ATRAPADOS POR LA IMAGEN
Cuentos y Relatos Presenta a...
patricia balda
"Artista de Atrapados por la Imagen"
en...
"MONJA"
"Cuento inédito para Atrapados por la Imagen"
Edición: Editorial Atrapados por la Imagen
RL-2022-18030193-APN-DNDA#MJ
Registro de propiedad intelectual
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"MONJA"
El la acaricia y ella cierra los ojos.
-¿Efectivo o tarjeta?
-¿Efectivo o tarjeta? - repitió la cajera y al hacerlo su voz sonó chillona, imperante como la de la hermana Isabel. Sí como la de la hermana Isabel, y en lugar de activarla la paralizó más. Paralizó es un decir, porque ella temblaba y sus dientes repiqueteaban una melodía desagradable por lo vieja y repetida. Luego sintió cómo un sudor helado le nacía en la nuca y se deslizaba por su espalda. Tembló aún con más fuerza y tuvo miedo de hacerse pis. Ya había cumplido 36 por eso peleó, no iba a llorar. Fue entonces que alguien dijo.
-Tarjeta.
Sin dudar la cajera arrebató el plástico de la mano de ese hombre, disciplinado y obediente, que ya había comenzado a guardar las cosas de ella en una bolsa. Pero la cajera se negaba a darle un minuto más.
-Muévase, camine, la gente espera. -le ordenó sin mirarla; tenía en su mano una rejilla que olía a lavandina.
Al escuchar “vamos” ella giró su cabeza buscando la voz.
-No sé tu nombre y ya estoy pagándote la compra y cargando tu bolsa - se lamentó él.
Así se conocieron, no recuerda la otra parte, la parte en la que comenzó a caminar y salieron del supermercado.
Ahora están desnudos, la cama es ancha, él la acaricia y la planta del pie de ella explora la sabana buscando dónde está más fría. Al encontrarla se le eriza la piel. Le gusta la sensación que le provoca no sabe bien porqué, pero le gusta. Antes no, antes tenía sabor a sacrificio. Él le confesó que no fue en la caja, que ya la había visto en la góndola de los yogures, que lo atrapó su pelo rojo, -cobre - lo corrigió, y sus ojos verdes, -esmeralda, está segura que a corregirlo. Le preguntó por qué lo llevaba tan corto. Entonces ella le dijo que no había tenido otra opción y él quiso saber si había estado enferma y ella le dijo: - algo así. La evasiva no lo detuvo -Parecías pérdida y asustada, te veías muy pálida, como si volvieras de la muerte -. Insistió él.
-Muerte -, murmura y su voz rebota en la penumbra de la habitación pero él no la escucha, la acaricia. Ella se deja llevar mientras repite y recuerda cada palabra dicha aquella tarde. Lo hace y las saborea, se deleita repitiéndolas. Abandona el silencio con los ojos y los poros abiertos, pero no lo nota, sin quererlo su cabeza se pierde en los recuerdos.
Al salir del supermercado comenzó a tranquilizarse y poco a poco dejó de temblar. Entonces, extendió el brazo reclamando su bolsa y buscó la billetera. Hasta ese momento quería pagar e irse, sobre todo irse, él no.
-Cómprame un helado y quedamos hechos - le dijo reteniendo la bolsa en una de sus manos y señalando la heladería. Como no encontró las palabras para negarse aceptó.
-Dos cucuruchos, aquellos- señaló -los más grandes.
Ella escuchó incrédula, eran enormes.
-Así duran más - le explicó sonriendo, también le dijo que pidiera chocolate, para que sean una verdadera fiesta deben tener mucho chocolate. Luego él se concentró en hablar y ella en el helado. En los dos helados.
Siente como le muerde los labios y regresa o tal vez no sea así. En verdad no sabe que sucede primero, si siente y después regresa o al regresar siente. Quizás no importe. Ella está ahí, la cama es ancha y suave, le agrada; eso sí importa. Él, ajeno, la besuquea, explora con la lengua el interior de su boca. Es una lengua jugosa, dulce y atrevida al mismo tiempo, sabe a helado de chocolate. Pasivamente lo deja hacer, no es dura, no es de madera, no la inmoviliza, no la anula, la invita, eso la invita. Se le seca la garganta, sus manos arrugan la sábana y su lengua dormida se despierta, se mueve, responde. Las palabras que la mordaza de madera alguna vez doblegó vuelven, pero a destiempo, cuando él libera su boca ella susurra.
-En el infierno, antes de vos, el infierno.
La tarde que le presentó a sus amigos, jugando al poeta, él afirmó:
-Es etérea como un ángel, puro misterio como una diosa, es mi bella durmiente. No se rían, no exagero, hasta ayer desconocía la existencia de Netflix, YouTube y WhatsApp. Habla poco y me atrae con la fuerza de un tornado. No sé dónde estuvo antes. Antes de mí.
-En el infierno, antes de vos, el infierno. Pero no la escucha, está en su espalda, la recorre y en el andar va dejando un camino húmedo y sinuoso. Ella cierra los ojos, los aprieta para contener las lágrimas. Las mismas que guardó cuando era su lengua la encargada de trazar en el piso de granito otro camino también húmedo, húmedo y amargo. Sabe que él no ignora sus lágrimas. Que aprendió que van y vienen, que brotan de un lugar oscuro. Algún día le contará, ahora sería una locura. ¿Cuántas cruces dibujó? Mejor no saberlo, por su bien dejó de contarlas, dieciocho años es mucho tiempo, de eso no tiene dudas.
No volvieron al supermercado pero sí a los helados. Helados en el parque, en la costa, con mucho chocolate para convertir el encuentro en una fiesta.
La primera vez que la llevó al río se sentaron en una banca muy cerca del agua. El río estaba picado por el viento y las olas lo salpicaban aquí y allá con una espuma blanca. Él, le explicó que corría con más fuerza de la habitual y que se debía a la cantidad de agua: -más caudal, más fuerza, llovió mucho esta primavera -. Eso dijo, si eso y entonces, ella pensó en preguntarle por el viento, pero no lo hizo. Solo miró y miró, el río, las plantas de la otra orilla, los montoncitos de espuma blanca y una canoa que cruzaba lenta como con pereza. Ver como el paisaje cambiaba le dio una rara sensación de bienestar. Fue en ese momento que pensó, todo cambia y lo que no cambia pasa. No, no pensó; dijo, porque él volvió su cabeza para mirarla, lo recuerda bien, y lo hizo de una forma muy íntima, poco después le susurró: -puro misterio como una diosa, fue tan bajo que casi no lo escuchó.
Él extendió el brazo derecho y señaló la canoa, estaba llegando a la otra orilla, casi no se veía. Apenas pudo oírlo: -voy a cortar una a una tus amarras, lo juro-. Estuvo a nada de decirle que no se debe jurar en vano, pero él la besaba y cuándo él la besa, ella se distrae y él la atrapa. La atrapa, la arranca, la despierta, cuando la besa o la acaricia y la está acariciando; sí las nalgas, culo, supo corregirla él, de este lado de la vida le decimos culo. La acaricia y sin titubeos recorre sus cicatrices. Látigo, tiento, penitencia, perdón, castigo. Cómo contarle, cómo decirle. Siente vergüenza, aborrece lo que las cicatrices cuentan. Pero el las acaricia, lame sus heridas y ella sana. Siente que se quema y vuelve al río, a la canoa cruzando el río, lenta, perezosa, pero sin detenerse. Cómo las manos de él que tampoco se detienen, que avanzan, que provocan, que recorren sus muslos y se hunden en su sexo. Entonces su espalda se arquea, se tensa, vibra, y son otras las palabras, pero ella aún no lo sabe. El soltó sus amarras
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Una mujer, entre el infierno y la pérdida del paraíso y la inocencia.
ResponderBorrarUna historia que retrata una relación marcada por posesión y vulnerabilidad, donde ella se ve atrapada entre su historia del pasado y el atreverse a una nueva atracción de sensaciones nunca antes experimentadas; sin embargo, trata de luchar por lograr su autonomía. ¡¡Patricia, tu cuento es maravilloso, lograste explorar un tema del que muy poco se habla!! Felicitaciones, querida amiga, y muchas gracias por participar en Atrapados por la Imagen.
ResponderBorrarExcelente relato, Patricia. Felicitaciones! Cuánto dice sin decir. Cuánto deja entrever de una vida, no vivida al fin. Cómo es el destino, el universo, para dejar su infierno, para notar que estaba realmente en un infierno, sólo le hizo falta ir a un supermercado. Bueno...no fue casualidad...
ResponderBorrarMe encantó, muchas gracias por compartirlo en Atrapados. Abrazo grande, Patri.