Fotografías de autor

Atrapados por la Imagen es un espacio donde las historias encuentran su forma, ya sea en palabras, en fotos o en la mezcla mágica de ambas. Somos una página editorial que apuesta por la sensibilidad, la mirada personal y el disfrute de contar. ¡Bienvenidos!

lunes, 15 de diciembre de 2025

©EDITORIAL ATRAPADOS POR LA IMAGEN PRESENTA : "Calesitas" - Del escritor: Cristian Bautista - Rosario, Argentina -

 



Cuentos y Relatos Presenta a...


CRISTIAN BAUTISTA


"Artista de Atrapados por la Imagen"


en...



"Calesitas"

Un relato inolvidable... 


Edición: Editorial Atrapados por la Imagen

RL-2022-18030193-APN-DNDA#MJ

Registro de propiedad intelectual

___________________

"La editorial de Atrapados por la Imagen, es un espacio accesible para todos, fomentando la participación y el intercambio creativo".


Atrapados por la Imagen

"Calesitas"
CRISTIAN BAUTISTA


    Con papá nunca pude sacar la sortija. Nunca. Era cuando él vivía en un departamento de pasillo que quedaba en el centro por Zeballos o Montevideo. Yo no tendría más de seis años y recuerdo que, fin de semana por medio, me quedaba con él y me llevaba a la plaza. Caminábamos en silencio y recién al llegar a la esquina me daba la mano. Cruzábamos. Papá siempre llevaba un libro debajo del brazo y, a mitad de la plaza, un poco antes de llegar a la calesita, sacaba del bolsillo un puñado de billetes y me daba uno. Marrón.

—Te espero acá —me decía señalando el banco de cemento.

Yo iba corriendo hasta la boletería y estiraba la mano con el billete. El hombre lo agarraba y a cambio me daba tres papeles azules, un poco más gruesos y grandes que un boleto de colectivos. El hombre tenía barba blanca, ancha, un poco más amarilla en las puntas y, no importaba si hiciera calor o frío, siempre tenía puesto un sobretodo azul, largo, con dos líneas blancas y gruesa en las mangas, casi a la altura de los puños.

Seríamos seis o siete chicos, no más, los que corríamos entre caballos, autos, carrozas y cuando nos  acomodábamos, el hombre salía de la boletería, movía una palanca enorme y la calesita comenzaba a girar. 

Yo elegía el caballo negro que estaba casi en el borde. Desde ahí miraba a papá que leía. Siempre leía. Lo recuerdo mientras comíamos en la cocina. Papá con las piernas cruzadas y la mirada fija en el libro al lado del plato; o en las madrugadas. Esas, en las que la luz de su habitación encendida me despertaba. O los sábados en la plaza, sentado en un banco, lejos de la calesita; mientras yo, intentaba, vuelta tras vuelta, sacar la sortija.

Con mamá era distinto.

Los fines de semanas que me tocaba estar con ella íbamos al Parque Independencia. También iba Luis. Luis era el novio de mamá. Los tres comíamos en el carrito hamburguesas con papas y después cruzábamos y tomábamos helado. A mí me gustaba el helado, pero lo que más me gustaba era cuando me compraba un algodón de azúcar.

 —Parece telaraña — decía mamá.

Algunas veces, también íbamos a las lanchas del laguito. Luis me salpicaba con gotas de agua y mamá se reía. Otras veces, subíamos a los botes a pedal. Luis me decía que podía elegir el color y el número que quisiera.

Yo me sentaba en el medio y escuchaba a Luis contar historias. Una vez,  contó que, antes, mucho antes de que estuviera  el laguito, ahí estuvo la primera plaza de toros de Rosario. Su abuelo Diego había acompañado a la comisión que había hecho las gestiones con España. También dijo que en la inauguración, su abuelo Diego, había sido banderillero durante la faena. En todas las historias que Luis contaba aparecía su abuelo Diego, un actor de teatro independiente, que había trabajado en Buenos Aires, en un programa de televisión: Titanes en el ring. Según Luis, su abuelo Diego hacía de un personaje enigmático que, durante las peleas, pasaba adelante de la cámara con una enorme barra de hielo al hombro. Lo hizo durante tres o cuatro temporadas. Después, discutió con Karadagián y se fue a trabajar a  un circo donde se hizo muy amigo del mago que, le enseñó miles de  trucos que Luis conocía y me mostraba sacando monedas de detrás de mis orejas, cigarrillos de mis bolsillos, chocolatines de mis medias.

Lo que más me gustaba era cuando Luis tocaba la flauta. No tanto la música sino cuando nos sentábamos en frente y yo, de reojo, miraba a mamá: los ojos verdes fijos, la sonrisa abierta.

Un sábado que Luis vino más tarde, nos dijo de ir al parque de diversiones. Cuando llegamos, mientras mamá pagaba el taxi, nosotros bajamos y nos paramos en el cordón. La música, las  luces, la gente. Yo había escuchado hablar en la escuela del tren fantasma, de la alfombra mágica, de la rueda gigante, todo estaba ahí, tan cerca y con solo cruzar la calle.  Recuerdo querer que llegara el lunes y contárselos a todos en el primer recreo.

Esa noche, Luis me contó los secretos para manejar en los autitos chocadores y me acompañó en el gusano. Nos sentamos los dos en el último asiento y recién en la cuarta vuelta pude abrir los ojos, levantar los brazos, gritar.

Fue cuando bajé de las tazas. Mamá compraba praliné, Luis hacía la fila para subir a los cisnes y yo la vi.

Era hermosa. Brillaba dando vueltas al compás de la música, tenía espejos que multiplicaban la luz y caballos que subían y bajaban, pintados con ojos enormes y dientes blancos y parejos.

—¿Sabés que si sacás la sortija tenés otra vuelta? —dijo Luis.

—Sí —dije.

Me preguntó cuántas veces había sacado la sortija.

—Una o dos —dije.

—¿Una o dos?

—Quizás tres —dije.

Luis me miro fijo: —¿En serio nunca sacaste la sortija? —dijo.

Esa noche saque nueve veces la sortija. Mamá sonreía tan feliz.


    Una semana después volví con papá y fuimos a la plaza. Cuando subí a la  calesita él no me vio, leía, pero estuve cerca, muy cerca de sacar la sortija.

Cuando volvíamos se lo dije: Casi saco la sortija.

Papá no dijo nada, me agarró de la mano y cruzamos Pellegrini. Estaba tan tibia la mano de papá que apenas subimos a la vereda y él me soltó, me agarré de nuevo. Ese día caminamos así, de la mano, hasta su casa.

 

 

 Todos los Derechos de Autor y Propiedad Intelectual, pertenecen a: 


©Cristian Bautista
 Rosario - Argentina

 

 "Calesitas"

Ilustración: Imágenes de la Web.

Edición: Editorial Atrapados por la Imagen

Diseño: Laura Jakulis

Diciembre 2025


"Agradecemos a todos nuestros amigos, lectores y seguidores por visitar nuestro contenido y por sus valoraciones"

Afectuosamente...


Administración de Atrapados por la Imagen.


                                                                

Licencia Creative Commons
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.

4 comentarios:

  1. La sortija de la calesita, un símbolo. La oportunidad, los dones de la vida, el azahar, el paso del tiempo en cada vuelta y hasta el encuentro fallido

    ResponderBorrar
  2. Felicitaciones Cristian! Cuántos recuerdos!!! El parque Independencia ,el gusano loco, las tazas ,el tren fantasma ,y la calesita!!! Cómo olvidarme el afán de sacar la sortija y que mamá y papá nos vieran!!! También lo primero que hacía era subirme al caballo,lo que más me gustaba! Y cuando sacaba la sortija era la felicidad más grande del mundo! Qué épocas de inocencia! Comer " el algodón" rosa, o las manzanas caramelizadas! Era un bocato di cardenale para nosotros! Con poco éramos felices! Me sentí muy identificada! Se ve que somos contemporáneos! Gracias por compartirlo!!

    ResponderBorrar
  3. El contraste en la atención recibida por el niño protagonista de parte del padre y de la madre con su pareja está muy bien marcada y narrada. Está aquí la fuerza del relato que conmueve y nos acerca al protagonista.

    ResponderBorrar
  4. Cristian, qué lindo y qué profundo es este cuento. Con escenas simples y muy bien elegidas armás una infancia llena de contrastes, silencios y afectos que se dicen sin palabras. La sortija, la calesita, esa mano tibia… todo gira suave y queda resonando. Gracias por compartir algo tan sentido. ¡¡Admiro tu manera de contar!

    ResponderBorrar

deja tu comentario gracias!