Cuentos y Relatos
Presenta . . .
"El día que conocí la tristeza"
Del escritor:
Sebastián Ocampo
"Artista de Atrapados por la Imagen"
RELATO INÉDITO, PARA ATRAPADOS POR LA IMAGEN
RL-2022-18030193-APN-DNDA#MJ
Registro de propiedad intelectual
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"El día que conocí la tristeza"
Sebastián Ocampo
Esa
fue la segunda vez que vi llorar a papá. La primera vez fue cuando murió un
primo a quien apodaban el Chueco. Recuerdo que se tiró en la cama boca abajo y
lloró un rato infinito. Ahora lloraba porque anunciaban que Ayrton Senna había
muerto. El auto de fórmula uno salió despedido, después de una curva, contra un
paredón, como si hubiera sido liberado por una soga que girando se cortó. El
Williams estaba todo destruido y la cabeza del piloto caía hacia un lado.
¿Viste?
Se levantó mamá enfurecida. ¡Tenés que dejar de correr! le dijo a papá.
Papá
arremetió con todos los platos y vasos y botellas sobre la mesa y se apoyó en
los brazos cruzados para llorar desconsoladamente. Ese brasilero era el hombre
más veloz del mundo, de cada maniobra amábamos su elegancia, de cada giro su
precisión, de cada volantazo su audacia; había salido con Xuxa; había
construido una asociación para que estudiaran los chicos pobres de Brasil.
Ahora estaba muerto. En los días previos, en el circuito de Imola en San
Marino, Italia, había habido un accidente grave y un muerto también. Un piloto
austríaco. Las autoridades estuvieron a punto de suspender la carrera pero the show must go on. Se les había
ofrecido a los pilotos la posibilidad de no correr pero Ayrton Senna obviamente
salió a la pista.
Papá
corría en autos también. En la fórmula dos. Los autos eran parecidos a los de
fórmula uno, por la trompa y los alerones pero iban mucho más despacio y era
una categoría nacional. Me encantaba ir con papá a las carreras. Papá tenía una
gigantesca casa rodante, con comedor, nueve camas, cocina y baño. Cada vez que
había una carrera llevaba mecánicos y un montón de otros tipos que se colaban para
ver el espectáculo. Esos tipos no hacían mucho, salvo contar chistes verdes
todas las noches. Cuando iba con papá a las carreras faltaba el viernes a la
escuela porque los viajes siempre empezaban los jueves a la tarde y duraban
hasta el domingo a la nochecita.
Papá
y mamá discutían hace años acerca del amor de papá por la velocidad, como si la
velocidad fuera una amante. Discutían desde antes de que yo naciera, desde
antes de que fueran matrimonio. Papá prometió dejar las carreras cuando se
casaran, eso no sucedió. Siempre hubo excusas o un poquito más adelante o el
próximo año es el último.
Papá
había tenido su época de esplendor en los kartings y en unas categorías
regionales en su juventud. Campeonatos, fotos, gloria. Ahora estaba más viejo,
venido a menos y no era un buen piloto. Siempre disputaba los últimos lugares
cuando no era que tenía que abandonar la carrera. Era un deporte caro pero papá
era dueño de una empresa de transporte de combustibles que trabajaba para YPF.
Por eso su auto llevaba ese esponsor, solo por eso.
Recuerdo subirme al
auto rummm rummm rummm andar sin andar, haciendo ruido con la boca, haciendo
girar la dirección, mientras el auto permanecía parado bajo la carpa que
armaban al costado de la casa rodante. Papá soñaba con verme correr. Ya
llegaría mi momento. Me encantaba lustrar el auto. Usaba una gamuza y BLEM.
Era blanco con el logo azul y negro de
YPF y con algunas otras marcas que ponían algo de dinero. En realidad eran
marcas solidarias, creo que lo hacían más por caridad que por ganancias, porque
como dije papá siempre andaba atrás de todo.
Yo
disfrutaba muchísimo cuando eran las pruebas de clasificación. Era el encargado
de armar el cartel con el tiempo que le mostraba a papá cuando pasaba a toda
velocidad. Recuerdo que el mejor de todos era Massei, un piloto de Leones que
había estado en la guerra de Malvinas. Yo lo miraba como a un héroe. Me
imaginaba que alguien que había estado en la guerra tenía un extra de valentía
como para girar más rápido que los demás. Había otro que era rápido también:
Suriani. Se decía que estaba enfermo de cáncer. Ese andaba siempre en el podio
también. A decir verdad yo estaba del lado de papá. No quería que dejara de
correr. Mamá me parecía una amargada hincha pelotas. Aunque ese mediodía en que
Ayrton se mató contra el paredón en Imola la cosa fue distinta. El brasilero
que habíamos visto realizar malabares con un Toleman en la lluvia de Mónaco llegando
segundo después del Mc Claren del campeón Prost. El brasilero que había salido
campeón ya tres veces del mundo. Era un experto en la lluvia. Creo que lo que
me conmovía era su cara de bueno, que detrás de ese buen tipo estuviera el
hombre más veloz del mundo. Una vez, en una pista, denunció que un muro se
había corrido de lugar, todos decían que no, que para nada, hasta que fueron a
controlar con precisión y definitivamente el paredón se había corrido dos
centímetros.
Lo
supe porque lo rocé cuando pasé por ahí, dijo Senna.
Así
al límite corría el tipo.
Una vez, en el gran
premio de Brasil, en su propio país, donde siempre había querido ganar y nunca
se le había dado, se le trabó la caja de cambios en sexta y tuvo que terminar
la carrera, cerca de diez vueltas trabado en sexta; y ganó. Cuando terminó la
carrera estaba extenuado, no podía salir del auto. Lo sacaron y era una
gelatina. No podía levantar la copa en el podio. Lo vimos hacer maravillas. Lo
amábamos con papá y amábamos mirar la fórmula uno con un buen asado los
domingos. Mamá ya lo dejaba pasar, comía en silencio mientras nosotros gritábamos
eufóricos.
Mis
abuelos no habían muerto, mis tíos tampoco, ningún ser querido para mí había
muerto todavía, no conocía la muerte de un ser cercano, pero ese día en que
mamá gritó:
¿Viste?¡Tenés
que dejar de correr!
Creí
un poco que mamá tenía razón. Ese día conocí la tristeza. También lloré a
mares.
La
historia siguió de la misma manera. La próxima será la última carrera, papá
nunca dejó de correr y con mamá se separaron y yo continué viajando por el país
a las carreras en la hermosa casa rodante de papá. Seguimos a pesar de todo
mirando la fórmula uno. Sin embargo la muerte de Ayrton Senna cambió mi vida
para siempre. Cuando tuve quince años y papá me ofreció prepararme un karting
para que empezara a correr dije que no.
Todos los Derechos de Autor y Propiedad Intelectual, pertenecen a:
©Sebastián Ocampo
"Relato inédito para Atrapados por la Imagen"
Rosario - Argentina
Ilustración: Libre de la Web
Edición: Editorial Atrapados por la Imagen

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Este relato traza un recorrido anunciado, inevitable, donde felizmente alguien puede decir NO, establecer un límite que aloja y resguarda la vida. La aceleración resulta cuando al movimiento se le sustrae el tiempo y se precipita. El vértigo evidencia una atracción misteriosa cuyo el telón de fondo es la fascinación del juego con la muerte. El personaje debe elegir entre el lazo de amor y una satisfacción que lo excluye, en pos de una satisfacción oscura que linda con el morbo. El espectáculo se ofrece a la mirada con decorados que disimulan y recubren el riesgo con un show que banaliza y vende, siempre vende.
ResponderBorrarMuy buen relato. Los amantes de aquella F1 revivimos emociones, compartidas e imborrables. ¿Cómo pedirle a un corredor que no corra? Para un piloto, la velocidad es una adicción. Y todo lo que se puede decir sobre una adicción es válida para las demás. El desenlace es perfectamente creíble. Bienvenido Seba! Espero el próximo!
ResponderBorrarFelicitaciones Seba!!! Hermoso relato! La lectura narra claramente la vehemencia de Ayrton Senna con la F1 y tu pasión por la misma se siente intensamente! Gracias por compartirlo!!
ResponderBorrarSebastián, tu cuento es muy estremecedor, por un lado nos recuerda todo lo que fue Ayrton Senna para los que seguían la fórmula I, y para los que no, ya que fue un icono y su final, terrible. Por otro lado, nos hacés vivir lo que significa para un corredor, el no poder parar, literal, con esa pasión, aún a riesgo de estar en juego la propia vida. Y por otro, podemos ver cómo ese niño que fue creciendo con unas idea, va tomando conciencia del peligro y de lo que puede realmente significar no detenerse a pensar, lo que se puede perder. Una pareja, una familia, la vida.
ResponderBorrarMe gustó muchísimo tu cuento. Muchas gracias por traerlo a Atrapados. Un abrazo.
El rato de la carrera del ídolo puede ocupar lo infinito aún cuando se llega entre los últimos.
ResponderBorrarSebastián: Tu cuento tiene una sensibilidad enorme. Lográs que uno entre de lleno en la infancia del personaje principal, en ese mundo de motores, asados y carreras, pero también en el costado emocional que atraviesa todo: la admiración por el padre, la tensión entre los padres, y ese golpe súbito que es la muerte de Senna. Todo está contado de una manera sencilla y a la vez muy potente. Felicitaciones Seba!! ¡Nos sentimos muy felices de poder disfrutar tu literatura! Graciasssssss!
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