Administración de Atrapados por la Imagen
LA VIDA EN LOS ASCENSORES
Con los tres esperando el ascensor, la rubia de la inmobiliaria consideró que todavía había chances. “Es cierto doctor; el precio es una dificultad. Pero imagine en cambio quedarse con el piso 47, no hay muchos en la ciudad que puedan emularlo…” Sonia recibió el impacto con un claro pestañeo, como diciendo seguro, figurar cuesta. Arturo, en cambio, prefirió considerar el mal simulado tono de BBC en castellano como un mero ruido. Una mirada distante le pareció suficiente para significar que de Díaz Vélez casi esquina Hidalgo a ese piso 47 de Puerto Madero había mucho más que un desnivel sobre el mar, así que no contestó.
El silencio envolvente que ocupó el palier cedió cuando el ascensor abrió sus puertas. Entraron, pero se demoró la orden de “salida”. Nada de botones, había que hablarle. Poco edificante para el mal humor de Arturo, que por tener que conversarle al ascensor se sentiría degradado a la condición mecánica. Por suerte lo hizo la rubia de la inmobiliaria y el aparato arrancó. Los mensajes digitales, en ese español nacido de la versión china de Internet, comenzaron su recitado. “Cuidado con las puertas”; “Bajando” y las decenas: “piso cuarenta, piso treinta”. Allí les dio un respiro. “Piso veintiocho” y paró. Resultó un alivio que se abrieran las puertas para que ingresara un joven cuyo aburrimiento subrayó su condición de vecino con mucho kilometraje en ascensor.
Se miraron todos, sucesiva y alternativamente, una modalidad que no harían en edificios públicos, en donde los ascensores son el no-lugar por excelencia. El joven atinó a un “hola” que mereció inmediatas respuestas. Sonia alargó el saludo, seguramente para hacerse notar. “Da gusto escuchar a alguien que saluda, es evidente que en un lugar distinguido hay gente bien educada”. El nuevo la estudió, sopesando su figura. Pensó en sus buenas tetas, pero a boca cerrada. Y nada más. Con todos ya sumergidos en si mismos siguió el recuento de decenas. Cuando se aproximó el cero, o “salida” como suponían que se escucharía, fueron despertando de ese letargo ascensorístico que muchos suelen asumir. Pero sucedió que a pesar de escucharse la palabra esperada, clara y sonora, el aparato no se detuvo. Su descenso se hizo algo más lento; siguió viaje. Tal vez lo habían llamado de los subsuelos, el joven local pareció fastidiado.
Pero todo siguió igual hasta el “piso menos diez”, algo que costó digerir. Cuando luego de unos segundos estirados alguien atinó a susurrar “el edificio no tiene tantos…” ya el ascensor anunciaba “piso menos veinte”. Esto fue suficiente para que los cuatro se abalanzaran hacia el panel de control, que por supuesto no tenía botones. El joven de la casa carraspeó que solo el técnico podía hacer algo más que hablarle, que los usuarios solo podían pronunciar sus destinos. “Salida, salida” de a dos y tres veces repetida fue entonces el inútil intento colectivo de informar al ascensor que querían salir: el descenso continuaba.
Pareció que todo iba a terminar en una de esas crisis claustrofóbicas, con llantos y alaridos, pero el silencio se recuperó cuando iban por menos sesenta. La rubia de la inmobiliaria decidió salir de su papel y aportó una reflexión filosófica. “Supongo que nos vamos a la mierda”. Si bien como información no agregó demasiado, la expresión fue el disparador para que todos abandonaran sus poses. Arturo hizo juego mirando a su mujer con su más elocuente cara de culo, para expresar “fijate adónde nos llevan tus veleidades de bacana”. Sonia acusó el impacto en el “menos ochenta” y devolvió el saque “mirá, el que siempre va para abajo, sos vos, así que aquí estás en tu elemento...”. La falta de respuesta la envalentonó como para agregar un copete. “Pero está claro que esto no es para vos, si hasta Caballito te queda grande”. El asombro con que los miraba la rubia decidió a Arturo a dar explicación. Dirigido a ella, destacó la condición de “marginal de cuarta” en que había encontrado a Sonia cuando la rescatara de la calle. Redondeando, con la voz contenida por el desprecio, agregó “y mirala ahora, gracias a mi guita, agrandada como sorete en kerosene”.
Esta referencia al saber chacarero interesó al joven local, que luego del electrónico “piso menos doscientos veinte” reflexionó. “bueno aquí se aprenden cosas…” para volver de inmediato al asunto que lo preocupaba, el perfume afrodisíaco de la rubia. Cuando Sonia comenzó a gritar incoherencias más fundadas en la rabia que en el miedo, el joven se pegó a la rubia y le cuchicheó que “no sabemos cómo termina esto, así que por lo menos disfrutemos un rato”. Tal vez pensando que la situación era claramente límite, la rubia no solo no objetó el manoseo iniciático del joven local sino que lo bajó al piso del ascensor con llamativa técnica, al tiempo que daba su nombre –Sandra- e inquiría por el del “flaco bombón”. Este, que resultó llamarse Felix, no perdió tiempo alguno y al pasar por menos trescientos ya estaba intimando al máximo con la total colaboración de Sandra. La excitación de ambos iba a tono con la pelea del matrimonio, donde alaridos e insultos se alternaban ya con manotazos y rasguños.
Cuando se alcanzó a escuchar a Sonia que iba a matar al “gusano”. el ascensor en lugar de acercarse a menos trescientos cuarenta, amainó su velocidad de descenso y por último se detuvo. Allí se restableció el silencio, hasta que el aparato los sorprendió. “Salida, cuidado con las puertas”. Que se abrieron. Mientras los cuatro reacomodaban sus figuras tratando de imaginar lo que les esperaba, ninguno se animó a avanzar hacia afuera. Cuando dos personas se dibujaron a contraluz de la abertura, creció el temor colectivo, hasta que uno de ellos les habló. “Nosotros subimos, ustedes ¿salen o qué?.
Un agente del orden diría “los femeninos fueron los primeros en reaccionar”. Tanto Sandra como Sonia se enlazaron con ambos masculinos, y salieron desafiantes a lo que fuera a suceder. En realidad salieron al palier de la planta baja, y de allí al acceso externo de la propiedad donde les fue abierta la reja hacia la calle. Salieron de a dos en fondo, con el matrimonio al frente. Pudo escucharse a Sonia murmurar que “no era exactamente lo que buscamos”. En segunda fila no se hablaba pero proliferaba el besuqueo.
Autor:
Excelente relato Oscar, un simple viaje en ascensor, que parece interminable, dispara situaciones casi impensables en mi propio edificio, jaja, estos sucesos se dan en un termino de muy pocos minutos, pero que parecen eternos!!! me encanto!!!
ResponderBorrarEn un ascensor los personajes ascienden y descienden según la descripción descarnada que nos da el autor de una realidad que roza con lo fantástico. Ascenso y descenso que habla metafóricamente del eje del cuento. Muy bueno!
ResponderBorrarOscar, un relato muy bien llevado, un espacio reducido, pocos personajes... y la imaginación vuela y los hechos se suceden. Te deseo éxitos.
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