ATRAPADOS POR LA IMAGEN
Cuentos y Relatos Presenta a...
PATRICIA BALDA
"Artista de Atrapados por la Imagen"
en...
"Un bollo de papel en el fondo de mi bolso"
"Cuento inédito para Atrapados por la Imagen"
Edición: Editorial Atrapados por la Imagen
RL-2022-18030193-APN-DNDA#MJ
Registro de propiedad intelectual
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Abrí la puerta del negocio y entonces nos separaron unos veinte pasos, un escritorio y cuarenta años. A su lado, como la última vez que lo vi, la música. Ya no en el Winco, ahora en un tremendo equipo conectado a una pantalla que mostraba, a mis ojos curiosos, el corazón, las entrañas de lo que él escuchaba.
Ahí estaba el Loco C, más viejo, más gordo, con el pelo casi blanco y la misma mirada, riéndole a la vida como si vivir no doliera nunca.
No sé lo que dijo, o si dijo algo, la memoria suele ser caprichosa. Tal vez no le di tiempo y simplemente me adelanté, con un “¿No te acordás de mí?”
Yo corría con ventaja, sabía que era él, había ido en su búsqueda. ¿Por qué? No sé, pura nostalgia, curiosidad, o como dicen ahora, el universo así lo quiso y me empujó a hacerlo.
Para ser honesta no fue el universo, fue la Gordi. Ella me dijo, “sé dónde tiene el negocio el Loco, si querés pasamos”. Teníamos que ir a Junín, estaríamos cerca, dije sí.
No fue fácil encontrarlo, dimos varias vueltas, tantas que en algún momento sentí que eran demasiadas y me rendí con un ”Vamos... ya está”. Pero la Gordi no, ella no. “Es por acá, yo sé que es por acá” repetía. Al fin dijo “Allá, es allá” y apuntó con su dedo índice una casa de instrumentos musicales.
No, no se acordaba de mí y para ganar tiempo, él respondió “Sui Generis” y señaló el equipo, después con una de sus manos me indicó que me sacara el barbijo. Se rio al hacerlo, se rio con los ojos como lo hacía cuando tenía dieciocho y me hizo reír a mí también.
Obedecí. Pero nada cambió. Él no se acordaba de mí.
Entonces suplicó “Ayudame”.
El Loco C no era lindo, era distinto. Mojaba el pan en la salsa de la fuente y mi mamá me mataba con la mirada. Al comer abría sus brazos como si fueran alas y apoyaba los codos sobre la mesa, adueñándose de todo el espacio. Se reía a carcajadas, escuchaba rock pesado y hacía chistes de mal gusto. Era libre por los dos.
“Patricia” dije, “Patricia B” continué, para evitar que por tercera vez no se acordara de mí.
Se quitó el barbijo y abrió los brazos como si fueran alas, los apoyó sobre el escritorio adueñándose de todo el espacio, me miró y nos encontramos. Luego preguntó “¿Puño?”. Entonces respondí. “sí, puño”. Y se encontraron nuestros puños.
“Vos y Sui Generis” dijo señalando por segunda vez el equipo, y a mí no me pareció tan mal que aún escuchara Sui Generis porque en ese momento iba bien, después de todo yo también volvía de los 70.
El Loco C usaba el guardapolvo desprendido, estudiaba poco y escuchaba música todo el día.
Yo era mejor promedio, estaba prendida en cuanta cagada planeaban los chicos malos y leía mucho. Las últimas dos virtudes eran conscientes y calculadas, con amigas hermosas solo quedaba ser interesante y divertida.
Pero al llegar el Loco todo fue distinto. Con él no hubo cálculos ni estrategias, no recuerdo cuando ni como lo conocí, solo recuerdo que éramos inseparables. O eso, al menos, creíamos todos hasta que el Loco se fue. Se fue en el peor momento, se fue para seguir riendo como si la vida no doliera nunca.
-Por un momento tuve miedo, - dijo.
- ¿Miedo?
-Sí miedo, pensé que eras alguna novia del pasado.
-No, novia no. Le respondí riendo. Nos miramos y él también rio.
-Estás igual
-Hijo de puta, tuve que decirte mi nombre y me decís que estoy igual.
Cuando dije hijo de puta está claro que no pensé en su madre. Nunca conocí a la vieja del Loco, ni oí hablar de ella. Solo hablaba del padre, de sus peleas con el padre. Él a mis viejos sí los conoció, porque el Loco C, caía a casa cuando le pintaba nomás. Caía con el guardapolvo hecho un bollo debajo de un brazo apretado entre carpetas y discos debajo del otro. Caía y se quedaba a comer, a tomar la leche, a pasar la tarde. Entonces deambulábamos por la casa, por el pueblo, sin decir mucho.
-No, ahora que te miro pensando en vos, estás igual.
-Imposible, pasaron cuarenta años, tengo sesenta.
-Como yo.
-Como vos.
-Decime que no sos maestra, ni policía. Todos se volvieron maestros o policías. Se lamentó.
Me pregunté dónde estaba el límite entre el fracaso y el éxito, cuál era el límite del Loco. A los dieciocho, él deseaba ser periodista o músico, quería escribir para la revista Rolling Stone, de máxima y para Pelo de mínima. Tener una banda, ir de gira. Pensándolo bien la vida no lo dejó tan lejos, podría haber sido chacarero o panadero como su padre.
Nunca fue lindo, ¿diferente? Sí. Alto, muy alto, de manos grandes y sonrisa ancha. Los ojos, las cejas y su frente se veían como apretados, sin duda era su parte más fea. Ahora no se ve tan mal, los años lo han tratado bien. Virtud de los feos, siempre mejoran con el tiempo.
- Vos prometías más, estabas para más. Ustedes eran otra cosa. ¿Las seguiste viendo?, a tus amigas, digo. Acoplarse al curso no fue fácil si no fuera por ustedes….
Aparte del Loco, yo tenía cuatro amigas, tardes de mates, sueños de volar, más discos de vinilo, la moneda sobre el brazo del Winco, y charlas sobre chicos que nunca eran de la escuela ni del pueblo, porque el Loco tenía razón: ellas estaban para más.
-Ni maestra, ni policía, bancaria- Respondí- Estudié tarde, por lo de los viejos ¿viste? La última parte se la dije como al pasar, escondiendo el reproche, la bronca y el desencanto. Pude contarle que a las chicas hacía mil años que no las veía. Que tenemos un grupo de WhatsApp que se llama Flamingo, pero que no nos escribimos. Que dónde estaba Flamingo ahora venden heladeras. Que el café se toma en la Esmeralda, que la Esmeralda está en local de Bozini que antes vendía heladeras. Pude decirle que pasaron cuarenta años. Pero no lo hice. Lo que dije fue:
-Tengo un hijo músico.
-¿Chapuza como yo?
-No, músico de verdad.
“Músico de verdad” sonó cruel e innecesario. Porque el Loco C, el que caía a casa cuando pintaba, sin avisar así no más, el que llegaba con la guitarra y desangraba la tarde tocando canciones de Sui Generis soñaba con ser músico de verdad. Digo desangraba porque Sui Generis siempre me pareció triste.
Una de sus canciones preferidas era Rasguña las Piedras. Cuando el loco la cantaba y llegaba a la parte que dice:
“ y si estoy cansado de gritarte
Es que solo quiero despertarte “.
Mi vieja rezongaba “para poesía es mala y para canción demasiado buena”. Yo rogaba que se callara. Lo hacía bajo, más bajo que un murmullo, después, me adelantaba a su voz.
“Y por fin veo tus ojos
Que lloran desde el fondo
y empiezo amarte con toda mi piel”.
No, a mí el Loco no me parecía un chapuza.
- Contame de vos, te fuiste del pueblo. ¿Qué hiciste? Nunca viniste a las cenas de promoción.
-A una, solo a una. ¿Vos sí ? Retruqué, porque en aquella, la que para mí fue debut y despedida de cualquier reencuentro, el brilló por su ausencia.
- A una también, fui con mi mujer y su hija. “Pollerudo” Así me llamaron entonces les contesté “Provocan ahora que son unas viejas chotas, cuando estaban buenas no daban bola. A joderse entonces”.
Volvimos a reírnos. Imaginé las caras, y reí más. Otra vez el chico raro había roto las reglas.
-Dale contame qué hiciste todos estos años Patricia B.
-Soñé con la revolución, milité en la izquierda.
-¿En el MAS?
-No en el PC
-¿Y?
-Fui derrotada
-¿Y ahora?
-El Peronismo, Néstor, Cristina y Alverso.
-No, vos. Hablame de vos - insistió
-Entonces, Pollerudo, muy a pesar de las ex novias que te producen miedo, parece que encontraste el amor. Fue lo primero que me salió, no quería hablar de mí.
- No, yo no lo encontré - se apresuró a corregirme. - Él me encontró, yo no quiero si no me quieren primero.
Al terminar la frase se veía igual que a los dieciocho, la misma expresión, la misma mirada desafiante. Volvió a ser el que escuchaba la música más rara y difícil que se pueda imaginar, pero que solo cantaba rock nacional, Charly , Spinetta, Gieco. Yo, sospechaba que no se animaba a cantar en inglés.
A veces se agachaba, apoyaba la guitarra en su rodilla, y donde estuviera, en la plaza, la vereda, en la estación de colectivo que lo devolvía a su casa, él cantaba. Yo, su única espectadora, aguardaba paciente que diera por terminado su recital.
De todas las canciones la que más me gustaba era “Bienvenidos al tren”, a veces, muy pocas, cantaba con él
“Si tu eres mi dama, jamás lo sabré
Si yo no te río, pues bien mátame
Recógete el pelo, ven a la estación
Si no me acompañas puedes decirme adiós.
-No, yo no lo encontré - repitió y aclaró- No es la primera
- Como sea, te encontró, la llevaste a la cena de promoción y te dijeron pollerudo.
-Sí a la cena - hizo una pausa para reír. -Estaban tus amigas, no me senté con ellas, me senté con el Pichi. Las estábamos mirando desde lejos como en los viejos tiempo y yo le conté que estaba enamorado de Fabiana. Él apenas la miró y me dijo “menos mal que no te dio bola, fijate bien de lo que te salvaste”. ¿ustedes lo sabían verdad?, ¿ustedes se habían dado cuenta, no?
- No, yo no.
Habían pasado cuarenta años, era una mañana de febrero, el Loco C tenía una casa de música. En mi pueblo, para tomar café había que ir a la Esmeralda, ya que en Flamingo venden heladeras. Hablamos un poco más, esta vez fui yo la que dijo “Puño”. Él accedió “sí, puño”. Entonces se encontraron nuestros puños para que pudiéramos despedirnos.
- “Vos y Sui Generis me alegraron la mañana”- dijo en el momento que yo le daba la espalda camino a la puerta. Hecho un bollo, en unas de mis manos, llevaba el folleto del negocio, con su teléfono, dirección de Instagram y Face. Y enredada en mis oídos su voz diciendo “llamame, no dejes de comunicarte, que no pasen otros cuarenta años”
Caminé unos pasos, lo imaginé riéndole a la vida como si vivir no doliera nunca y dejé caer el bollo de papel en el fondo de mi bolso.
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