Damos comienzo a un nuevo ciclo del "Cuento del Mes" en este espacio la escritora Marta Puey nos contará historias pertenecientes al libro "CASIVEINTE" ¡lanzamiento Inédito online en Atrapados por la Imagen!
Comenzamos este mes con: JACINTA Y LA NIEBLA
Pero antes de sumergirnos en la lectura del mismo, los invitamos a ver y escuchar este pequeño reportaje realizado a la autora donde amablemente responde a nuestras preguntas y nos habla de su obra.
-¿Se encuentran los patrones?
La mujer nos recorrió con la mirada y contestó con otra pregunta:
-¿De parte de quien?
-Dígale a la señora que soy el padre de la Jacinta.
La mujer cerró la puerta. Pasó poco tiempo cuando volvió a abrirse; apareció otra mujer, robusta, que nos miró a los tres y deteniéndose en mi padre preguntó:
-¿Qué te trae por aquí?
-Te traigo a la Jacinta, ya tiene trece años, y… vos sabés una mujer siempre es complicada; con el chico me quedo yo, ya es grande y me puede ayudar.
-Está bien, dejala.
Mi padre, le entregó un pequeño bolso, apoyó su mano en mi espalda y me impulsó; entré por el zaguán que daba a un patio cerrado. Cuando me di vuelta ya no estaban, escuché como la puerta se cerraba con el ruido de su peso. No los volví a ver nunca más.
Al poco tiempo la economía de la familia se fue reduciendo. Un casamiento de conveniencia hizo que mi prima se fuera a vivir a otra provincia; mi primo emigró a la Capital y yo ocupé el lugar de la mujer que nos abrió la puerta el día que mi padre dio tres golpes con el llamador.
En la casa quedamos mi tía y yo consumiendo los días, los meses y los años; ella gozando de la comida que engrosó su figura hasta impedirle caminar, yo, con la rutina de los quehaceres domésticos y al cuidado de ella postrada en la cama.
Una bisagra desprendida de la madera del postigo dibuja la hendija por la que se cuela un rayo de luz; hace foco en medio de mi cara y me despierta sobre el colchón flaco. Duermo en el cuarto de al lado de la cocina; en invierno frío y húmedo, en verano caluroso y mal ventilado. Me siento en el borde del camastro, me froto la cara con las manos, busco las alpargatas, las sacudo vaya que algún bicho haya hecho nido en ellas por la noche, las calzo. Me miro en el pedazo de espejo colgado en la pared; está sostenido por un alambre que lo enrosca y lo sujeta; como los brazos de mi primo cuando me abrazó para despedirse. Me corro para acá y para allá y alcanzo a verme toda la cara y hasta el pelo desde la frente hasta los hombros.
Recuerdo el sueño que se repite por las noches, cada vez más seguido… el bote avanza lentamente en medio de la niebla que, pegajosa, lo envuelve. El chasquido de los remos es el único sonido. Un último chasquido, los remos caen, la niebla comienza a borrarse alrededor del bote, dejando ver como flotan en el agua dos manos atrapadas a ellos, huesudas, lastimadas, que ya no tienen cuerpo. El celaje se va corriendo hasta descubrir por completo la gruesa figura sentada en medio de la barca. No hay lugar para nadie más. La figura va creciendo, se escucha el crujido de las maderas que se abren hasta saltar en pedazos astillados, quedan flotando; envuelta en la niebla se alza sobre el agua y sigue avanzando. Río abajo la corriente arrastra los remos con las manos aún prendidas a ellos…
Tomo la ropa del respaldo de la silla que hace las veces de mesa de luz, me visto, salgo, me lavo la cara en la pileta del patio; el agua fresca me despabila y vuelvo a entrar, me peino y veo algunas hebras blancas que asoman; peino tirante, bien tirante el pelo y hago un rodete en la nuca. Voy a la cocina, abro las ventanas de par en par, de la jarra de leche vuelco en un jarro la cantidad necesaria para calentar junto al café.
El silencio se rompe con el llamado de todas las mañanas:
-¡Jacinta!
-Ya va -, respondo; en la bandeja acomodo el pocillo, la azucarera, las rodajas de pan negro y el vaso de agua. Las pastillas las tiene ella en el cajón de su mesita de luz. Mitad café, mitad leche, tomo la bandeja con las dos manos, voy al dormitorio, golpeo la puerta entreabierta, empujo con la rodilla y entro. El vaho es espeso, acre; los hedores se acumulan noche a noche esperando a que se abra la puerta para huir. Corro las pesadas cortinas y sé que los postigos apenas deben ser entreabiertos. Acostada en la cama con baldaquín, ordena:
-Alcanzame los almohadones, ayudame -le ofrezco el brazo, se toma de él, hago fuerza, se incorpora y se los coloco detrás de la espalda; la cama cruje, despliego las patas de la bandeja y la apoyo en un regazo ganado por el vientre. El cuerpo fofo queda hundido en almohadones y dos colchones que desbordan la pesada cama:
-Andate -, me ordena, salgo y cierro la puerta detrás mío.
Hace años que cuatro veces por día ella come, solo come. Más de cuatro veces al día reclama, con voz ronca:
-¡Jacinta!
Es medianoche, ya estoy acostada; por la hendija del postigo, ahora se cuela el resplandor de la luna que crece a punto de hacerse nueva; con su fuerza disipará la niebla. Un chasquido rompe el silencio de la casa; me levanto. Sin llamar entro al cuarto de ella; la cama ha cedido, las maderas resecas y astilladas rodean los colchones que la soportan. Tiene los ojos cerrados.
Abril de 2017.
San Javier-Córdoba
veoleo42@gmail.com
Foto de tapa: Marta Puey
Diseño gráfico: Laura Jakulis
Atrapados por la Imagen y "El cuento del Mes" Presentan a Marta Leonor Puey.
Pasaron dos años. Hoy él no se pudo levantar y tuve que salir yo con las bolsas.
Marta L. Puey
veoleo42@gmail.com
Obra inédita - No musical
Referencia RL: 2020 - 02914217 - APN - DNDA#MJ
Fotografía: Marta Puey
Diseño de Tapa: Laura Jakulis
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"TIBIEZA"
Iba a primer grado. Ese día al salir del colegio me esperaba la vecina. Se acercó a mí y dijo: “Tu mamá tuvo una urgencia y me pidió que viniera a retirarte”. Volvimos en silencio, entramos a la casa que compartíamos y fuimos a su cocina, allí dijo: “Sentate que te hago la leche”. -No gracias no quiero leche –respondí.
Mayo de 2019
Buenos Aires.
veoleo42@gmail.com
"El Cuento del Mes" presenta: "Un perro chiquito" de Marta Puey.
"UN PERRO CHIQUITO"
Este portarretrato, en el que están los dos, lo voy a poner en la mesita de luz, así cuando escucho ruidos y enciendo la luz del velador los veo. Ahora voy a comprar el collar y la correa, Me prometieron que esta tarde, traen el cachorro que adopté.
Marta L. Puey
"El Cuento del Mes" presenta: "Frente al Lezama" de Marta Puey
En Julio Editorial Online de Atrapados por la Imagen, se complace en presentar: "Frente al Lezama".
Desde Marzo, en nuestro segmento "El Cuento del Mes", hemos iniciado este ciclo, con un éxito extraordinario, valorando las visitas de los amantes del arte literario, que mes a mes se suman para disfrutar de las historias compartidas.
Agradecemos, a todos ustedes, por su constante apoyo.
Administración de Atrapados por la Imagen
Andrés entra al bar por la puerta de la esquina; saluda con un gesto a Don Cosme y se dirige hacia la mesa de al lado de la vidriera; se sienta, mira la madera color marrón gastado marcada con estrías entrelazadas por el paso del tiempo; no pasa mucho tiempo cuando Tulio sirve el pocillo de café humeante, perfumado y desliza la copa de ginebra. Al mismo bar su padre concurre los domingos a jugar la partida de truco. Andrés, allí, de lunes a viernes gasta su tiempo entre cafés y partidas de billar hasta la hora en que don Cosme cierra las puertas y apaga las luces.
Con los amigos del barrio se encuentra cada vez menos, ellos van eligiendo una vida normal como dice su madre; para ella casarse, tener hijos y un trabajo digno es lo normal. Él nunca lo entendió. Toma el café, la ginebra y da tiempo a que esa tarde noche pase Estercita.
Tiene una servilleta escrita con cuatro líneas que dicen:
El parque dibujado por senderos caprichosos
derrama perfumes que se mezclan
provoca a los duendes
evoca los recuerdos, enreda a las parejas….
La ve pasar, espera a que cruce la calle hacia el parque y la alcanza. A su lado siguiéndole el paso le pide que se detenga; mira con devoción sus esquivos ojos claros y acariciándole la mano le deja la servilleta doblada en cuatro. La idea es entregarle un verso por encuentro. No pudo enredarse con Estercita. Ella es normal.
Dos o tres veces por semana empieza a estacionar frente al café una coupé negra con paragolpes y faros cromados. El que la conduce baja y camina lento rompiendo el aire tranquilo del barrio. Por su porte y estampa se nota que viene de otro lado; elije la mesa del rincón, se sienta, pide un whisky, fuma, mira de vez en cuando su reloj que es de los importantes y pasado un rato se retira.
Andrés sentado espera a que Tulio le sirva el café y la ginebra. Lo ve estacionar la coupé y entrar oteando el salón. Esta vez viene directamente a su mesa, se detiene a su lado y le dice: pibe, ¿me puedo sentar con vos? Así empieza la relación. Le habla de negocios importantes, desliza preguntas personales y va ganando su confianza. En el último encuentro, como sacada de la galera, hace la oferta: son cuatro camiones por semana, tres de día, el último, en el de la noche… es cuando la ves toda junta. Se lleva el cigarrillo a la boca, lo aspira, expulsa el humo hacia arriba y remata la oferta diciendo: tenés la oportunidad de salir de esto, pensalo, pibe. Termina el whisky, deja una tarjeta, paga la consumición de los dos, se levanta y sale. Andrés sigue con la mirada la coupé negra hasta que se pierde en la avenida.
Sobre el portón de entrada al depósito un cartel dice: Servicio de Transporte a Corta y Larga Distancia. No más entrar, a la derecha, está su oficina. Sentado detrás de un amplio escritorio, con camisa de seda gris abierta hasta la mitad del torso y recostado de medio lado en el confortable sillón, Andrés controla los servicios.
De vez en cuando pasa por el café; ahora llega en un Falcon rojo con cromados impecables, lo estaciona, entra por la puerta de la esquina, saluda a don Cosme y se sienta a la mesa de siempre. Cuando sale y se topa con alguno de los amigos que miran de reojo el auto y le preguntan cosas como: se te dio la buena Andresito, o: ahora te vemos menos, ¿en qué andás?, con evasivas y una palmada en la espalda del interlocutor de turno sale del paso sin dar explicaciones. No se las da a los obstinados interrogatorios de su madre, menos lo hará con el resto.
Hace más de un año que despacha camiones. Esa noche cuando el cuarto camión estaba por partir llega la policía. Allanan la oficia, buscan inscripción, registro, remitos y otros requerimientos emparentados con el mundo de lo normal. Él solo atina a decir: ¡paren!, pero ya tiene las esposas puestas y lo empujan adentro del patrullero.
Andrés por las noches sueña que camina por calles adoquinadas, entra a un sitio sin ventanas, se sienta en un rincón, le sirven café sin aroma y la copa de ginebra no hace ruido al deslizarse sobre la mesa… Despierta en el camastro del calabozo compartido.
La condena es larga, no delata a nadie. Traicionar no es de hombres. El único que lo visita es Tulio; por él sabe de la muerte de don Cosme y de la de su madre, que el padre se jubiló, vive solo y ha dejado de ir los domingos al café. Espera que entre los comentarios que hace Tulio surja el nombre de Estercita; se la imagina casada con hijos, pero nada sabe de ella y preguntar esas cosas tampoco es de hombres.
Tulio en la vereda de enfrente del penal lo espera el día que recupera la libertad. Se acerca y le dice: vamos maestro, la vida es así. Para un taxi, suben y le escucha decir en voz baja: usté no puede llegar al barrio de a pie. Llegan al bar, lo lleva al patio, suben la corta escalera, abre la puerta, con la mano le insinúa que pase y le dice: el lugar es suyo por el tiempo que le haga falta, es la piecita donde dormía don Cosme, le acomodé la cama, comida ya sabe que en el bar no le va a faltar.
Una semana necesita para hacer coraje y golpear la puerta que demora en abrirse; aparece la figura del padre apoyado en el bastón: ¡Andresito volviste, que largo fue el viaje!, entrá vamos a la cocina, tu madre fue a comprar algo, no sé por qué últimamente tarda tanto en volver. El padre con torpeza cierra la puerta de chapa sacudiendo con el ruido el silencio pesado y oscuro de la casa.
Andrés vuelve al bar los días de semana por las tardes. Tulio detrás del mostrador le hace un gesto de bienvenida. Solo, entre gente con celulares pegados a los oídos, espera que el mozo le traiga el café y la ginebra. A la tarde noche se retira a su casa.
Los domingos después de almorzar llegan los dos, entran por la puerta de la esquina; el padre apoyado en su brazo y con el bastón en la otra mano señala el camino hacia a la mesa, se sientan. Andrés mira el parque, observa como por detrás de los árboles crecen torres vidriadas. El padre apoya en la mesa las manos dibujadas de azules venas entrelazadas cuidando que el bastón no caiga al piso. Andrés sabe que traerán dos cafés, la ginebra y la grapa para el padre que ansioso repiquetea los dedos sobre la madera de color marrón gastado, repitiendo en voz baja: los muchachos todavía no vinieron, la partida de truco ya tendría que haber empezado.
Marta L. Puey
Abril de 2018
Buenos Aires
El Cuento del Mes Presenta: - "TELARAÑA" - Marta Puey
Queridos amigos, este mes los invitamos a disfrutar una nueva entrega de "CASIVEINTE",
obra inédita de la escritora Marta Puey.
En "Octubre" Editorial Online de Atrapados por la Imagen, se complace en presentar: "TELARAÑA".
Agradecemos a cada uno de ustedes por sus visitas y valoraciones.
Afectuosamente
Administración de Atrapados por la Imagen
Se detuvo en el marco de la puerta. De espaldas a él sabía que me miraba esperando una respuesta a su muda demanda. Golpeó el piso con el bastón para decir: aquí estoy. Volteo, lo miro y sin hablar pregunto. Con palabras que sonaron a tañidos dice: es la hora de mi baño.
Con mis manos hinchadas por el brote artrítico hincadas en la mesada húmeda respondo resuelta: báñate. Hamaca su cuerpo, apoya en el bastón el medio lado inutilizado por el ACV, y reacomodando en el otro medio lado útil, gira y se encamina hacia el baño. Me seco las manos con lentitud y aguardo su segunda demanda que no tarda en quebrar el silencio de la casa: ya estoy en el baño.
Al principio nuestro mundo estuvo poblado de palabras y de frases que nos envolvían tiernamente; los años las convirtieron en reproches hoscos y más tarde en una telaraña que nos enredó en diálogos mudos. Consiente de su inhabilidad histórica, ahora desnuda por la enfermedad precisa, me acerco a él y comienzo a desvestirlo, cuando termino abatido dice: sostenerme no ves que me puedo resbalar; le doy la mano, abro la ducha, enjabono la esponja y comienzo a frotar su cuerpo con la energía del enojo contenido percibiendo el miedo con que se aferra a la agarradera del baño para no resbalar, agacha la cabeza con la mansedumbre de la entrega, dejo la esponja de lado y con las manos lavo su escaso cabello.
Lo seco, lo visto y lo acompaño hasta la cama; cuando lo tapo y apago la luz le escucho decir: así no podemos seguir, ya nos estamos odiando. Salgo al balcón, enciendo un cigarrillo, lo aspiro lentamente. Escucho el latir sosegado de la ciudad alterado de vez en cuando por el borboteo de los autos sobre los adoquines, siento la brisa suave de la noche sobre mi piel, miro el cielo.
Los recuerdos merodean. La niña mujer preparando su tazón de leche caliente en las mañanas frías de la casa silenciosa; la adolescente mujer acomodándose a un cuerpo con señales que nadie le había advertido, la mujer mujer partiendo temprano y puntual para no perder el presentismo, y él aplicando sus aptitudes en el espacio casa hogar. Y lo hacía. Y cuando volvía me esperaban los tres con la casa en orden a la que yo veía con las fauces abiertas demandando las necesidades de otro y otros días que se sumaron a los días y años de toda una vida buscando la ponderación del entorno.
Y un día cuando la sangre se fue entibiando sentí que no me alcanzaba la ropa para abrigarme. Lo que queda del cigarrillo lo hundo en la tierra del macetero y entro. Voy a la otra habitación, la que fue de Julito y me acuesto en su cama, miro el reloj, dos de la mañana, en San Pablo él dormiría.
En Madrid siete de la mañana, Claudia estaría preparando a los chicos para llevarlos a la escuela y seguir a su trabajo. Prometieron venir para fin de año. No concilio el sueño, me levanto camino por el pasillo y me detengo bajo el marco de la puerta del dormitorio; en la penumbra veo cómo, con el brazo útil corre la sábana y acomoda la otra almohada.
Marta Puey
Octubre 2016
Buenos Aires.
"Tres Almas"
Un cuento de
Marta Puey
En un austero y confortable living ojeaba una carpeta sentado en un sillón frente al hogar de leña; la espalda erguida, la cabeza rapada. Su mirada color acero se detuvo en tres expedientes, tres de otros tantos informes realizados en el cumplimiento del deber. Con el rostro complaciente y el pulso firme los sostenía.
〃Su boca esbozaba una mueca de placer; allí estaban documentados ciertos recuerdos. Uno a uno los sacó de la carpeta, los estrujó y arrojó al fuego. La chimenea eructó un fantasma de humo negro que elevándose al cielo gris sin tiempo perdió su forma.″
En otro lugar, sentada en una pequeña silla de madera tejía de memoria mientras repetía: “uno arriba, uno abajo, uno arriba, uno abajo”, con la mirada fija en tres almas queridas que colgaban de una hebra de humo negro.
Marta Puey
Mayo 2003
Buenos Aires.
CASIVEINTE
Cuentos Cortos
Obra inédita - No musical
Número RE: 2020 - 02914244 - APN - DNDA#MJ
Referencia RL: 2020 - 02914217 - APN - DNDA#MJ
Fotografía: Marta Puey
Diseño de Tapa: Laura Jakulis
Atrapados por la Imagen y "El cuento del Mes" Presentan a Marta Leonor Puey.
Queridos amigos, este mes los invitamos a disfrutar una nueva entrega de "CASIVEINTE", obra inédita de la escritora Marta Puey.
En "Diciembre" Editorial Online de Atrapados por la Imagen, se complace en presentar: "IGUALES - CASAS - IGUALES"
Agradecemos a cada uno de ustedes por sus visitas y valoraciones.
Afectuosamente.
Administración de Atrapados por la Imagen.
IGUALES-CASAS-IGUALES
Pedrito viene caminando debajo de un techo azul, rodeado de sierras verdegrises y alumbrado por un sol que solo se esconde a la hora de ir a dormir. De la mano de su abuela salieron del rancho; allí quedaron el gato, dos perros, las gallinas, el gallo y las cabras encerradas en el corral. Están llegando junto a su mamá y dos hermanos a la Villa de Santa María de los Comechingones.
Es domingo de Pascua. Las celebraciones de Semana Santa están finalizando, la campaña electoral empezó y las autoridades hacen entrega de las prometidas viviendas sociales a los vecinos del lugar, la consigna es cambiar ranchos por casas dignas.
Sus abuelos están entre los favorecidos; esperan a las autoridades en la angosta calle a la que asoman a ambos lados, iguales casas iguales. Llegan las autoridades apretando manos, palmeando espaldas y llaves en mano, que entregan a cada familia junto a un huevo de Pascua. Pedrito lo lleva en la mano y entra a la igual casa igual preguntándose de que animal saldrían de ese color y envueltos. Sigue a su abuela, a su mamá y a sus hermanos. Ve camas de dos pisos; escucha que allí dormirá él, sus hermanos y su mamá, va a la cocina, observa como de un cañito sale agua que cae en una pileta y se va por un agujerito quién sabe adónde; el agua que sale de la canilla del patio de la escuela se va por una zanja y se pierde a lo lejos. Escucha al hombre que le dio la llave a su abuelo diciendo: ahora podrán matear en la cocina, este es un lugar seguro libre de vinchucas. Pedrito, camina unos pasos y llega al otro lado de la casa; el otro lado se termina ahí no más, tres paredes grises lo dibujan sin dejarle ver lo lejos; busca al animal que pone esos huevos oscuros y envueltos, no lo encuentra; vuelve a mirar y piensa en sus gallinas las que quedaron en el rancho; ellas ponen huevos blancos o rosados. Vuelve a entrar a la casa, la abuela da órdenes, su mamá carga bolsos, sus dos hermanos se trepan a las camas, la luz del sol se va apagando y nadie prende candiles, porque en esa casa, del techo cuelga una luz como la del almacén de don Chichilo. Se sienta en la cama de abajo y mira el huevo envuelto, no deja de mirarlo, lo mira ya sin escuchar el ruido de la casa... Sale a caminar por la calle angosta, sigue caminando largo rato, llega al rancho, allí está el horno donde su abuela cocina el pan, el cabrito; las gallinas vienen a su encuentro, busca y llena sus bolsillos de huevos rosados, blancos, se sienta a la sombra del tala, levanta la cabeza y ve ese techo de hojas que el viento hace ondear, luego mira a lo lejos, y de vez en cuando a la puerta del rancho, espera que su abuela salga a matear debajo del tala.
Los ojos fijos ahora están en una ventana por donde entra el sol, se levanta, se asoma; ve que lo lejos está tapado por las tres paredes grises, se da vuelta y en la cama observa un envoltorio marrón y sin forma, piensa quien dará de comer a sus gallinas.
Marta Puey
Abril de 2017.
Mucha realidad en lo se va contando en la vida de ese niño, en un ambiente tan adverso para poder dar el salto.Demuestra los deseos , y la esperanza de dar el gran paso en su vida.
ResponderBorrarGracias Isabel Sabino por tu clara y sentida interpretación de esta historia
ResponderBorrarMuy buenos los dos cuentos. Me gusta el estilo, donde no todo se dice. Me encantaron!!
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