lunes, 6 de enero de 2025

©EDITORIAL ATRAPADOS POR LA IMAGEN PRESENTA A : MARIO KELMAN - "Lustrabotas"

 

ATRAPADOS POR LA IMAGEN


Cuentos y Relatos Presenta a... 



MARIO KELMAN


"Artista de Atrapados por la Imagen"


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"Lustrabotas"

Relato inédito


Editorial de Atrapados por la Imagen

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EDITORIAL  ATRAPADOS POR LA IMAGEN

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¡El arte de todos!



"Lustrabotas"

Mario Kelman


La mañana se despliega en el espacio urbano, con movimientos que sacan la modorra y acomodan el suceder a un ritmo sostenido. 

Cuesta el arranque, pero una vez sobre rieles, el tren va.

El viejo bar de siempre, bien ubicado, despliega tempranamente sus vitrinas y toldos saliendo al cruce de la solazón del amanecer.

La luz aún gris, se transporta sobre la brisa repentina.

La puerta ancha del bar, se abre y cierra constantemente, dejando paso a los clientes ocasionales y habitués, que entran y salen con movimientos presurosos, como si ya estuvieran en un apuro con retardo.

A un costado, sobre la vereda, tres sillones gastados de pana roja, pero con el atractivo de ofrecer un lugar siempre disponible, se prolongan en un mueble que corona en una silla menor a una altura conveniente, donde reposan tres lustrabotas con mirada indiferente, de semblante serio y con un porte erguido que acredita seguridad, aguardando la llegada escalonada de la danza de clientes.

El personaje del centro es un hombre enjuto de edad mediana. Cabello oscuro rigurosamente peinado con fijador. Respetables bigotes finos que terminan en puntas que señalan el cielo, hacen marco a su labio delgado que acostumbrado al silencio, reposa apretadamente sobre el labio inferior. Ojos oscuros y tez trigueña expresan con gestos mínimos, lo que no pronuncia en palabras. Su cuerpo delgado vestido con una camisa blanca de mangas largas abuchonadas, sujetas por una liga de elástico oscuro, y cuello cerrado por un lazo negro que remata en un moño discreto. Un chaleco bordó con botones bronceados hace tono con los sillones. 

A partir de allí, se despliega una ceremonia sin palabras, que supone códigos y acuerdos tácitos.

Un hombre toma asiento mientras despliega un diario ancho que lo sume en la lectura, mientras fuma con fruición un cigarro de hoja.

El lustrabotas sin decir palabra enfunda dos cueros raídos, pero aún rígidos, a ambos lados de los tobillos; para impedir que un cepillazo artero y desviado, embardune con betún las prolijas medias a tono del pantalón.

Con habilidad de vértigo, el hombre efectúa malabares con un pequeño cepillo y el betún, que abre entre volteretas del envase en el aire, hace girar la mariposa del costado para entreabrir y separar la tapa.

Raudamente va y viene el cepillo chico, ora sobre el betún en el aire, ora distribuyendo pomada sobre la superficie del zapato, con esmero calculado por la mira puesta ya en el cálculo del siguiente cliente que estaría al caer.

El cliente parece abstraído y transportado a otro lugar por las noticias del día, pero basta un sutil toque en la puntera del zapato, para que levante el pie y lo cambie por el otro. El lustrabotas repite el ritual.

Nuevamente el toque en la puntera de la suela y nuevamente el cambio con el primer zapato, con el betún ya seco.

Es la señal para el comienzo del show.

El lustrabotas calza un cepillo en cada mano, y a una velocidad crucero descarga certeros pases por la superficie opaca que adquiere brillo.

A ambos lados, sus colegas dispensan un espectáculo semejante, con un despliegue silencioso de destreza.

Luego de los dos esperados toques en la punta de la suela, el movimiento se detiene y el hombre mira fijamente el pie ante sí; enfunda por ambos extremos con firmeza decidida una inconfundible franela naranja. 

Emprende con gran precisión movimientos alternos y laterales sobre cada zapato a su turno, a una velocidad frenética, que hace indistinguible los bordes de la franela, reducida a una mancha naranja que aletea y parece flotar sobre el zapato, como el vuelo de un gavilán sobre su presa.

El tiempo transcurre y la fila de clientes mengua. Los tres lustrabotas ya exhaustos se distienden y lentamente abandonan su puesto. Un puesto que se han ganado con oficio y que asumen con autoridad, y que forma parte del estar cotidiano.

La dignidad del trabajo. Estar en el lazo y participar de los intercambios.

Cada cliente cuida su apariencia en una época en que hay dinero en el bolsillo.

No obstante, no crean que es un paraíso. Todo tiempo pasado fue mejor, es sólo una ilusión como si fuera posible recuperar el bienestar que no está. 

En cada época el malestar tiene su repertorio propio.

¿Pero qué ha sido hoy de los lustrabotas?

Otra mañana en la actualidad.

Al paso del caminante por una vereda de la ciudad, una puerta se entreabre permitiendo la salida de un hombre de edad mediana, robusto, estatura baja, vestido con una remera desteñida y un jean desgarbado que desborda sobre zapatillas gastadas. Con cabello corto de color ceniza, despeinado y una barba de algunos días que acentúa su aspecto desprolijo.

Con sus manos cuenta el valor de algunos billetes al reparo del viento. 

La mirada se posa sobre el antebrazo derecho que oprime sobre su cuerpo un pequeño cajón de madera con una manija central y sendas solapas de madera que caen a los costados, a dos aguas sobre la caja conteniendo latas de betún, cepillos y trapos.

 Satisfecho, el hombre enrolla los billetes y los guarda en su bolsillo.

Alza la mirada y agradece a una mujer por la ayuda recibida. Ésta le devuelve el saludo.

El lustrabotas hoy recibe limosnas.

No obstante, el espíritu antiguo subsiste.

El viejo cajón de madera permanece fijo como un órgano adosado a su organismo.

El hombre se aleja caminando.

Conmueve descubrir que no lleva el cajón de lustrabotas bajo su brazo. En realidad, el hombre avanza abrazado amorosamente a su preciado tesoro.

Hay testigos, probablemente presos de la exageración, que afirman con total convicción que lo han visto andar por los caminos, con los pies apenas tocando el suelo. 

Hay quienes más elocuentes aún atestiguan que lo han visto deslizarse llevado por el antiguo espíritu, e incluso perderse en el cielo cuando alza vuelo propio abrazado entrañablemente a su caja de lustrabotas.


   Todos los Derechos de Autor y Propiedad Intelectual, pertenecen a: 


©Mario Kelman

Rosario - Argentina

Ilustración I: Imagen libre de la Web

Ilustración II: Leonardo Sepúlveda

ATRAPADOS POR LA IMAGEN

2025


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6 comentarios:

  1. Lustrabotas...mientras leo el relato de Mario Kelman vuelven a mi mente personas, escenas, recuerdos lejanos en el tiempo...una Sociedad y un Clima social que ya no existen...¡Cuántos oficios han desaparecido! Recuerdo las "peluquerías de caballeros " en el centro, con una larga fila de sillones específicos, giratorios, majestuosos, de metal y cuero con apoyacabeza y palanca al piso para maniobrarlo: podían trabajar en paralelo el barbero, el lustrabotas y la manicura...el afeitado era con espuma y navaja. La terminacion: un spray de agua colonia. Servicio completo. Gracias, Mario! Hice un viaje al pasado.

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    1. Comparto la añoranza. Precisamente, el próximo relato a ser publicado se titula "De peluquerías y barberías"

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  2. Cuento con nostalgia. Trapo, cepillo y perfume de betún. Figura entrañable la del lustrabotas.
    Los tiempos cambian y las punteras luminosas de un zapato bien lustrado han sido reemplazas por las zapatillas; ocurre que con las zapatillas se puede correr, ganar, llegar antes… Llegar ¿a dónde?
    Gracias Mario Kelman

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    1. Gracias Marta por su lectura y comentario. Suscribo su pregunta, en una época en que ésta deviene interrogante dramático...llegar ¿a donde?, variación de "Quo Vadis?"

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  3. Mario, qué cuento tan maravilloso y conmovedor!! Esa figura tan entrañable, la del lustrabotas, y tan en desuso con el tiempo! Y era así, un oficio para toda una vida! Felicitaciones Mario y gracias por traernos un poco de historia, a los que conocimos a personas con ese oficio! Hermoso y emotivo relato! 💜💚

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  4. Gracias Isa por la emoción compartida.

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