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lunes, 8 de diciembre de 2025

©EDITORIAL ATRAPADOS POR LA IMAGEN, PRESENTA: "Los hijos del Abuelo Tony" - Del escritor: PEDRO PABLO LILLI - Rosario - Argentina.

 

Cuentos y Relatos 

Presenta: 


"Los hijos del Abuelo Tony"


Del Escritor:

 PEDRO PABLO LILLI


"Artista de Atrapados por la Imagen"


Ilustración: Virgilio Lilli(Cosenza, 1907  Zurig


 Edición: Editorial Atrapados por la Imagen

RL-2022-18030193-APN-DNDA#MJ

Registro de propiedad intelectual

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"La editorial de Atrapados por la Imagen, es un espacio accesible para todos, fomentando la participación y el intercambio creativo".



Cuento inédito para Atrapados por la Imagen


"Los hijos del Abuelo Tony"

PEDRO PABLO LILLI


— Tonio, me gustaría, este verano, hacer un gran encuentro con todos mis hijos – me propuso el abuelo a solas, cuando fui a visitarlo al Sanatorio. Lo habían operado del corazón y su voz era muy débil.

¡Que idea! ¿Tenés los contactos de los que no conozco?

— No, Tonito, tenés que buscarlos – suspiró desalentado -Son muchos y están dispersos. De la mayoría, hace años que no tengo noticias.

 — Bueno, va a llevar su tiempo encontrarlos, entonces.

— Por eso te lo encargo a vos, que sos el más responsable de la familia – sonrió triste pero lleno de confianza.


El pasado de mi abuelo Tony había sido turbulento. Desde muy joven se dedicó a la venta de lencería fina a domicilio, a lo largo y ancho de un vasto territorio que incluía las provincias de Santa Fe, Chaco, Corrientes y Entre Ríos, exceptuando las ciudades capitales. Visitaba a sus clientes -en general, amas de casa- cuatro veces por año presentando, en cada oportunidad, los nuevos modelos de estación. Difícilmente se retiraba de una casa sin haber vendido o insatisfecho. De muy buena presencia y aspecto distinguido, sabía cómo fascinar a sus clientas ilustrando y asesorando sobre las distintas opciones de prendas íntimas y sus accesorios para cada ocasión. Oí decir que dejó de visitar ciertas localidades porque algún marido lo esperaba “escopeta en mano”; lo cierto es que sus hijos nacieron, todos, en lugares diferentes. Mi padre, por ejemplo, nació en Yaguareté Corá, Corrientes.

Solo mi abuela Adelina logró retenerlo y, al quedar embarazada, lo obligó a casarse. Corre una versión, bastante verosímil, que la boda -en realidad- fue bajo la amenaza de muerte de mi bisabuelo y de sus seis hijos varones; de ahí la frase recurrente en nuestra familia “Con los correntinos no te metás”. El matrimonio, que no tuvo otros hijos más que mi papá, por seguridad, se estableció en Rosario, donde abrió una lencería para que el abuelo Tony dejara de viajar.


Después de varios meses de investigaciones, partiendo de su lista de clientas, a través de horas y horas de Facebook, Instagram, mensajes de WhatsApp y videoconferencias logré registrar veinte, entre hijas e hijos concebidos con igual número de mujeres, quedándome la firme convicción de que la lista no terminaba ahí. Solo cinco confirmaron su presencia, una mujer y cuatro varones. Los quince restantes rehusaron la invitación de mal modo y con insultos que es mejor no reproducir.

Organizamos el encuentro para el tercer sábado de febrero, en Roldán, en las afueras de Rosario, donde el abuelo tenía una casona rodeada de un parque enorme. Citamos temprano, a las diez de la mañana, para tener ocasión de presentarnos y socializar antes del almuerzo y luego pasar el resto del día juntos hasta la hora que fuera. En la invitación se sugería traer traje de baño, para disfrutar de la pileta y se ofrecía la disponibilidad de quedarse a dormir. Tres vinieron acompañados por su madre, actual pareja e hijos; la mujer lo hizo, además, con sus hijos políticos y, uno solo, vino sin compañía.

Mis padres y la abuela se negaron terminantemente a estar presentes y aprovecharon el fin de semana para ir a visitar a los parientes en Yaguareté Corá.

- ¡Viejo baboso y pecador! ¡Antes o después lo van a hacer cagar de un tiro, al pelotudo!          Eso anda buscando. ¡Bien merecido lo va a tener! - sentenció la abuela Adelina subiendo el bolso y el equipo de mate al auto de papá.

Un par de compañeros míos del colegio me ayudaron con los registros, mientras mi hermanita Sofi, fotografiaba a cada uno con el celular, con el objetivo de armar, a posteriori, el árbol genealógico completo. A cada invitado se le colgó un cartelito con el nombre de pila. Quique, mi hermano mayor, sugirió clasificarlos en base a los rasgos somáticos: serranos, litoraleños o pampeanos, pero la idea se descartó porque no servía: todos tenemos mentón cuadrado y nariz recta, lo que nos hace fácilmente reconocibles.

El abuelo quiso recibir personalmente a los asistentes. Permanecí a su lado todo el tiempo, por curiosidad y, por sobre todo, para tomar apuntes, que me permitieran, en lo sucesivo, avanzar con la investigación sobre las ramas familiares por contactar. Contrariamente a lo que imaginé, los reencuentros de Tony con sus viejas amantes fueron dentro de un marco de respeto y comprensión. Se verificó un caso muy gracioso donde, dos de ellas, de Cañada de Gómez,  que se habían ocultado durante toda la vida el desliz de juventud con el abuelo descubrieron, ese día, que sus hijos eran hermanos por parte de padre. Tras un primer momento de tensión, todo terminó a las risotadas.

Cerca de las once de la mañana, llegó un hombre que, de no ser veinte años más joven, hubiera jurado que era el abuelo mismo: alto, bien plantado y con idéntico lunar en el pómulo izquierdo.

—Soy Ramiro, el hijo de Alba —pronunció sin emoción alguna y dando por descontado que su interlocutor sabía muy bien de quién hablaba.

Controlé mi planilla y no encontré el nombre de la madre.

El abuelo, al oírlo, se iluminó. Lo recorrió atentamente con la mirada, con una ternura que no le era habitual. Intentó acariciarlo. El hombre esquivó la mano con un movimiento instintivo de la cabeza, pero no pudo evitar que el viejo lo abrazara con fuerza, largándose a llorar escondiendo la cara sobre su pecho. Cuando se recobró, lo tomó del brazo y lo condujo hacia el fondo del parque, para quedarse a solas.

Hablaron un largo rato. El abuelo lo hacía visiblemente abrumado. Me dio la impresión de que se justificaba o daba explicaciones.  Ramiro lo escuchaba en silencio, sentado sobre un tronco caído y con la cabeza gacha. Eran tan parecidos que semejaban un hombre mayor hablando con su sombra de joven. Finalmente, se saludaron con un apretón de manos muy formal y, el hombre, tal como vino, se fue.

A las doce, Tío Roberto -en realidad, un viejo amigo de la familia- que oficiaba de Maestro de Ceremonias, solicitó la atención de los presentes. Dispersos por el parque, alrededor de mesas servidas con café, tragos frescos y entremeses, se acercaron con curiosidad.

- ¡Familia! -arengó, seductor y elegante, como siempre- convoco a Tony, su hija María Belén e hijos Manuel, Gustavo, Sergio y Francisco a reunirse en el apartado. Nosotros, en tanto, compartiremos una picadita y un aperitivo al borde de la pileta. Quien quiera darse un chapuzón… ¡adelante! A las dos, Carlos y el Negro Brunelli, tendrán listo el asado a la estaca y las achuras.

El abuelo y mis recuperados tíos se dirigieron bajo la glorieta donde encontraron seis sillas dispuestas en círculo.

Con Sofi y Quique buscamos un lugar estratégico para seguir la escena sin ser vistos.

Una vez sentados el padre inició:

- Como sabrán, el año pasado casi me voy al tacho. A La Muerte, la tuve ahí, pude verla. Zafé, y -en esas circunstancias- uno piensa una sola cosa: ¿qué tengo que arreglar antes de irme?

Silencio.

- Mi respuesta fue -cosa imposible- “la Vida”. Conviví con un tormento: ser el monstruo que no se hizo cargo de los dramas que generó.

- ¡Menos mal!: se dio cuenta. – saltó Belén reclinándose para atrás y acomodándose los anteojos de sol sobre la cabeza.

- ¡No fue un caso! Fueron… ¿Cuántos fueron? -se puso de pie Gustavo- ¡Apuesto a que ni sabés cuantos fueron!

-Cálmate. El otro día, convenimos no armar quilombo – Francisco lo tomó del brazo y lo volvió a su silla.

- ¿Ya se conocían? - se sorprendió, mirando alternadamente a cada uno de sus hijos.

- Los cinco nos encontramos, la semana pasada, para conocernos antes de venir.

-Seamos honestos: un hijo se hace entre dos. Yo nunca obligué, emborraché, drogué o violé a nadie. Y éramos todos grandes y vacunados. ¿Se entiende? ¿Está claro? - intentó justificarse el abuelo.

-Eso no está en discusión…

-Cada uno se puede mandar las cagadas que quiere, siempre y cuando no le arruine la vida a otro. Mi vieja se cagó la vida sola, pero ¡bien cagada! y ¡se la bancó! ¡Bien sola que se la bancó!

-De acuerdo, por eso hablé de mi pesadilla…

- ¡Mirá vos, el hombre tuvo una pesadilla! Diseminó hijos por todos los rincones, se borró olímpicamente, hubo mujeres golpeadas, abandonadas, una hasta se suicidó… ¡y el hombre tuvo una pesadilla! ¡Pero por qué no te vas a la mierda!- explotó Manuel.

Silencio.

-Enfermé. Casi me muero…

Sergio lo miró con sarcasmo:

-Por nosotros podés morirte cuando quieras. No vamos a llorarte ni ir a tu entierro.

-No espero eso.

- ¿Para qué nos convocaste?

-Para dar la cara. Para pedir perdón.

Silencio.

-Sé que no sirve, pero necesitaba hacerlo…

- ¿Por qué no lo hiciste antes?

-Por cobarde.

Silencio.

- ¿Nunca tuviste la curiosidad de conocernos? ¿De saber si necesitábamos algo?

-Tuve miedo.

- ¿De que te mataran?

-Peor…de ser rechazado.

Silencio.

-¿Nunca supiste ser Hombre?

Silencio.

Cuando los asadores avisaron que ya estaban listos para largar con las achuras, Tío Roberto esperó quince minutos para dar la voz de ¡Aura!: la reunión en la glorieta parecía estar en un punto álgido. Finalmente sugirió:

- ¡Familia! – invitó alegre - Empecemos a comer para que no se pase. Tony y prole, se unirán cuando terminen; les va a hacer muy bien conocerse, sincerarse... ¿Verdad? Propongo un brindis ¡el primero!: ¡Por los mejores, por nosotros!

Entre los comensales se había creado un clima afable; era como si se conociesen de toda la vida.

El encuentro familiar, en definitiva, fue positivo y se prolongó hasta la noche. El círculo íntimo, es decir, Sofi, Quique, Tío Roberto, el “Negro” Brunelli, Carlos y yo nos quedamos a dormir en la casona. Cuando nos despertamos, ya era media tarde y nos juntamos a matear junto a la pileta. Las historias, en cada caso, eran prácticamente las mismas: estas mujeres, a raíz de su maternidad extramatrimonial, habían quedado solas, algunas lograron rehacer su vida, una, al parecer, se quitó la vida y muy pocas -que no asistieron- pudieron mantener el secreto sin ser descubiertas. En cuanto a los hijos, todos reprocharon el abandono y se mostraron dispuestos a intentar establecer un vínculo armonioso con su padre, aunque era evidente que la herida estaba abierta y que el camino a recorrer sería sinuoso.

—El hijo de Alba, al final, no se quedó. - comenté pasándole un amargo al abuelo.

—Así es.

—¿Y a qué vino, entonces?

Nos miró a todos en modo raro. Dio la última chupada al mate haciéndolo chillar y me lo devolvió. Se quedó pensando, ausente. Se escuchaba jugar a los chicos del vecino, en la pileta del otro lado de los ligustros.

—Tony ¿estás bien? - se preocupó el “Negro” al verlo pálido y con la mirada vidriosa.

—Vino a retarme a duelo.

 

 Todos los Derechos de Autor y Propiedad Intelectual, pertenecen a: 


©Pedro Pablo Lilli

Rosario - Argentina

Diciembre 2025

Ilustración:

Virgilio Lilli(Cosenza, 1907  Zurig


Edición: Editorial Atrapados por la Imagen


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3 comentarios:

  1. El relato pone en cuestión la paternidad, la filiación y la responsabilidad subjetiva. Claramente se manifiesta la diferencia entre el progenitor y la función paterna. Del mismo modo, la filiación se construye por el lazo que tiene otro alcance que la mera parición. Ramiro, hijo de Alba -presuntamente suicida- encarna el retorno de un reclamo dramático por el estrago sufrido. Tonio intenta una redención tardía en el ocaso de su vida.

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  2. Pero qué cuentazo la puta madre!!! Qué desenlace imprevisto, y con el mérito de no ser tramposo, porque se regaron indicios de toda clase, qué buen seguimiento de imagen, y fluir narrativo, y perfecta la elección del relator, porque es cercano pero se va enterando junto con el lector...vamoooo!!!

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  3. Pedro Pablo, disfruté muchísimo tu cuento. Tenés una manera de contar que te atrapa sin vueltas: te hace reír, te sorprende y, de golpe, te tira una verdad que duele. El abuelo Tony es un personaje para charlar largo rato: insoportable, querible, desastre y humano todo junto. Ese encuentro familiar que armás es tan real que uno siente que podría haber estado ahí mirando desde la glorieta. Y el final, con ese remate seco y perfecto, me dejó pensando un buen rato. ¡Un trabajo maravilloso, felicitaciones amigo!

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