Cuentos y Relatos
Presenta:
“Travesía de una apuesta”
Del Escritor:
mario kelman
"Artista de Atrapados por la Imagen"
Ilustración:"El alquimista"
Edición: Editorial Atrapados por la Imagen
RL-2022-18030193-APN-DNDA#MJ
"Travesía de una apuesta"
Mario Kelman
Ha pasado el tiempo
No obstante, el paisaje se mantiene idéntico.
El aire límpido transparenta los colores haciéndolos más suaves y de tonalidad pastel.
La noche aloja el descanso plácido de las gentes del poblado. Lentamente, comienza a batirse en retirada ante los primeros asomos del amanecer.
Las callejas serpentean adormiladas, separando los grupos de casas con paredes de ancha roca y bajos techos color blanco calizo.
La escena luce espectral por la nube de polvo que flota en el aire, se traslada y deposita en cuanto resquicio y superficie encuentra a su paso.
Sólo la torre vigía está iluminada y despierta.
La ventana abierta refulge iluminada por la luz cálida de abundantes candiles, cuyas llamas languidecen, acunadas levemente por la brisa matutina.
En el interior, nuestro querido y buen personaje.
El viejo alquimista de barba nívea tan larga cuanto cavada es su calvicie. De gestos ampulosos, se vuelve atolondrado cuando su actividad febril lo lleva a las puertas de un nuevo descubrimiento.
Aunque, francamente, sus hallazgos nunca han sido ni generosos ni abundantes, en comparación con sus apasionados y desbordantes espasmos.
Durante años se aplica a la búsqueda infructuosa de la fórmula que convierta el plomo en oro.
Luego de mil intentos fallidos, llega a una conclusión imbatible.
¿Por qué motivo poner tanto esfuerzo vano en hallar oro y alimentar decepciones que laceran su narcicismo?
La respuesta es obvia. Se trata de obtener la felicidad a través de la riqueza.
En consecuencia ¿para qué gastarse en la producción de oro y por qué no dedicarse directamente a obtener la fórmula de la felicidad?
Una profunda emoción lo invade desde la punta de las extremidades hasta los tuétanos, inflamando el aire inhalado en su pecho. Los latidos del corazón se aceleran e impulsan la sangre por sus arterias, hasta resonar a tambor batiente en sus sienes.
Henchido de orgullo, se siente el pionero de la filosofía de su época. Está convencido de que sus razonamientos nutrirán la lógica política de los gobernantes que vendrán, destinados a ganar autoridad sobre sus pueblos.
La gran canallada de una modalidad política que persevera en no resolver los impasses del fracaso repetido de la impostura del amo.
Nada menos que prometer la felicidad a cambio de la obediencia y la devoción del rebaño.
¡Eureka!
Incapaz de mentirse a sí mismo, no habrá de ocultar que, junto al frenesí del entusiasmo, crece la bestia desmesurada del miedo. Irrumpe un pánico terrible al tomar conciencia de su conclusión y el poder tremendo que surge del hecho de llegar a ser el dueño de la fórmula de la felicidad.
O al menos, simular que es dueño de un saber que le otorga el poder de donar o privar de semejante bien.
¡Un Amo en todos los sentidos!
Quién tiene esa clave puede dar o quitar la felicidad.
Nada menos.
Pero ¡qué canallada vil a cara descubierta!
Encerrado en sus cavilaciones, finalmente resuelve el dilema.
Definitivamente, encontraría la fórmula de la felicidad a condición de mantenerla en el más estricto de los secretos.
Sintiéndose aliviado, sopesa con regocijo que sólo él cuenta con una enorme ventaja. Dispone del instrumento único que le permite rastrear en la historia de la humanidad y en el futuro, las claves de la felicidad: su portentoso e inigualable visor epocal.
Decidido, pone manos a la obra. O mejor dicho, ojos al trabajo.
Introduce los algoritmos de búsqueda y observa sentado en su taburete con respaldo a medida.
Inicia su búsqueda con enorme entusiasmo y fruición, en un recorrido extenuante por uno y mil intentos. Su avidez crece hasta el paroxismo, luego tropieza y finalmente decae. Renueva su ánimo templado e insiste para decaer nuevamente.
Es la historia de una búsqueda que no cede, pero mengua en cada fracaso.
Recorre expectante la antigua Grecia explorando la vía de la Virtud, para confirmar con desesperación el espectáculo de su corrupción en vicio y la distancia irreductible entre el mundo de los ideales con su reverso siempre oscuro y las personas de carne y hueso.
¡Ah! Los contrastes…
En la Europa Medieval se ve seducido por la vía mística.
Se interna de lleno en el enigma culmen del éxtasis.
Para una mejor comprensión de los hechos, decide emular la consagración donando su cuerpo a la vivencia.
Inmóvil, de rodillas con los brazos apoyados en el pupitre, la espalda levemente erguida y la mirada serena alzada, insondable.
Puro punto de mira sin destino, se dirige al Superior con una mirada que florece y expande en un rocío tornasolado que resbala hacia lo inconmensurable.
Un brazo se pliega, la mano depositada sobre el corazón y la respiración se prolonga en la oración susurrante.
La escena cuelga de una vacuola en un tiempo que apenas transcurre sin interrupciones, se pliega y despliega suave.
Los bordes se enrollan y apergaminan, los colores empalidecen y viran a un amarillo bronce que decae en un sepia añejo fuera de los tiempos.
Luego de un minucioso seguimiento comprueba con amargura que la experiencia inevitablemente conduce a un peligroso extravío tan aciago como infinito.
Nuestro querido alquimista evita su caída y su pérdida definitiva, saliendo de tan profundo trance.
Se tambalea y balancea mecido por mareos, con pasos atolondrados para un lado y para otro. La cabeza aún en alto mira el vacío. Ambos ojos enrojecidos por el esfuerzo, abiertos y sin pestañear, con pupilas dilatadas carentes de visión.
La náusea golpea su estómago y el vacío oprime su pecho.
Pobre aprendiz de brujo que se propone de conejillo de Indias, experimenta con su miserable humanidad. Se consuela pensando en la nobleza de su propósito.
No obstante, piensa en el siguiente intento y se reconforta: la búsqueda de la felicidad a través de hundirse en los terrenales placeres dionisíacos.
Se recupera y relame. ¡Al fin un experimento atractivo!
Con pasos quedos se dirige al gran salón y se asoma entre los pesados cortinados. En ambas paredes laterales, las antorchas proveen luz y el centro está ocupado con una pesada mesa de madera con manjares de todas las especies imaginables, jarras con vino, pesados vasos de fondos inagotables y sedientos, y platillos con enigmáticas sustancias de distintos colores.
Sillones, divanes y almohadones dispuestos estratégicamente, donde descansan voluptuosas bacanales de mirada invitante y sugerente.
Una vez más, el intrépido alquimista anuncia con un grito estentóreo su decisión de sumergirse en la gran fiesta. Junta ambos pies de puntilla, toma impulso y se arroja a los placeres más intensos, en aras de su descubrimiento científico. Navega así en un mar de sensibilidades y materialidades que se tornan indiscernibles en un trasiego irrefrenable.
Días y noches se suceden ya sin cuenta y nuestro personaje, llevado al borde de su férrea resistencia por la infernal danza de sensaciones, cae vencido por un profundo sueño.
Amanece.
Con los aires del nuevo día, llegan exquisitos aromas de jazmines y los suaves acordes de una música que armoniza los sentidos.
Qué mejor vía para acceder a la felicidad que las artes y la belleza capaces de subyugar las almas. ¿Acaso hay período de la humanidad más relevante que el Renacimiento cuyo legado aún constituye un testimonio inigualable que lo prueba?
La mente incansable del experimentador trabaja sin descanso. Toma argumentos en un sentido y en otro, piensa y desespera.
Si bien hay hombres y mujeres que hasta en la adversidad y con sus raíces sumergidas en los más hondos sufrimientos, han sido capaces de obras de arte exquisitas; también encuentra un desmentido que derrumba sus esperanzas sin haber llegado a una respuesta que ponga fin a su tormento. El visor epocal le abruma con imágenes históricas de civilizaciones de arte y cultura elevada y refinada que han sido capaces de los crímenes más horrendos y crueles. Responsables de matanzas aberrantes donde se da rienda suelta a satisfacciones oscuras y prohibidas.
Con el advenimiento de la modernidad, adscribe a los grandes relatos y a las utopías.
¿La felicidad se alcanza en el sacrificio estoico de entrega a un Ideal absoluto?
¿La felicidad será una utopía?
Por ende ¿inalcanzable y sólo presente en el hurto del presente y en su postergación?
Pero el sueño americano luce como una utopía realizable.
Una vida exitosa a través de la exaltación individual.
¡Esto luce promisorio!
Nuestro inefable alquimista rastrea en la publicidad de época el acceso a la felicidad
El sabor de la vida es la bebida Cola.
Luego de beber litros de bebida marrón y sentir el paso cosquilleante del gas por el garguero, descubre con extrañeza que pasa el tiempo y nada cambia en su vida.
Siguiendo los consejos publicitarios, la clave pareciera ser la alimentación saludable.
Así ingiere en una sucesión sin interrupciones, cantidad de frutas, carnes magras, pescado, cereal integral, galletas de arroz, legumbres, frutos secos, productos diet, suplementos con vitaminas, fibras, minerales, antioxidantes, arroz integral, quinoa, avena, lácteos desgrasados, porotos, lentejas, garbanzos, gelatinas y postres sin azúcar, gaseosas zero, estevia, semillas de sésamo, chía, girasol, calabaza, girasol, lino, amapola, sarraceno, hinojo y amapola, cápsulas de omega 9, nueces, alimentos ricos en melanina, melatonina, betacarotenos, suplementos dietarios minerales: magnesio, zinc, magnesio, calcio, hierro, yodo y flúor, energizantes como jalea real, valeriana, ginseng, jengibre, té matcha y cafeína.
Finalmente, nuestro héroe incansable reposa desgarbado sobre el sillón en un rellano de la sala. El vientre prominente con una hinchazón insoportable y tremendamente adolorido.
La boca seca con la lengua inflamada por el aluvión ingerido colgando hacia afuera.
Aunque, nobleza obliga, ha de reconocer que la alimentación saludable contiene un atributo mágico que modifica las materias. Su espíritu crítico aún mantiene la honestidad intelectual, porque como refiere el dicho “lo que es del César, es del César”.
Un claro caso de transmutación de elementos.
La alimentación saludable tiene la extraña capacidad de transformar el sabor de los alimentos en sabor de remedios.
El rostro demacrado, ojos inyectados en sangre enmarcados por profundas ojeras violáceas, respira apenas por la boca abierta, ya sin fuerzas para cerrarla; brazos en jarra sobre los laterales del sufrido asiento, la espalda encorvada por el esfuerzo hecho y piernas sin tono muscular.
Con un último esfuerzo sostiene con las puntas de los dedos un ejemplar de Selecciones del Reader´s Digest, en cuya portada se deja leer el título que reza “Cómo ser alguien víctima de un tsunami, abducido por un ovni, alcanzado por rayos y centellas.….y ser feliz!”
¿Será que al hombre sólo le está permitido el acceso al consuelo ante la infelicidad?
Con un postrer suspiro su último pensamiento repara en que su búsqueda ha sido infructuosa pero sostenida en empujes continuos que casi le cuestan la vida.
Concluye que su experiencia demuestra que la búsqueda de una satisfacción que perdure desemboca en forzamientos y excesos.
Al fin un destello de luz comienza abrirse paso en las penumbras de su exigida mente.
La felicidad tiene sus límites, sus tiempos, su duración.
Al fin, habrá que aceptar que se trata sólo de momentos… momentos…. momentos de lo logrado de una apuesta.
Todos los Derechos de Autor y Propiedad Intelectual, pertenecen a:
Diseño: Laura Jakulis
Edición: Editorial Atrapados por la Imagen

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.





La búsqueda, frenética, obsesiva sumada a la obediencia, de las fórmulas que nos garantiza la riqueza y/o la interrumpida felicidad, nos convierte en una caricatura masiva a merced de atractivos pastores.
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