detalle y
ella va a escuchar encandilada cada frase, cada palabra, cada sílaba que él
pronuncie. En la puerta del dormitorio, abrazados, los besos van a ser sin
apuro. Se van a desvestir. Él a ella. Ella a él. Lo van a hacer con paciencia.
Con la paciencia que se necesita para abrir un regalo sin romper el papel.
Eduardo eructa.
El hombre da un tirón seco con la caña. Más fuerte que los anteriores.
El hilo se tensa. La caña se dobla como una “U” invertida.
Dos o tres curiosos rodean al hombre que sacude varias veces la caña.
Recién en el tercer intento parece que la tanza cede. Recoge rápido. Tira de
la caña. Recoge rápido. Tira de la caña. Más personas lo rodean. Jimena se
mueve en el asiento. Eduardo mastica, dice algo y escupe migas que caen
sobre su remera, al piso y sobre las piernas de Jimena. Ella apoya las manos
sobre el tablero. Las migas en sus piernas brillan como escamas. La caña da
un tirón más fuerte que los anteriores. Jimena adelanta el cuerpo como si algo
la empujara hacia adelante hasta tocar con la frente el parabrisas.

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.






No hay comentarios.:
Publicar un comentario
deja tu comentario gracias!