lunes, 8 de julio de 2024

©EDITORIAL ATRAPADOS POR LA IMAGEN PRESENTA: - Mario Kelman - "Crónica de un dilema de época"

 

 

 Cuentos y Relatos Presenta a...

 

Mario Kelman

 

"Artista de Atrapados por la Imagen"

en...

 "Crónica de un dilema de época"

 Relato basado en hechos reales


Ilustración: Laura Jakulis 


Relato Inédito Edición:

Editorial Atrapados por la Imagen

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REGISTRO DE:
EDITORIAL  ATRAPADOS POR LA IMAGEN

 
 
 

Editorial Atrapados por la Imagen, es un espacio gratuito dedicado a difundir...

¡El arte de todos!




"Crónica de un dilema de época"

 Mario Kelman

Relato basado en hechos reales

 

Fotografía: Laura Jakulis



Habitualmente los relatos comienzan por una ambientación que hace marco al foco de la acción. En esta oportunidad, la acción se desencadena sin preámbulo.

El movimiento irrumpe con estrépito en la forma de un ariete que derriba la puerta de entrada, para dejar paso a un borbotón azul y negro de hombres embozados, con casco y armas, que se distribuyen raudamente en todos los ambientes de la casa.

¡¡Despejado!!

Asegurada la posición, ingresan el Inspector y su ayudante, enfundados en sus impermeables grises y sin abotonar. Camisas sin planchar surcadas de arrugas y finas corbatas con nudo apretado y muy lejos del cuello.

Manos en los bolsillos, cigarrillos colgando de los labios, apenas visibles bajo frondosos bigotes sin recortar y ojos vacuos que trazan una mirada impersonal y de circunstancia.

Un grito sacude la modorra y llama la atención en la última habitación de la vivienda.

La escena de la tragedia se sitúa en el dormitorio, desde donde resuena un sonoro “- ¡¡Acá!!”

La ventana entreabierta a pesar del frío otoñal, deja entrar la luz del amanecer del nuevo día, con tinieblas que aún no se retiran.

Sobre el sofá yace el cuerpo de una mujer anciana, volcada hacia un costado sobre un charco de sangre. Su espalda revela ocho rasgaduras de su vestido, que corresponden otras tantas laceraciones y a otras tantas puñaladas, por donde la exhalación de la vida se extingue tras una corta agonía.

Sobre ella, pende el cuerpo exánime del anciano compañero, meciéndose apenas sostenido por una soga rugosa atada al tirante del techo. Anudada a su cuello, desarticula la cabeza hacia un costado, convertida en una marioneta grotesca bajo una impronta cruel.  

Al unísono ambos encienden sus cigarrillos, aspiran y exhalan lentamente el humo, mientras observan pausadamente la escena y cada detalle. 

Se hace sentir la fatiga, el cansancio interminable ante el encuentro repetido con el horror, la miseria, las acciones inexplicables y las preguntas que muerden con insistencia apurando respuestas. 

El cansancio da mayor consistencia al cuerpo, haciendo penoso cada movimiento, cada brazo extendido; cada paso, cada giro, cuesta. 

Mientras, el tiempo se escurre, el inspector pierde la ocasión de estar disfrutando la calidez de su mujer, una sonrisa cómplice o algún pequeño gesto femenino; entre sutil y picaresco, como es su estilo; sin pretensiones grandilocuentes, pero fina y deliciosa. En lugar de hallar refugio en su tibieza, se encuentra en un momento insensato inquiriendo la sordidez y la oscuridad reiterada.

Pero ¿esto es un trabajo?

La voz quejumbrosa de su asistente interrumpe sus cavilaciones.

¡Feo asunto este! 

No hay testigos ni parientes con quién hablar.

Los vecinos no escucharon ruidos ni gritos que preludiaran un desenlace de violencia y peleas. Las versiones afirman que ha sido el epílogo de un final anunciado.

La pareja de ancianos que envejecen juntos y muy unidos, agobiados por las carencias económicas y la declinación de los cuerpos. Más unidos aún, en la melancolía que provoca la muerte reciente del único hijo.

Un amor intenso que desemboca inexorablemente en la tragedia de ponerse de acuerdo para dejar este mundo. 

Él la mata y luego se quita la vida. 

Qué destino extraño puede tener el amor, cuando conduce a la muerte y no a la vida.

Un amor contra-natura.

Un pacto suicida.

La intención del relato del asistente es clara. Intenta encontrar una respuesta rápida para cerrar el caso y recobrar su vida propia.

¿Matar y matarse por amor? ¿Qué clase de amor es ese?

Nunca es simple una respuesta.

A un costado una mujer policía escucha atentamente los razonamientos del asistente. Se acerca con paso decidido para hacer notar su presencia.

¡Ah…los hombres policías! ¡ven con un solo ojo y escuchan con una sola oreja!

¡Machirulos!!!

Dónde se ha visto una muerte por amor ¡¡¡con ocho puñaladas!!!

Es obvio que se trata de un femicidio, seguido por el suicidio del autor.

Es un femicidio.

El inspector escucha abstraído entrecerrando sus ojos hasta quedar dos delgadas líneas que condensan su esfuerzo por descifrar y comprender. Cuando se presentan dilemas como el presente, le resulta necesario tomar distancia y encerrarse en una discusión íntima, donde asume la defensa y la objeción de ambas posiciones.

“Femicidio, ¿un crimen de género?

Es la primera vez que se le presenta un caso. Nunca había tenido la ocasión de reflexionar al respecto y es la primera vez que forzosamente, se le impone a su reflexión. 

Es que ¿existe el crimen de género?

Siempre pensó que el género no tenía mayor alcance que la gramática, aunque nunca una palabra es poca cosa. 

Lo evidente es que la reivindicación de género prolifera en el mundo. También los reclamos de género, sin duda, totalmente legítimos. 

Pero una pregunta corroe su afirmación: en el fondo de esta cuestión, ¿se trata de una guerra de género?

Y si así fuera ¿qué enigma encierra el género que lo hace capaz de desencadenar una guerra semejante?

Cuando se ejerce violencia y muerte sobre el cuerpo de una mujer, es que ¿hay allí alguien que puede llamarse hombre?

Cuando una mujer es tomada como blanco de violencia, ¿se puede decir que ha sido tomada a título de mujer?

La respuesta negativa indica que por el contrario, la muerte no surge por una pelea de género, sino todo lo opuesto. El impulso asesino surge de un abismo donde el género falla.

Cuando el género funciona, hay hombre y hay mujer. Se pacifica la violencia, se respeta las convenciones y el amor entra con su toque haciendo lazo.

El problema no es el género, sino cuando el género y la legalidad simbólica que instala se rompe, se transgrede, se viola.

Subitamente el inspector no puede evitar que surja en su mente y se agolpe en apretada sucesión, imágenes y recuerdos de tantas mujeres y escenas de horror. Rostros con expresiones deformadas por el dolor, cuerpos retorcidos y exangües, miembros cercenados y carnes apaleadas por una crueldad infinita. 

¿Qué monstruo es capaz de semejante obra? ¿Hay allí un hombre que toma a una mujer?

Ahí no hay sujetos de género. 

Hay sólo verdugo y hay sólo restos. 

Vestigios de lo que alguna vez ha sido la dignidad y la gloria de dos vidas.

La paradoja es que se ha ideologizado el género, se ha hecho una épica reivindicatoria al servicio de otros fines, de los que se hace uso aleatoriamente cuando tributa a intereses electivos. La ideología de género instaura la guerra de género evitando saber sobre el abismo abierto bajo su velo. 

Con las ideologías suele ocurrir lo que pasa con una mancha de aceite en el mar. 

Se expande hasta el asombro, pero sólo en extensión. 

Se trata de un signo externo, pero que aún en la superficie de los hechos da la señal que algo muy grave ocurre abajo.

En las aguas profundas pasan cosas y muy serias que constituyen fenómenos de época, en sigiloso ocultamiento bajo la guerra reivindicativa, haciendo del género una insignia, siempre emblemática e insuficiente para dar cuenta de la sexualidad.

Las demandas de género resultan legítimas y justas. 

¡No al dar muerte! 

¡Ni una menos!

Pero como el aceite en la superficie, en las profundidades se gesta una catástrofe oculta, hasta que eclosiona con virulencia y se expande como una peste posmoderna.

El inspector reconoce un interés filosófico que siempre habita su persona. Aunque ha prevalecido el afán detectivesco, la filosofía le ha otorgado un sesgo particular que enriquece sus deducciones. 

Sorprendido por los confines especulativos a que los que le ha conducido su indagación policial, se halla totalmente alejado de la investigación en curso pronto a regresar al grano. Antes de abandonar sus elucubraciones, decide llegar a un punto final con alguna conclusión, buscando una tabla que lo saque de la deriva.

Si no se trata de una guerra de género, entonces ¿qué monstruo nos acecha en las profundidades? 

Un abismo

Una brecha abierta que absorbe el mundo y la humanidad, devora cuerpos y almas, se alimenta de la poesía y la belleza.

El mal existe.

Es una época de despliegue del mal y de lo peor, que ocurre cuando se vá más allá del límite que prohíbe extraer satisfacción malsana del dolor y del dar muerte al semejante.

A veces, se transgrede en nombre del progreso y de las consignas más nobles, suscitando los hechos más aberrantes.

Época del dominio, del consumo, de la tecnología, de la ciencia impiadosa y despojada de ética.

La mortificación de lo sensible y la caducidad de la palabra con fundamento.

La verdad dejó de interesar.

Aunque interesara, hoy es indistinguible en el vocinglerío amplificado que inunda el éter y las calles.

Las gentes entretenidas y apasionadas por el debate ideológico, aún no registran la temible efracción de lo humano que acecha desde las oscuridades de la profundidad.

Cuando se atraviesa el límite, ya no hay retorno posible y el monstruo queda libre.

Ah, ¡la libertad!

¡Tema tan actual y tan equívoco!

De pronto, un batir de palmas saca al inspector de su limbo personal y lo deposita repentinamente en el cuartucho donde ambos cadáveres siguen ofreciendo su misterio.

La mujer policía llama la atención del inspector y el joven y romántico asistente reclama su atención para que laude entre las dos interpretaciones.

¿Pacto suicida o femicidio seguido de suicidio?

El inspector mira fijamente a uno y luego al otro, confirmando que ha vuelto a estar sobre sus pies.

Da una última pitada a su cigarrillo y lo apaga en un cenicero de la mesa de luz. Un sabor acre inunda su boca. Afuera comienza una llovizna fina y persistente.

La vida continúa.

Gira media vuelta, ciñe el impermeable gris en su cuerpo arropando las solapas para protegerse de la mojadura, alza los hombros frunciendo el ceño y muy lentamente emprende la salida, dejando a ambos colaboradores expectantes y sin respuesta. 

 

 

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©Mario Kelman

Rosario - Argentina

año 2024

Ilustración: Laura Jakulis


 
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Isa Santoro - Liliana Gauna - Laura Jakulis

 


 

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6 comentarios:

  1. "Cuando se ejerce violencia y muerte sobre el cuerpo de una mujer, es que ¿hay allí alguien que puede llamarse hombre?
    Cuando una mujer es tomada como blanco de violencia, ¿se puede decir que ha sido tomada a título de mujer?". Claramente la respuesta es no! ¡Cuánto se tardó en cambiar la carátula de homicidio, a femicidio! El cuento relata de una manera muy simple, lo que no se puede ver, aún siendo tan claro. Pensar en un pacto suicida, teniendo ante los ojos semejante atrocidad, muestra como común denominador, ¿Cuántas veces habrá sucedido esto en pueblos pequeños...o no tanto... Lo que da para pensar, si en realidad es más cómodo cerrar la carátula como algo simple y volver a casa, o ver una realidad y actuar en consecuencia. Felicitaciones, Mario. Un excelente relato para reflexionar!!

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    1. Gracias Isa por su lectura atenta. Efectivamente, escribir esta crónica, acompaña la idea de provocar el debate y poner el tema a consideración de los lectores.

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  2. ¡El diálogo que sostiene la mujer policía con sus compañeros es sumamente rico! Y la clave para dejar de romantizar, lo que es en verdad, ¡un femicidio atroz! ¡Muy lejos de ser un pacto suicida, al estilo Romero y Julieta, esto fué determinado y llevado a cabo solo por uno de sus personajes! ¡Pero claro! no es dislocado el dictamen de los hombres policías, los cuales estaban acostumbrados, a que todo se resolivera como "Crimen pasional", ¡pero las ocho puñaladas hablaron a través de la mujer policía! En los alrededores de mi ciudad, hubo un caso similar, solo que en ese entonces, ¡¡no existía la palabra femicido!!! ¡Gracias querido amigo, por contarnos esta historia verdadera, y hacernos reflexionar a través de ella! ¡Felicitaciones! Y ¡NI UNA MENOS!

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    1. Gracias Laura, por el comentario y la excelente ilustración. Coincido en que rotular crimen por emoción violenta o pasional, se presta al uso como coartada para restar valor al acto.
      Ese hilo lleva a interrogar la ponderación de la punibilidad en la justicia penal. ¿Venganza, castigo, restitución, responsabilización retroactiva del acto?
      La inimputabilidad es el peor de los caminos porque no hay salida y la impunidad es un síntoma del poder en la época.

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  3. "¿Pacto suicida o femicidio seguido de suicidio?" nos pregunta el Autor. Pero, el drama, toma mayor embargadura cuando nos recuerda "El mal existe" y "La vida continúa"...

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    1. Gracias amigo. Efectivamente, en las profundidades anida el mal, e irrumpe más allá de las razones y los motivos, que son solo pretextos que agregan los comentadores y testigos ante lo inexplicable, para salir de la perplejidad. Me explayaré sobre la cuestión en una próxima crónica.

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