En su fotolibro, La balada de la dependencia sexual, esta fotografía fue una novedad, por el año 1987. Lo que subyuga es lo bien que utilizan las fuentes de luz (natural o artificial en la escena) para transmitir los estados de ánimo. El destello del flash desde cámara recuerda a las fiestas de adolescentes, en las que al final siempre aparecía alguien y encendía las luces, decretando que la fiesta se había acabado.
Pocas fuentes de inspiración son tan inagotables y duraderas en el proceso de creación artística como las propias vivencias; cicatrices, traumas, obsesiones y secuelas que han propiciado a lo largo de la historia obras maestras que reflejan las vicisitudes de la existencia de sus creadores. Nan Goldin es una artista documentalista con una cámara fotográfica en la médula y testigo de la triste devastación del sida en la bohemia Nueva York de los 80, la ciudad del pecado, la euforia y la melancolía.
Sus instantáneas son el recoveco donde la belleza imperfecta de sus conocidos y amigos todavía sigue viva, y donde el fulgor y las heridas de su pasado frenético tampoco se mueren nunca. Reina del antiglamour, firme detractora del arte como negocio y noctámbula revolucionaria del género hiperrealista, la obra de Nan ha sido tachada desde sus inicios de escandalosa y provocadora por unos, y alabada como una de las más maravillosas creaciones documentales del siglo XX por otros.
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