Capilla Presbiteriana de St John
El 27 de marzo de 1854 se coloca la piedra
fundamental de la Capilla Presbiteriana Escocesa, bajo la advocación de San
Juan, en la actual Ruta 53 (Paraje la Capilla), antiguo camino de tierra a
Chascomús.
La Capilla Presbiteriana de St John es la
primera de las tres del culto presbiteriano construidas en zonas rurales, las
restantes fueron la ubicada en Jeppener (hoy demolida) y la ubicada en
Chascomús que fue restaurada. La capilla de St John está ubicada a 12
kilómetros de las vias del ferrocarril Metropolitano sobre la ruta No. 53 en
Florencio Varela.

Mujeres, niños, hombres, en su gran mayoría jóvenes, llegaban en busca
de porvenir a una ciudad desconocida, simple punto de partida para su
residencia futura, en la ilimitada llanura bonaerense.
Desembarcados en pesados carretones que los llevaron hasta la orilla, los colonos emprendieron el viaje hacia lo desconocido, algún lugar al sur de la naciente urbe, algún lugar que era el norte en el que habían depositado su esperanza.
Llegaron en son de
paz, para aportar su trabajo a esta tierra nueva que les abría un camino de
futuro. ¿Sus armas? La tijera de esquilar y la azada para arrancar a la tierra
el fruto del esfuerzo cotidiano.Desembarcados en pesados carretones que los llevaron hasta la orilla, los colonos emprendieron el viaje hacia lo desconocido, algún lugar al sur de la naciente urbe, algún lugar que era el norte en el que habían depositado su esperanza.
Asentados en Monte Grande, los más de doscientos escoceses iniciaron la tarea de amasar los ladrillos para sus casas y de erradicar el tupido cardal que los cercaba y que, sin embargo, les había dado la primera señal de bienvenida: el cardo -el hirsuto y espinoso cardo de Castilla- flor nacional de su país, cubría grandes extensiones de esta tierra prometida, como allá en la lejana Escocia.
Aseguraron su techo; iniciaron sus huertas y criaron sus animales de granja para obtener el alimento cotidiano; construyeron el molino de donde obtenían la fina harina de maíz para hornear el pan de cada día. Protegieron sus sembrados con cercos de espinosos talas, para evitar que los animales domésticos los destruyeran. Aligeraron los carros de transporte, incorporándoles amortiguadores, para hacer menos penosos los viajes por aquellos difíciles y rudimentarios caminos. Comenzaron a elaborar manteca y a envasarla de modo de poder transportarla hasta el mercado. Levantaron también una capilla para celebrar su culto, hoy ya desaparecida.
Pero la paz se vio turbada por los enfrentamientos entre unitarios y federales.
Tras la batalla de Puente de Márquez (1829), la colonia comenzó a dispersarse y sus miembros se fueron radicando en las inmediaciones: Lomas de Zamora, San Vicente, Chascomús, Quilmes, fueron algunos de los destinos elegidos.
En 1854, aquellos escoceses asentados en la zona sur, decidieron construir su iglesia y para ello, Juan Davidson -el mayor terrateniente del partido de Quilmes (parte de cuyas tierras después pasarían a formar parte del distrito de Florencio Varela)- donó un terreno donde, aún hoy, a siglo y medio de distancia, se alza la capilla presbiteriana de Saint John (San Juan).
La pequeña Capilla de los Escoceses, añosa y erguida, orgullosa de su pasado fecundo, yace hoy en la zona rural de Florencio Varela, protegida por la ley que la declaró Monumento Histórico Provincial, pero abandonada por autoridades que no valoran en ella su presencia como testigo de que, en el siglo XIX, un gobernante visionario accedió a garantizar la libertad de culto a los hombres de buena voluntad que quisieran habitar el suelo argentino
Se hace referencia al convenio suscripto por Bernardino Rivadavia con
los hermanos John y William Robertson, mediante el que aseguró a los colonos
escoceses -y de allí en más a los extranjeros que llegaran al país- la libertad
de cultos.
En el atardecer del 25 de noviembre se inició
un incendio que puso fin a la vida de la antigua Capilla de Saint John, pequeño
templo presbiteriano declarado Monumento Histórico Provincial en 1998 (proyecto
presentado por el senador provincial doctor Luis Esteban Genoud) y abandonado a
su suerte sin que, desde los distintos estamentos del estado municipal,
provincial o nacional, se arbitraran los recursos para su preservación.
Nacida siglo y medio atrás soportó airosa el paso del tiempo que, no obstante, no logró doblegarla, confiriéndole una pátina que acrecentó el valor de sus ladrillos viejos. Misteriosa y solitaria, se mantuvo erguida como una anciana dama, vestida de gloria con el recuerdo de los hechos que la tuvieron como testigo.
Hizo falta el fuego para devorar tanta historia como guardaban sus muros agrietados, hoy vestidos con cenizas del centenario tejado. Cenizas de un tiempo pasado que la indiferencia de los hombres no supo cuidar. Atrás quedan proyectos de futuro, voces pioneras que frecuentaron el templo, sombras fundadoras de un ámbito sagrado que supo cobijar anhelos y esperanzas de un pueblo inmigrante que encontró, en este rincón de la provincia de Buenos Aires, el ámbito de libertad para desarrollar una nueva vida, lejos de su tierra natal.
Esta pequeña Capilla era el más antiguo símbolo material de la decisión de Bernardino Rivadavia cuando, en 1824, firmó el convenio con los hermanos Parish Robertson para traer a estas tierras a una colonia de escoceses que aportaran su experiencia agrícola al desarrollo de nuestro campo. La libertad de cultos, garantizada por el gobernante, tenía en esta Capilla su testimonio.
Construida en 1854, se mantenía en su condición original, tras su abandono y posterior venta a un vecino de la zona en 1967.
En 1995, vecinos de Florencio Varela y miembros de la iglesia presbiteriana se nuclearon en una Asociación que, desde entonces, bregó por recuperar primeramente su historia y luego intentó interesar a las autoridades en la recuperación del bien. Vanos intentos. El balance fue siempre negativo. Postergaciones, largas esperas en los despachos de distintos funcionarios, excusas… se fueron llevando estos casi quince años de trabajo en los que sí se logró rearmar una historia que, desde hoy, pasa a ser una historia virtual.
Nacida siglo y medio atrás soportó airosa el paso del tiempo que, no obstante, no logró doblegarla, confiriéndole una pátina que acrecentó el valor de sus ladrillos viejos. Misteriosa y solitaria, se mantuvo erguida como una anciana dama, vestida de gloria con el recuerdo de los hechos que la tuvieron como testigo.
Hizo falta el fuego para devorar tanta historia como guardaban sus muros agrietados, hoy vestidos con cenizas del centenario tejado. Cenizas de un tiempo pasado que la indiferencia de los hombres no supo cuidar. Atrás quedan proyectos de futuro, voces pioneras que frecuentaron el templo, sombras fundadoras de un ámbito sagrado que supo cobijar anhelos y esperanzas de un pueblo inmigrante que encontró, en este rincón de la provincia de Buenos Aires, el ámbito de libertad para desarrollar una nueva vida, lejos de su tierra natal.
Esta pequeña Capilla era el más antiguo símbolo material de la decisión de Bernardino Rivadavia cuando, en 1824, firmó el convenio con los hermanos Parish Robertson para traer a estas tierras a una colonia de escoceses que aportaran su experiencia agrícola al desarrollo de nuestro campo. La libertad de cultos, garantizada por el gobernante, tenía en esta Capilla su testimonio.
Construida en 1854, se mantenía en su condición original, tras su abandono y posterior venta a un vecino de la zona en 1967.
En 1995, vecinos de Florencio Varela y miembros de la iglesia presbiteriana se nuclearon en una Asociación que, desde entonces, bregó por recuperar primeramente su historia y luego intentó interesar a las autoridades en la recuperación del bien. Vanos intentos. El balance fue siempre negativo. Postergaciones, largas esperas en los despachos de distintos funcionarios, excusas… se fueron llevando estos casi quince años de trabajo en los que sí se logró rearmar una historia que, desde hoy, pasa a ser una historia virtual.
Un portón abatido por el fuego, el centenario tejado convertido en
negras brasas, argamasa y ladrillos rotos se amontonan en desprolijos
montículos, cubriendo aquella tierra antaño consagrada …
Si hasta el fantasma que supo habitarla -aquella blanca lechuza del campanario- buscó en el anochecer otro horizonte para asentar su nido.
Hoy, más que nunca, la habita el silencio, consecuencia de la indiferencia de un pueblo que no supo guardar memoria y, más allá de redactar leyes y enunciar proyectos, no entendió que esos ladrillos viejos eran las raíces que nos ataban al presente, para seguir desarrollándonos como comunidad organizada.
Autora del texto : Graciela Linari
Si hasta el fantasma que supo habitarla -aquella blanca lechuza del campanario- buscó en el anochecer otro horizonte para asentar su nido.
Hoy, más que nunca, la habita el silencio, consecuencia de la indiferencia de un pueblo que no supo guardar memoria y, más allá de redactar leyes y enunciar proyectos, no entendió que esos ladrillos viejos eran las raíces que nos ataban al presente, para seguir desarrollándonos como comunidad organizada.
Autora del texto : Graciela Linari
Podes disfrutar de Diecinueve ( 19 ) Imágenes a Color de ella en https://rickyglew.blogspot.com.ar/2018/03/capilla-escocesa-presbiteriana-de-st.html
excelente historia y triste muy triste destino y olvido de esta pequeña y antigua Iglesia!! ojala algun dia aprendamos a cuidar y valorar nuestra historia!!! gracias Ricky!!!!
ResponderBorrarsabes .... me hace recordar el Cabildo .... nunca lo mantuvimos en su formato original .... fue una construcción extensa y es tiene unos pocos arcos ... todo por un negocio inmobiliario
Borrarexacto, el cabildo era inmenso a comparación de lo que es hoy! se le dio prioridad al crecimiento de la urbe, antes que proteger nuestra historia!!!
BorrarExcelente trabajo Ricky, una cobertura muy completa. Felicitaciones!!Besos
ResponderBorrargracias ... y no muy lejos de nosotros ... Varela
BorrarYa sabemos que pasa con los pueblos que no tienen memoria verdad ? Muy buen trabajo Ricky !!!
ResponderBorrarla memoria ... no hace crecer ... sino la tenemos ... quedamos estancados
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