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miércoles, 30 de octubre de 2019

La Mancha de Humedad- Juana de Ibarbourou-Cuento del mes














La mancha de humedad



[Minicuento - Texto completo.]


Juana de Ibarbourou


Hace algunos años, en los pueblos del interior del país no se conocía el empapelado de las paredes. Era este un lujo reservado apenas para alguna casa importante, como el despacho del Jefe de Policía o la sala de alguna vieja y rica dama de campanillas. No existía el empapelado, pero sí la humedad sobre los muros pintados a la cal. Para descubrir cosas y soñar con ellas, da lo mismo.

Frente a mi vieja camita de jacarandá, con un deforme manojo de rosas talladas a cuchillo en el remate del respaldo, las lluvias fueron filtrando, para mi regalo, una gran mancha de diversos tonos amarillentos, rodeada de salpicaduras irregulares capaces de suplir las flores y los paisajes del papel más abigarrado.






En esa mancha yo tuve todo cuanto quise: descubrí las Islas de Coral, encontré el perfil de Barba Azul y el rostro anguloso de Abraham Lincoln, libertador de esclavos, que reverenciaba mi abuelo; tuve el collar de lágrimas de Arminda, el caballo de Blanca Flor y la gallina que pone los huevos de oro; vi el tricornio de Napoleón, la cabra que amamantó a Desdichado de Brabante y montañas echando humo de las pipas de cristal que fuman sus gigantes o sus enanos.



 Todo lo que oía o adivinaba, cobraba vida en mi mancha de humedad y me daba su tumulto o sus líneas. Cuando mi madre venía a despertarme todas las mañanas generalmente ya me encontraba con los ojos abiertos, haciendo mis descubrimientos maravillosos. Yo le decía con las pupilas brillantes, tomándole las manos:




-Mamita, mira aquel gran río que baja por la pared. ¡Cuántos árboles en sus orillas! Tal vez sea el Amazonas. Escucha, mamita, cómo chillan los monos y cómo gritan los guacamayos.

Ella me miraba espantada:

-¿Pero es que estás dormida con los ojos abiertos, mi tesoro? Oh, Dios mio, esta criatura no tiene bien su cabeza, Juan Luis.


Pero mi padre movía la suya entre dubitativo y sonriente, y contestaba posando sobre mi corona de trenzas su ancha mano protectora:

-No te preocupes, Isabel. Tiene mucha imaginación, eso es todo.


Y yo seguía viendo en la pared manchada por la humedad del invierno, cuanto apetecía mi imaginación: duendes y rosas, ríos y negros, mundos y cielos. Una tarde, sin embargo, me encontré dentro de mi cuarto a Yango, el pintor. Tenía un gran balde lleno de cal y un pincel grueso como un puño de hombre, que introducía en el balde y pasaba luego concienzudamente por la pared dejándola inmaculada. Fue esto en los primeros días de mi iniciación escolar. Regresaba del colegio, con mi cartera de charol llena de migajas de biscochos y lápices despuntados. De pie en el umbral del cuarto, contemplé un instante, atónita, casi sin respirar, la obra de Yango que para mí tenía toda la magnitud de un desastre. 



 Mi mancha de humedad había desaparecido, y con ella mi universo. Ya no tendría más ríos ni selvas. Inflexible como la fatalidad, Yango me había desposeído de mi mundo. Algo, una sorda rebelión, empezó a fermentar en mi pecho como burbuja que, creciendo, iba a ahogarme. Fue de incubación rápida cual las tormentas del trópico. Tirando al suelo mi cartera de escolar, me abalancé frenética hasta donde me alcanzaban los brazos, con los puños cerrados. Yango abrió una bocaza redonda como una “O” de gigantes, se quedó unos minutos enarbolando en el vacío su pincel que chorreaba líquida cal y pudo preguntar por fin lleno de asombro:

-¿Qué le pasa a la niña? ¿Le duele un diente, tal vez?

Y yo, ciega y desesperada, gritaba como un rey que ha perdido sus estados:

-¡Ladrón! Eres un ladrón, Yango. No te lo perdonaré nunca. Ni a papá, ni a mamá que te lo mandaron. ¿Qué voy a hacer ahora cuando me despierte temprano o cuando tía Fernanda me obligue a dormir la siesta? Bruto, odioso, me has robado mis países llenos de gente y de animales. ¡Te odio, te odio; los odio a todos!









El buen hombre no podía comprender aquel chaparrón de llanto y palabras irritadas. 

Yo me tiré de bruces sobre la cama a sollozar tan desconsoladamente, como solo he llorado después cuando la vida, como Yango el pintor, me ha ido robando todos mis sueños. Tan desconsolada e inútilmente. Porque ninguna lágrima rescata el mundo que se pierde ni el sueño que se desvanece… ¡Ay, yo lo sé bien!


Fin







Juana de Ibarbourou (Fernández Morales, de soltera), también conocida como Juana de América (Melo,1892-Montevideo, 1979), fue una poetisa uruguaya. Es considerada una de las voces más personales de la lírica hispanoamericana de principios del siglo XX, cuyos poemas tienden a la exaltación sentimental de la entrega amorosa, de la maternidad, de la belleza física y de la naturaleza. 
El 10 de agosto de 1929 recibió, en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, el título de «Juana de América» de la mano de Juan Zorrilla de San Martín frente a una multitud de poetas y personalidades. 

6 comentarios:

  1. Hermoso cuento que desconocía de ésta poetisa tan prolífica. Quien no habrá imaginado ovejitas, o innumerables formaciones contemplando las nubes, o fantasmagóricos monstruos o duendes al ver las ramas en un bosque. Esas visiones, esos mundos existen y estan solo en nuestro interior. Se me ocurre pensar que abrevando en esa misma cantera, funciona la mente de los fotógrafos, el ojo del fotógrafo, como comunmente se dice, encontrando fotos en lugares y objetos cotidianos, que solo él love. Gracias por difundir Tesi !

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  2. Maravilloso, me hiciste volver a mí infancia, cuando lo leí por primera vez y me encantó. Gracias por este hermoso recuerdo y felicitaciones por tus fotos

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    1. Alicia, vos sabés que yo también lo leí cuando era chica y siempre lo recordé, ahora fue hermoso compartirlo con ustedes . Gracias por tus palabras. Un beso.

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  3. Andrés, me llena de gusto tu interpretación, con la que coincido, siempre los fotógrafos estamos viendo lo que la mayoría de la gente pasa por alto, y eso es hermoso. Gracias amigo por tus palabras. Bss

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