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domingo, 1 de octubre de 2023

DOMINGOS DE NOVELA PRESENTA: "Cardo Ruso" - CAPÍTULO XIII - Marta Puey -

 

Editorial ATRAPADOS POR LA IMAGEN Presenta: 

DISEÑO DE TAPA - Laura Jakulis

FOTOGRAFÍA DE TAPA  -  Ana Maria Zorzi


Segunda edición 2023



CARDO RUSO



CAPÍTULO 


XIII


PH: Ana María Zorzi


Luisa

      Anoche me dijeron que en la casa de los Arregui la luz estaba encendida. El corazón me dio un vuelco y pensé ¿quién si no? Carmencita estaría en ella. Me costó dormirme, pero no levantarme. El pan ya está horneado y el pollo pelado; también llevaré leche.

Camino por el sendero de tierra encharcado por la lluvia de anoche; algún día se acordarán que del otro lado de la vía hacen falta veredas. Ya llego al paso a nivel. No sé para qué me detengo y miro para los dos lados, si cada vez pasan menos trenes. ¿Con qué me encontraré? Cuando ella se fue del pueblo, vivía mamá. Cada vez que salgo de la casa me parece que a mi regreso me va a estar esperando con el mate preparado. Mamá siempre trabajó con los Carranza. Cuando era chica no tenía con quien dejarme y me llevaba con ella; a veces me han preguntado si no extrañaba a mi papá, ¿cómo voy a extrañar al que no conocí? Mientras ella hacía las tareas, yo cuidaba al Horacito. 

Conmigo aprendió a caminar y para mí era un juego. Elsita, su hermana, partía temprano para la escuela con la madre que fue mi maestra de segundo. Hasta ahí no más llegué, me costaba bastante la escuela y mamá dijo: Para que andés repitiendo, mejor te venís conmigo y aprendés a trabajar. Me acuerdo cuando venían los Arregui de visita. El Reinaldo, hijo único caprichoso y consentido, siempre le terminaba rompiendo algún juguete al Horacito, pero el Horacito se recibió de médico y es querido por todos. El Reinaldo así terminó, amargado y muerto, vaya a saber si murió o si… ¡aléjeme Dios los pensamientos! ¡Cuántos años sin ver a la niña! La última vez fue en el velorio de él. Me acerqué con miedo al cajón y más miedo me dio cuando lo vi. Irreconocible estaba, piel y hueso. Es que el finado nunca me quiso y eso que fueron los Carranza los que me recomendaron para atender a la señora Victoria y a la niña Carmencita. 

      Con la señora Victoria siempre me llevé bien; aquí la criticaban bastante, bueno, ella tampoco se daba con la gente del pueblo. Era rara, se iba de noche por ahí a pintar, a quién se le ocurre; me acuerdo que muchos estaban pendientes de sus idas y venidas. Después se le dio por viajar y la que se quedaba con la niña era yo, porque juntos, lo que se dice juntos, con el Reinaldo duraron unos pocos años. Un día las trajo a la casa del pueblo y él se quedó en la estancia; ellas vivieron solitas en la casa del pueblo y cuando la señora Victoria empezó a viajar, alguien debía cuidar de la niña y eso a él no le debía gustar. Después la señora Victoria se fue de la casa para no volver y él se vino de la estancia a vivir con la niña. Duré hasta que ella se fue a estudiar y cuando llegó fin de mes me pagó la mensualidad y me dijo: gracias por los servicios prestados y no venga más; así, sin aviso. Después entendí cuando me dijeron que se había traído a la Manuela del campo. Lo que va a sufrir la niña en sus regresos, pensé, pero ella empezó a venir cada vez menos y menos. 

      A él, las pocas veces que últimamente lo crucé en la calle, se lo veía desmejorado, amarillento, hasta le habían salido manchas en la cara; costaba reconocerlo de tan flaco. A esa casa, finalmente, el único que iba era el Horacito, nadie más entraba y los últimos tiempos ya no se lo vio más. Dicen que nunca se supo qué mal se lo llevó de este mundo, raro… Con la plata que tenía bien podría haber pagado para que se lo averiguaran; lo peor debe ser morirse sin saber de qué. Yo escuché por ahí que un día lo llamó al Horacito y le contó que no daba más. Viajó a Buenos Aires pero se ve que cuando lo empezaron a tratar ya estaba desahuciado; no le pudieron encontrar la vuelta y se fue muriendo de a poquito en poco tiempo. Nada que ver con don Esteban, el padre; a él le dio la repentina. Yo creo que eligió esa muerte para ganarle a doña Enriqueta, que estaba postrada en la cama desde hacía años; fue la manera que encontró para rebalsarle el vaso al marido y por eso, él decidió irse de golpe y sin avisarle. Pero el Reinaldo vaya a saber de qué murió, ¡muy rara su muerte! Carmencita vino unos días antes de que él desencarnara para irse enseguida, por suerte no de este mundo. También, con las que pasó en esa casa… cómo para quedarse. La pobre niña se fue como espantada. Ahí fue cuando los Carranza, que eran como de la familia para la niña…

      Me acuerdo que el Horacito, adoración tenía por ella, si hasta se parecía, los dos tenían el pelo renegrido y los ojos verdes… Bueno, ahora se me fueron los pensamientos a otro lado, ¿por qué será? Sí, ya sé, de esto me venía acordando, que la señora de Carranza volvió a citarme y me dijo: Carmencita me pidió que te hagas cargo de la casa; aquí dejó un juego de llaves para vos y dio orden de que no te falte nada. De manera que, todos los meses pasá por el escritorio, que allí se te va a pagar tu mensualidad. Y así fue. Ellos siempre me cumplieron y yo también, desde entonces que vengo a la casa dos veces por semana. Al principio no dejaba que me agarrara la noche. Es que, para mí, el ánima de la Manuela y del hijo todavía andan por allí; la desgraciada también se fue de este mundo al poquito tiempo, qué iba a hacer sin el hijo y sin… ¡Dios me vuelva a perdonar por los pensamientos! Vaya a saber qué pasó entre ella y el Reinaldo; la cosa es que siempre se buscaron. Cuando volví a hacerme cargo de la casa nunca la dejé de atender; en verano la ventilo temprano por la mañana; en invierno, después de almorzar, prendo el hogar para que no se junte olor a humedad; aireo la ropa de los guardarropas y le sigo poniendo lavanda fresca a los vestidos que quedaron guardados, para que todo esté como cuando nos quedábamos solas con la niña. Para mí es un entretenimiento, más que un trabajo. Ya empezaba a creer que la niña Carmencita no volvería, hasta pensé en que yo me iba a morir antes, pero Dios ha querido que se cumplan mis deseos, porque si tengo buenos recuerdos es de cuando las atendía a ella y a la señora Victoria. Han pasado más de veinte años desde que iba a la casa de los Arregui por la mañana y por la tarde a la fonda de doña Hercilia. 

Lo que nunca entendí fue la locura que le agarró a la señora Victoria con el forastero. Yo a la fonda llegaba al mediodía, entraba a la cocina por la parte de atrás, allí encontraba a doña Hercilia. ¡Qué mujer esa! Se encargaba de que la salsa estuviera a punto, de que los pedidos salieran sin demora y también de recelar a la Ethel, encargada de atender a los clientes (era jovencita y no faltaban miradas intencionadas). Cuando el comedor quedaba vacío, doña Hercilia cerraba la puerta, corría las cortinas y se retiraba con la Ethel a descansar. Yo seguía con la limpieza hasta las cuatro de la tarde que me preparaba unos mates.

       Un día, me acuerdo que ya tenía la pava sobre la hornalla, con el agua lista para llevarla a la mesa y regalarme el descanso, entró la Ethel, se sentó al lado de la mesa, con un pié enganchó la silla más cercana, la arrastró, apoyó las piernas sobre ella y dijo: “Si los estás haciendo dulces, dame uno”. Cebé el mate y se lo alcancé; volví a la mesada, traje la pava, la azucarera, las apoyé sobre la mesa, me senté en frente. Ahí fue cuando empezó con las averiguaciones: ¿Así que la Victoria, a la casa de los Arregui la dio vuelta como a una media? Terminó la frase y sorbió el mate hasta hacerlo cantar. Lo empujó, estiré la mano lo tomé y contesté: “Le ha cerrado la galería, le hizo cocina nueva; para mí ya no es tan ventilada como antes”. Ahí fue cuando empezó a opinar, como si alguien se lo pidiera: “Mirá si se apareciera doña Enriqueta; decí que de Buenos Aires a los Arregui no los mueve nadie ¿Conserva los muebles de los suegros? Porque dicen que el juego de comedor es de nogal macizo”. Cebé uno sin azúcar para mí, ya me estaba empezando a hartar y como al descuido contesté: “No lo sé, a la cocina le cambió el piso, al patio le ha hecho caminitos para aquí y otros para allá, y lo ha llenado de plantas”. Cebé otro mate con azúcar, se lo acerqué y volvió a la carga: "el Reinaldo le deja hacer lo que quiere, dicen que ahora ella viaja seguido”. 

Me puse a mirar las telas de araña del techo para no contestarle, pero la empecinada insistía: “También dicen que se encuentra con el forastero que viene a comer aquí”. Para que no molestara más con las preguntas, dije: “Mañana voy a atar el plumero a la caña tacuara que hay en la galería y lo voy a pasar por el techo”. Ignorando mí comentario volvió a arremeter: “La han visto con él conversando en la biblioteca y también por la plaza”. Pretendía que yo le confirmara los rumores que corrían en el pueblo; para mí que ella ya le había echado el ojo al forastero. Como no pudo completar la información volvió a la carga preguntando: “Al Reinaldo ¿le preparás el desayuno?” Sin ganas de seguir con la historia me levanté para dar por terminado el asunto, fui hacia la pileta, le di la espalda y por lo bajo contesté: “A él no”. Y siguió machacando: “¿A quién se lo hacés entonces?” Harta de tanta pregunta, y para que quedara satisfecha, contesté: “A la niña Carmencita y a la señora Victoria, que se lo llevo a la cama”. Ahí fue cuando escuché la exclamación: “¡Ah!, entonces él no duerme en la casa… Si doña Enriqueta estuviera en Médanos y escuchara los comentarios, la saca de un escobazo”. Me acuerdo que no pude con el genio, di media vuelta, la enfrenté y dije: “Si no sacó a otra de un escobazo, no va a sacar a la madre de Carmencita. Esa niña sí que es una preciosidad, y en la vida de los demás yo no me meto”.

       Dando por terminado el asunto me puse a pelar papas; por suerte entró doña Hercilia y se cortó la conversación. Más veneno no podía salirle de la boca. Ahora el forastero volvió y ella, tan viva que se cree, terminó remediándole la vida. Le ha comprado la librería y le da de comer. A mí, oportunidades no me faltaron, pero… más vale sola que mal acompañada.

      Las celosías están abiertas, alguien llegó a la casa, ¿a ver…? Las llaves las tengo en el bolsillo. ¡Ay madre mía, qué nervios que tengo! Con qué me encontraré.


DISEÑO DE TAPA - LAURA JAKULIS


Continúara el próximo domingo.....  a las 15hs en:


Atrapados por la Imagen


EDITORIAL -  ATRAPADOS POR LA IMAGEN - 


Segunda edición 2023


Clasificación Comercial Nacional: LITERATURA / LITERATURA ARGENTINA / NARRATIVA / NARRATIVA CONTEMPORÁNEA ARGENTINA


RL-2022-18030193-APN-DNDA#MJ

REGISTRO EDITORIAL


ATRAPADOS POR LA IMAGEN


Administración:


Tesi Salado


Isa Santoro


 Luisiana Ayriwa


Laura Jakulis

Licencia Creative Commons
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.

6 comentarios:

  1. Cada vez más atrapante Cardo Ruso!! Qué mujer, esta señora Luisa, dice mucho sin querer decir nada...
    A esperar al próximo domingo, ya se van aclarando algunas cosas y mis dudas ya son más certezas...
    Gracias, bella Marta, cómo siempre!!

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    1. Isa, tu percepción es infalible y suma, Hasta el próximo domingp!

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  2. Ayyyy, este nuevo personaje, sabe todo de todos!! cuenta mucho y calla más!!! excelente trabajo Marta, cada día nos enganchamos mucho más en tu relato!!! algunos interrogantes, parecen cobrar forma. ¿ Carmencita? ¿Horacio? ¿Pedro? a esperar el próximo domingo!!!

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    1. Qué preguntas mi querida editora!!! hasta el domingo1

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  3. Luisa la empleada de confianza de los Arregui, reflexiona sobre el pasado ligado a la familia. A través de sus recuerdos y quehaceres actuales, sus pensamientos giran sobre la vida y la incertidumbre ante la llegada a la casa. Se entrelaza pasado y presente, creando un ambiente cargado de misterio y melancolía que la autora nos irá develando en los próximos capítulos. Gracias Marta !!!

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  4. A ustedes querida Tesi... hasta el próximo domindo!!

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