domingo, 17 de septiembre de 2023

DOMINGOS DE NOVELA PRESENTA: "Cardo Ruso" - CAPÍTULO XI - Marta Puey -

 

Editorial ATRAPADOS POR LA IMAGEN Presenta: 

DISEÑO DE TAPA - Laura Jakulis

FOTOGRAFÍA DE TAPA  -  Ana Maria Zorzi


Segunda edición 2023



CARDO RUSO


CAPÍTULO 

XI


PH: MARTA PUEY



Victoria

Cuando regresé de las sierras a Buenos Aires, permanecí dos años allí. Pude reencontrarme con Carmen y Gerardo. Elegí San Telmo, con sus casas amplias y alquileres a mi alcance, para vivir e instalar mi atelier. Tomé clases de dibujo y pintura para perfeccionarme; también expuse y logré que me dieran la beca que me trajo a París. Cuando llegué me sentía una provinciana; ansiosa y deslumbrada recorría la ciudad; sólo cuando pintaba recuperaba la calma.

Después de un año; el atelier al que concurría realizó una muestra que incluyó trabajos míos. Días después, me presentaron a Simone. Ella había concurrido a la exposición y se mostró interesada en mi obra. No más conocerla supe que estaba ante alguien superior, alguien de quien no me separaría nunca.

Faltan veinte días para la muestra; estoy sola en el departamento y en mi mano tengo la carta de Carmen. Me anuncia su llegada en dos semanas. La puerta se abre, me sobresalto, es Simone. Entra con lentitud desenroscando la bufanda del cuello, se saca el abrigo, lo deja sobre el sillón, se acerca, me abraza, mece mi cuerpo trasmitiendo tibieza a través de la fina tela de su blusa y pregunta a mi oído:

-¿Qué pasa?

-Viene Carmen.

Sin dejar de abrazarme responde:

-Buen momento para conocer a nuestra pequeña. Su llegada coincidirá con la exhibición de la obra; será la mejor crítica y todo saldrá de maravillas.


Fue suficiente para aplacar mi ansiedad, mis miedos. No sabía cuál sería la reacción de Carmen ante mi nueva situación, pero ese era el don de Simone; todo lo allanaba.

Ya pasaron diez meses desde que llegó Carmen. Es medianoche, estamos en la confitería del aeropuerto brindando, Carmen en media hora regresa a Argentina. Ella, con la copa en la mano, dice:

-Mamá, ¿te acordás cuando me contestaste que la vocación era como el amor, que si no tenía respuesta no servía? -Con un gesto negué recordarlo. Con ironía agregó: -Si ahora me escuchás, creo que es el momento de brindar por el amor. -Eso dice mi niña riendo.

Las tres juntamos las copas.

Ya es hora de la partida; la acompañamos hasta la escalera que la lleva hacia la puerta de embarque. La abrazo. Antes de trasponer la puerta, se da vuelta, nos sonríe, levanta la mano, saluda. Simone me toma del hombro, caminamos hacia el estacionamiento en busca del auto. Regresamos en silencio. Ha dejado de llover y las luces se multiplican en el espejo del pavimento, todavía mojado. Un zigzagueo, un golpe fuerte y todo se detiene. 

Me quiero mover, no puedo. Escucho gemir a Simone, la quiero llamar, mi cerebro hila frases hasta que me escucho balbucear: “Avísenle a Carmen, todavía no se debe haber ido… hay que avisarle, ella lo tiene que saber”. Escucho una sirena, ruidos de puertas, alguien alza mi cuerpo, lo mueven, dolor, confusión, un pinchazo, todo se vuelve leve…, Estoy en la vereda y no veo a mamá, la vecina me espera y me lleva... Se hace tarde, no vienen… ¡Al fin llegan! Mamá se le acerca y le murmura algo al oído. Parado en la puerta, Gerardo no quiere entrar, tiene los ojos de llorar y no habla. Estoy en la puerta de la sala esperando que papá llegue, mamá está adentro con unos parientes que vinieron de lejos a visitarnos y escucho que dice: murió… Ahora es papá el que nos lleva a Gerardo y a mí de la mano, caminamos por las veredas del barrio, todos nos saludan; llegamos al parque y nos detenemos frente a la calesita, papá nos suelta para sacar los boletos, subimos. Gerardo se sienta en un autito, yo me trepo a un caballo, papá me ata por la cintura con la correa. Intento tomar la sortija, no puedo, la calesita se detiene, papá se acerca, quiero bajarme y no puedo sacarme la correa. Él me desata, bajo del caballo, me sujeto de la barra, la calesita arranca, dejo que mi cuerpo flamee, ahora quiero alcanzar la sortija, la calesita gira, gira cada vez más rápido, la alcanzo y con la sortija en la mano busco a papá, la calesita se va deteniendo lentamente, me bajo, lo busco, no lo encuentro… El tren baja la marcha, se detiene, miro por la ventanilla, amanece. Con la valija y los lienzos atados llamo un taxi, subo y le digo algo al chofer. Toma una avenida ancha de color azul, los árboles son azules. Bajo el vidrio de la ventanilla, el aire es fresco, la ciudad, el murmullo que se cuela me devuelve a un lugar que conozco...

La gente camina, busco a Carmen. Alguien me pide los documentos en un hotel, subo al cuarto, dejo el equipaje en el suelo, llamo por teléfono, estoy sentada en la cama con las piernas cruzadas. Escucho a papá que me dice: Como buda… Él no va a regresar nunca… Marco un número; no es la voz de Carmen, es otra: ¿Cómo te atrevés a llamar? Quiero hablar con Carmen, suplico. Grita: No tenés ningún derecho, te di lo que me pediste, vos fuiste la que dejó todo. Me escucho, grito, grito fuerte: ¡Cretino, cretino! Tose, sofocado alcanza a decir: A Carmen dejala en paz, no le falta nada. No lo escucho más. Me levanto y voy a la ventana… Rastros de una tormenta, soledad, desasosiego, me agobian; la inmensidad de la llanura… No sé dónde estoy, nada de lo que me rodea es mío. Esta casa en una loma; la envuelve el silbido del viento, la rodean árboles desgarrados: Entro a un cuarto, Carmencita duerme, la acaricio, se despierta, estira su cuerpo. Tiene seis años, es bella. El pelo oscuro hace dibujos sobre la piel blanca de su carita. Abre los ojos, son claros hasta en el modo de mirar. Es todo lo que tengo y no me alcanza… La tomo de la mano y caminamos. Llegamos; allí está Reinaldo sentado a la cabecera de la mesa, el desayuno está servido. Carmen me suelta la mano y se sienta a su lado. Escucho mi voz: ¡No merezco esto! Anoche un rayo se descargó en la ventana de mi dormitorio y nadie se enteró… No hay derecho a que Carmen crezca en medio de la nada. Él con aire distraído e indiferente, continúa desayunando. ¡No quiero estar un minuto más en esta casa!, grito. Inmutable, contesta: Prepará lo necesario, mañana por la mañana las llevo a la casa del pueblo. Abandona el comedor. Estoy volviendo, ya es medianoche. La mirada maliciosa de la gente me ve pasar con los lienzos y la valija de pinturas. Salgo a pintar a las afueras del pueblo, quiero abarcar toda la pampa en el lienzo. No puedo. ¡Basta!, no pinto más pampa; ya estoy harta de pintar tanta pampa. El tren da la pitada y arranca. Soy feliz, voy a otro lado. El pueblo va pasando por la ventanilla hasta que se termina. Almuerzo en el coche comedor con manteles blancos, pedí sopa… En los tazones de acero las verduritas de colores bailan al ritmo que les marcan los durmientes; parecen estar vivas, ¿Y yo…? Mamá terminó de arreglar las dos salas y señala una fuente con comida que dejó sobre el aparador; lo mira a Gerardo y le dice algo; está vestida con ropa linda y se va. No nos deja despedirla en la vereda, me subo a una silla, alcanzo el primer vidrio de la ventana y veo cómo le abren la puerta de un auto. La mano, el brazo velludo de un hombre sentado adentro. No puedo ver su cara. Es de noche y tengo miedo. Le pido a Gerardo que por favor venga a la cama grande a dormir conmigo. Se acuesta dándome la espalda y se duerme enseguida. Con él comemos solos la comida fría. Es casi de noche y mamá no llega… ¡Ahí está!, entra sonriente, trae regalos. Abrimos los paquetes; el de Gerardo es más bello, más grande. Ella me dice: No ves lo triste que está. No sé cómo las personas miden la tristeza. Sos una atolondrada, tu carácter es demoledor… Mi hermano es persuasivo, de modales finos. Eso marca la diferencia. Estoy en un parque fumando con mis compañeros, nos reímos y no tengo ganas de volver a casa… Cuando termine el secundario me voy… Podrías imitar a tu hermano, él estudia, trabaja, es bueno. Otra vez su voz… ¿Adónde estás mamá?...

Vuelvo a marcar un número, escucho: Victoria, te quise avisar pero no sabía dónde. Es la voz de Gerardo, dice que mamá murió. Mañana a la mañana te espero para desayunar juntos. Camino por la calle, me paro frente a la puerta del edificio, toco timbre y escucho: Subí, Victoria. Salgo del ascensor y veo a Gerardo parado en la entrada del departamento. Nos abrazamos, él se desprende enseguida, me cede el paso, entro. Todo está impecable, la mesa preparada para el desayuno con minuciosidad. Me veo reflejada en el espejo; detrás de mí, apoyado en el dressoir, junto a un jarrón con flores el retrato de mamá. No resisto el cuadro, voy a sentarme al lado opuesto. ¿Qué vas a tomar?, el café es de Bonafide, es el que te gustaba. Termina de servir las tazas, habla suave: Me preguntás por Carmen, yo la veo, cenamos juntos todas las semanas, es una criatura sensible, encantadora. Victoria, tenés que entender que es un tema que a mí no me corresponde, es entre vos y ella. Con mi dedo índice sigo los laberintos del bordado del mantel: ¿Por qué no fuiste al departamento de los Arregui, por qué no llamas por teléfono? Yo le contesto y él sigue hablando: Reinaldo está muy enfermo, Carmen cursa por la tarde, buscala... Salgo y camino por calles y avenidas. La voy a encontrar, la voy a esperar… Es de noche, estoy en una confitería sentada del lado de la vidriera esperándola… Es la calle y la entrada de ese edificio, Horacio y Reinaldo... Sí, están juntos en una fiesta y es de noche, me seducen, los seduzco… En ese mismo edificio, con Reinaldo no nos damos tregua, acostados en la cama grande. Es la madrugada y la puerta del dormitorio se abre, se asoma la madre: Hay que cambiar esas sábanas, dice y desaparece… Entro a ese edificio, es mediodía, el calor sofocante, el portero me saluda sin dejar de lustrar los bronces. En la media luz del hall el calor ya no oprime. Camino hasta el ascensor; mientras se eleva siento como el vestido se va despegando de mi espalda sudorosa. Se detiene, salgo al palier, frente a la puerta, busco la llave. Se abre, es Horacio el que asoma, se lo ve impecable: Reinaldo no está, no esperabas encontrarme, le escucho decir. Entro, tiro la cartera sobre el sillón, hay una jarra de agua sobre la mesa del comedor.

 Él ahora está detrás  mío: ¿Te sirvo agua?, está fresca. Me adelanto para hacerlo yo. Tomamos la jarra los dos a la vez, las manos y los cuerpos se rozan. Nos miramos. Sigue una vorágine. Todavía estamos enredados cuando escucho el ascensor que se detiene en el piso. Me desprendo de él rápidamente, aliso el vestido. Él va hacia adentro, yo a la cocina, tomo el frasco de café. Entra alguien, me asomo con el frasco en la mano, es Reinaldo, se acerca, me toma por la cintura: ¿Café con este calor? Señalo el saco que está sobre el sillón escurriéndome del abrazo: Es el saco de Horacio, ¿cuándo llegó?... La madre de Reinaldo dice que una mujer embarazada no puede vestirse de blanco y menos llevar azahares. Un hombre con traje oscuro y corbata a rayas finitas nos pregunta si queremos ser marido y mujer. Detrás nuestro están los padres de Reinaldo, mamá y Gerardo. El hombre de corbata con rayas finitas me dice que acabo de convertirme en la señora de Arregui y le da a Reinaldo en la mano una libreta. Yo, en la mía, llevo un ramo de alelíes y violetas, mi vestido es rosa…

Bajamos del tren, miro un cartel a un costado del andén. Es negro, lo sostienen dos columnas blancas como las letras que dicen: Médanos. Viene un hombre, se saca la boina, saluda a Reinaldo, sube las valijas en la parte de atrás de un carruaje al que terminamos subiendo todos. El viento me pega en la cara, cruzamos el pueblo. Pasamos delante de una casa con verja, jardín y en una chapa de bronce al lado de la puerta de entrada se lee: Horacio Carranza Médico. El sol no asoma, y el viento aumenta. Las calles de tierra se vuelan y cubren las veredas de ladrillos, a las que asoman casas con zaguán y puerta cancel, como la de los Arregui. Pasamos por delante de ella, está cerrada. ¿Don Esteban y doña Enriqueta?, escucho preguntar al hombre que conduce el carruaje. Vamos por un camino polvoriento, miro el paisaje, tiene montañas chicas, o lomas, no sé…Son médanos, dentro de unas horas ya no van a estar en el mismo lugar, el pampero los lima y amontona en otro lado, dice el hombre que conduce.


 Unas plantas secas, redondas, con pinches, ruedan, escapan, ¿de qué? hasta quedar enganchadas en los alambrados. Son yuyos grandes, y vuelvo a escuchar: Se llaman cardos rusos. Ahora cruzamos una entrada, hay árboles en fila a los costados. 

No veo a Carmencita, me levanto, salgo a caminar. Ya es noche, el borboteo de los autos al deslizarse sobre los adoquines encubre el rumor de esta ciudad, cada vez más apagado. Entro a un lugar; hay mesas, sillas; me siento, como y bebo vino; siento el cuerpo cansado… 

Salgo a la calle otra vez, camino y llego al hotel; acostada miro las molduras del techo, se desdibujan… Con Carmencita, subimos en un ascensor, es chiquita y no me suelta la mano. Mi suegra sentada en la cabecera hace sonar una campanita; entra la mucama con la tetera; mi suegro y Reinaldo no comparten la mesa. Ella disfruta poniéndome en aprietos con preguntas arteras, marcando diferencias entre su familia y la mía: ¿Gerardo, cuándo se casa? ¿Para cuándo el hermanito?


Mastico un scon y tomo un sorbo de té. El silencio vuelve, la visita se hace interminable y tengo que esperar a que ella decida ponerle fin… Los tres estamos en ese ascensor, me falta el aire…

aún tengo conciencia; mueven mi cuerpo… el dolor… grito; no veo, alguien toma mi brazo, otro aguijón, una luz fuerte…

Me corto el dedo abriendo una lata de sardinas, sangra, me duele, dejo correr agua sobre la herida, le pongo azúcar, lo envuelvo con un pañuelo, saco las sardinas: Mamá, se te puede infectar…, dice Carmen. Desenvuelvo el pañuelo de mi dedo y ya no sangra. Luisa abre la puerta y con ella entra el resplandor fuerte del sol del mediodía… Sigo en la cocina, del aparador saco una fuente. Me doy cuenta de que tengo las manos sucias, los dedos pegoteados, los froto con un trapo mojado; corto tomates en rodajas; busco pan, hay solo un pan felipe. Miro dentro de una carterita, queda poco dinero. Saco platos y cubiertos, oigo a Carmencita: Sí mamá, yo siempre te escucho, que compre pan porque no queda más, que queda poco dinero en tu carterita. Te contesté que papá dijo que mañana pasa y deja plata. Carmencita se prepara para ir al colegio y me pregunta: ¿Mañana llevás los cuadros a la exposición? Saca la bicicleta y se va. La luz se filtra en la galería por las cortinas de junco. Sentada en el sillón, con las piernas apoyadas en la mesita, enciendo un cigarrillo en silencio. Miro a mi alrededor, veo la puerta del comedor abierta, huele a rancio… En la biblioteca ya no queda nadie: pintás el pueblo con colores que no tiene. La exposición terminó y me voy caminando sola. Carmen entra, cierra la puerta cancel, deja unas carpetas sobre la mesita, se para frente a mí: ¿Por qué hablás de la mediocridad de este pueblo, y que debo darme cuenta a tiempo?... Estoy en un baño, abro los grifos de la bañera, me miro en el espejo, bajo los breteles de la enagua, es de satén; siento el roce suave de la tela al resbalar sobre mi cuerpo, me estremece, cae a mis pies en un círculo brillante. Vuelvo a mirarme, apoyo las manos en mis caderas, las deslizo por el vientre hacia arriba, dejo caer los brazos. El cuerpo me dice que tiene memoria. Ahora me sumerjo, el agua es tibia, me produce placer y levedad; hundo la cabeza, exhalo, escucho el sonido de las burbujas. Vuelvo a emerger y a sumergir el cuerpo; apoyo las manos en el fondo de la bañera y me dejo estar, floto. Salgo envuelta en una bata, camino descalza mojando el piso, frotándome la cabeza con una toalla. Paso por el comedor, el reloj de carillón es un soldado mudo haciendo guardia. Estoy entrando a la biblioteca. Hola Victoria, escucho decir a Josefina. Miro las paredes, no veo mis cuadros. Los pusimos en el cuartito del fondo, contesta sin levantar la vista… En el fondo de ese salón está él, el único que se interesó por mis cuadros. Saco las pinturas del cuarto, las dejo apoyadas y voy por más. Él se da vuelta, avanza hacia mí pasando un libro de una mano a la otra. Dice: Sola no vas a poder con todo, puedo ayudarte a llevarlos. Manipulo los cuadros, quiero ordenarlos, uno se me cae, sin mirarlo levanto el cuadro. Siento que se acerca y escucho: ¿Te ayudo? Tomo cuatro, los más livianos. Él deja el libro y carga con los restantes. Dice que se llama Pedro, cruzamos una plaza, huelo un perfume, es el de la tardenoche… Llegamos, la luz del zaguán está encendida y la bicicleta de Carmen apoyada en la pared. Siento su aliento, me alejo, apoyo los cuadros en la pared. ¿Cuándo te vuelvo a ver? Le contesto algo. Da media vuelta y se aleja. La calle está muy oscura, la puerta cancel se abre. Mamá, te ayudo.

Comienzo a no sentir mi cuerpo…

Estoy en la cama y escucho la voz de Horacio, me levanto, me pongo una bata y descalza voy a la galería. Él, impecable, el pelo oscuro realzando su piel blanca y sus ojos claros, habla con Carmencita. Ella sale en su bicicleta... La elección fue tuya…Ahora la historia con ese tipo no te beneficia en nada, me dice. El golpe de la puerta cancel que se cierra… Sola, en el silencio de la casa sigo escuchando: Tenés que reconocer que la elección fue tuya. La elección fue tuya, tuya, zumba en mis oídos su voz. Escucho arrancar el motor de un auto que luego se aleja… Sentada frente a un abogado, escucho la propuesta: A cambio de esta suma usted debe dejar la casa y delegar la tenencia de su hija en el padre, el señor Reinaldo Arregui. Pone un papel delante mío para que lo firme. Quiero gritar lo que siento, y grito, grito, pero no me escucha. 

Él habla con firmeza, en voz baja: Hay posibilidad de un juicio por adulterio si se niega a firmar el acuerdo. Significa que no podría ver más a su hija, además de no verse favorecida económicamente. Firmo, salgo del estudio aturdida… 

Es media mañana y asomo a la cocina; veo a Carmen abstraída, entre libros y carpetas. Le digo que me voy, la abrazo; su cuerpo se pone rígido. Nos vamos a ver, digo y ella no contesta. Salgo de la confitería, estoy parada en la esquina, es casi de noche y no la veo. Cruzo la avenida, camino hacia la puerta. Es Carmen la que camina hacia mí, nos fundimos en un abrazo, los cuerpos se aflojan, se borran…


Fotografías: Marta puey - Ana Maria Zorzi


DISEÑO DE TAPA - LAURA JAKULIS


Continúara el próximo domingo.....  a las 15hs en:


Atrapados por la Imagen


EDITORIAL -  ATRAPADOS POR LA IMAGEN - 


Segunda edición 2023


Clasificación Comercial Nacional: LITERATURA / LITERATURA ARGENTINA / NARRATIVA / NARRATIVA CONTEMPORÁNEA ARGENTINA


RL-2022-18030193-APN-DNDA#MJ

REGISTRO EDITORIAL

ATRAPADOS POR LA IMAGEN

Administración:

Tesi Salado

Isa Santoro

 Luisiana Ayriwa

Laura Jakulis

Licencia Creative Commons
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.

4 comentarios:

  1. Ayy, Martita, cómo me tiene Atrapada este Cardo Ruso, cómo se van entretejiendo las historias... Qué se vendrá, ahora...

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  2. Marta!!!!! Por fín escuchamos a Víctoria y su vida triste, atormentada.... El encuentro tan esperado con Carmen, el accidente..... ufff es todo tan vertiginoso que no puedo parar de leer!!! Maravilloso Cardo Ruso!!! gracias querida amiga, en el día de tu cumpleaños, nos regalste un capítulo intenso!!! besosssss

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  3. Marta, nos has brindado un nuevo capítulo fascinante , que nos permite adentrarnos más en las situaciones, dificultades y tristezas que ha experimentado el personaje de Victoria.
    Tus protagonistas tan bien perfilados, son destacables, y has empleado hábilmente el recurso de los viajes en el tiempo. Tu capacidad para describir ambientes y detalles, enriquece la experiencia de lectura de manera notable.
    Apreciamos sinceramente que compartas tu obra con nosotros, gracias Marta !

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    1. Tus devoluciones suman querida Tesi Gracias!!!

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