lunes, 14 de noviembre de 2022

©EDITORIAL ATRAPADOS POR LA IMAGEN PRESENTA: Mario Kelman "Crónica de barrio"

 


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"Queridos amigos, la Editorial Online de Atrapados por la Imagen, es un espacio gratuito dedicado a nuevos artistas"


¡¡Gracias Mario, por confiar en Atrapados, te deseamos muchos éxitos!!


Fotografía: Laura Jakulis



"Crónica de barrio. Sobre personajes y convocatorias"

 

Por Mario Kelman

 

Los recuerdos conviven con el presente

Imágenes superpuestas, cálidas y lánguidas; oteando el ocaso con sombras que empieza a alargarse, formando múltiples relieves de claroscuros y contrastes, aquí, allá y más allá.

Algunos edificios aislados erguidos como centinelas adelantados a su tiempo, anuncian el porvenir más poblado e impiadoso. La familiaridad entre los vecinos en la convivencia cotidiana, comienza a hundirse en el anonimato y la indiferencia; hasta caer en un vuelco dramático en el abismo abierto años más tarde, con los saqueos de fin de siglo y el estallido social que deja secuelas imborrables. 

Pequeñas grandes historias que merecen perdurar y encontrar encarnadura en los cuentos y en los relatos transmitidos singularmente.

Comenzamos por los personajes.

Una casa humilde, con un comedor generoso al que se accede a través de una puerta de calle de madera y vidrio con un cerramiento exterior, de rigurosa pintura gris y picaporte redondeado y falseado por el uso, colgando a medio recorrido.

La ventana haciendo juego, para dejar pasar la luz del día y evitar el uso de la luz artificial.

Al costado un dormitorio de cama y ropero encimado, con dos mesitas de luz breves y simples, un patio pequeño con un ingenioso sistema para tender la ropa y un taller con su tablero y una infinidad de herramientas, repuestos y piezas de los artículos más inverosímiles .

En el viejo taller sobresale un pequeño torno y una morsa, testimoniando el oficio de electricista y servicio múltiple. Allí se reparan todos los productos descompuestos del barrio, desde una heladera, un velador hasta el juguete de un niño, incluso esos que empiezan a venir “a pila”.

Con paciencia y dedicación, un medio anteojo pende de la parte inferior de la nariz para hacer ver a sus ojos gastados y para que el artesano haga su magia.

Si de artesanías se trata, el zapatero rivaliza en maravillas, sentado junto a su banco, atiborrado a su alrededor por montañas de zapatos para arreglar. Siempre recuerda los zapatos de cada vecino e infaliblemente los encuentra en ese mar de cuero y cordones. Infaltables tapitas para los tacos de las damas y suela y media suela para los caballeros.

Caballero andante sin taller, acude a domicilio para reparaciones de gas y plomería; con su gorra de visera gastada que echa sombra sobre su mirada irremediablemente bizca y siempre acompañada de una sonrisa tremendamente honrada bajo su fino bigote.

Cuando su calvicie queda al descubierto, deja ver una piel bronceada por mil soles de jornadas laboriosas. Las uñas ennegrecidas por grasas y membranas, a pesar de la higiene diaria. Con ropa de trabajo de fábrica azul desteñido por el uso, lleva al hombro un bolso de lona verde que parece no tener fondo, con herramientas y repuestos, envases y frascos con piezas inimaginables, que siempre resuelven los desperfectos.

En una de las esquinas, un grupo de hombres trabaja haciendo matrices de fotograbados que dan soporte a las impresiones gráficas, en tiempos sin computadoras digitales ni diseños computarizados. Integrados al barrio reciben siempre la respuesta solidaria de los vecinos, acercándoles cubos de hielo para enfriar el agua a beber en tiempos tórridos de verano. Nunca faltaba una retribución con favores a los vecinos, proveyendo maderas o cortes con sus herramientas.

La casa de ortopedia y cosmética, atendida por una muy bella mujer, despierta la envidia de comadres y mujeres de edad avanzada, que maliciosamente ponen en duda su virtud.

En veredas enfrentadas dos peluquerías se sacan chispas compitiendo por clientes exigentes que se dividen entre cortes clásicos con tijera y máquina o cortes de estilo moderno con navaja.

Si se trata de competencia, también confrontan la granjita abierta las veinticuatro horas, pionera en su género, con el viejo mercado de abasto.

Las malas lenguas vuelven a la carga y desconfían de una granja abierta día y noche, con los dueños viviendo en el mismo local. Se preguntan odiosamente: “- ¿qué venderán de noche?”

El mercado es una aventura en el viejo galpón, con puestos bien circunscriptos y repartidos en la geografía del sitio.

A la entrada, el infaltable puesto de diarios y revistas. Su dueño, un ex boxeador de mirada siempre clara y sonriente, excelente cocinero; no deja de fiar a los clientes ni de permitir la lectura de ojito, cuando se encarecen los precios; especialmente, las revistas mexicanas de superhéroes y los álbumes de historietas de editorial Columba.

A partir de allí, se abren dos senderos por derecha y por izquierda, dejando una isla central con puestos, donde alternan carnicerías y verdulerías que nunca olvidan la yapa; pollería con gallinas vivas, que, a pedido y previa selección, el pollero tras un delantal de cuero impermeable, mata y despluma en el momento con la ayuda de un balde de agua hirviente; el lechero con leche a granel, en jarra, ricotas y quesos a gusto.

De regreso a la calle, sobre la mano opuesta, el bazar y librería con tono español, sorprende por la cantidad y variedad de mercadería que desborda el espacio disponible. Estanterías que parecen contar con una capacidad infinita para abastecer al barrio. Los grandes momentos de la fiesta del juguete en navidad, reyes y día del niño; o el show de útiles y libros acompañando el inicio de clases. Cada año, estas ceremonias se renuevan, y nadie, absolutamente nadie se queda sin su compra, aún al fiado.

Por último, en la esquina, la codiciada dulcería exhibe impudicamente chocolates, dulces y caramelos provocando el deseo de los transeúntes. Hoy sin embargo, es un día especial. Su dueño, puro halo español y bondad, de tez morisca y gran sonrisa de dientes muy blancos, sortea una pelota de fútbol entre todos los niños del barrio que han completado el álbum de figuritas. Uno de los niños es elegido e introduce su mano en la bolsa con las esperanzas contenidas de todos y de cada uno. Pero ante la rechifla y saltos generalizados, se le exige que se tape los ojos con una venda oscura, antes de sacar el número ganador, tras lo cual sobreviene la decepción de la mayoría.

Una mención muy especial para el garaje del barrio. Tres hermanos italianos eran sus custodios, a los que un tío se suma periódicamente. Infaltables boinas negras, ropa de trabajo y alpargatas, hombres de campo y ciudad.

El hermano mayor absorbe la responsabilidad, con gesto siempre alerta y nervioso.

El hermano del medio, de mirada transparente, simple y muy generoso; afecto a la cría de aves, que cuida y alimenta con mucha paciencia. Allí teje sus redes y enseña a tejer a quienes se acercan curiosos e interesados. Así la lanzadera de madera hace su recorrido enhebrando hilo; ora para acá, ora para allá, anudando cuadrados en forma  pareja en torno al aire que escapa por los agujeros.

El hermano menor, elije desprenderse y formar su familia.

Pero lo relevante es el comedor de la casa: el sitio de los banquetes.

Los fines de semana, los vecinos se reúnen y cada vez, uno de ellos asume la cocina de un menú, por el cuál luce sus habilidades culinarias y la transmisión cultural de cada familia de origen. Así desfilan portentosos chupines de pescado, pastas italianas, wareniques y knishes, cazuelas de mariscos y paellas, y asados ​​de los más variados.

El garaje consta de un predio mediano e irregular, en el que se estacionan los autos delineando la forma de una herradura, con filas de dos o tres rodados atravesados ​​transversalmente para aprovechar el espacio. El cuidado de los autos se alterna con otra actividad, la venta de carbón y leña.

Día a día, los autos ejecutan una danza cuidadosa para estacionar o para salir a la calle; debiéndose quitar uno o dos y a veces, tres o cuatro vehículos para permitir el paso de uno.

Sin ninguna duda, ese rompecabezas en movimiento continuo ha sido el precursor del moderno juego Tetris.

Continuamos por las convocatorias.

Con las primeras estrellas en un cielo aún iluminado, familias enteras se vuelcan a las calles, poblando las veredas, caminando en la misma dirección hacia el río.

En paz, se desplazan unos y otros, con gesto y paso apacible, en un clima de alegría compartida. Niños bulliciosos se adelantan jugando, a veces corriendo y empujándose, a veces reprendidos y de la mano de un adulto. Las mujeres ataviadas con vestidos domingueros, sobrios y elegantes, luciendo su andar con orgullo y dignidad, del brazo de sus hombres, a los que apuran a acompañarlas en su iniciativa.

El anuncio había sido hecho para las veinte horas de la noche.

Los minutos transcurren en calma, sin prisa y sin retraso, acompañando los movimientos sueltos de la multitud.

El evento, la anunciada inauguración de la primera galería de la zona. Típica curiosidad femenina de revisar escaparates y vidrieras con la compañía del hombre resignado a la travesía con su compañera. 

Al llegar, ya se había reunido un nutrido grupo, al que se sumaban ordenadamente los recién llegados.

Vitrinas a la calle iluminadas se destacan, protegidas por cortinas metálicas verde inglés, que hacen juego con los marcos y las puertas. La novedad de contar con dos entradas o salidas, según el sentido del recorrido, por una calle y por la transversal dibujan una letra “ele” en el interior de la esquina.

Primero los discursos, de oradores con pompa y gesticulación al tono con el evento.

Luego, el corte de cintas y la multitud excitada ingresa en un sentido y en el otro, deteniéndose en cada vitrina interior.

Poco a poco, la expectativa va cediendo paso a los juicios y comentarios, muy ponderados por los hombres y con críticas decepcionadas por lo bajo de las mujeres; mientras los niños continúan imperturbables con sus juegos y las parejas jóvenes se abstraen en su diálogo de caricias, suspiros y miradas.

—Pero, ¡qué ocurrencias!

Se convoca a la inauguración de la llamada primera galería comercial de la zona…para vender exclusivamente…¡¡ repuestos automotores!!

Así, en cada vidriera lucen perezosamente, un repertorio de accesorios, bujes y brazos de tren delantero, amortiguadores, pastillas y líquido de freno; sin faltar las exquisiteces de piezas de motos y hasta bicicletas; apilados sobre desniveles y telas de seda y terciopelo.

Vaya desconsideración, y particularmente, qué omisión de lo femenino.

Hoy en día, la antigua galería languidece, pero aún conserva el color y alguno de sus rasgos originales, conviviendo con otros rubros que le dan una intrascendente diversidad.

Poco tiempo después, se inaugura una segunda galería a pocos metros de distancia. Pero la convocatoria ya no tiene el mismo éxito. Para peor, una galería sin otra salida que la entrada. Ahora, ¡¡¡una galería sin salida!!! Parecía un despropósito y otra ofensa a la sufriente población circundante.

Pero nada comparable con un anuncio muy posterior donde se convoca a la inauguración del -así presentado- primer shopping de la ciudad.

Esta vez, la gente se acerca de un modo más aleatorio y disperso, pero igualmente sumando una multitud que concurre y comienza a tomar forma de una enorme cola de dos cuadras, tras doblar por la esquina.

Esta vez, sí. Vidrieras iluminadas con elegantes decoraciones y colores brillantes, en una construcción de dos pisos con locales, distribuidos criteriosamente en una variedad de rubros y ofertas, si bien en cantidad no muy generosa.

Quienes llegan tarde al acto se retiran acobardados por la larga espera, ante una fila de gente que se mueve cobrando vida en el lento avance hasta la entrada. A la hora de la decisión, empuja la curiosidad de saber adónde conduce esa larga e interminable serpiente de gente. Paso a paso, la muchedumbre aguarda impaciente, reptando metro a metro, sin saber hasta dónde ni cuánto falta para el destino.

El arco de la entrada ya se divisa, pero no aún, falta un último tramo.

Transpuesto el umbral se revela el misterio de la ignota atracción que atrapa a las personas como la melodía envolvente de un encantador de serpientes.

Ya al ​​alcance de la mirada se divisa la inconfundible silueta de…¡¡un enorme ascensor!!

La inauguración se ha transformado en un ritual mecánico en que las personas entran al ascensor en planta baja para subir al primer piso, descender por simples y pedestres escaleras que desembocan en la salida, en un fugaz paseo de minutos, tan efímero como una vida.

Pero nada como otra convocatoria, a través de la inauguración del primer bar de la ciudad donde se admiten gatos.

Parte de una gatoterapia masiva, masas de habitantes se dirigen al lugar. Algunos agraciados pueden ingresar, mientras que otros tantos transeúntes que desbordan la capacidad del lugar, deben resignar el paseo para otro día con mejor fortuna, con enojo o renovado interés. Esta vez, la expectativa se justifica por el amor a una mascota, forma de amor que aún pervive; y más allá, el enigma de la atracción de un gato, que atraviesa civilizaciones y épocas.

Del mismo modo, el tañido de la campana de la atemporal iglesia del barrio atraviesa el aire, sancionando cada hora. Las malas lenguas esparcen el rumor de que las campanadas han sido reemplazadas por una grabación que se emite por parlantes propagadores del sonido, que ya forma parte del paisaje.

La presencia de la iglesia expande un halo protector sobre la vecindad, ya que es uno de los pocos edificios altos de la zona, donde se ha instalado un pararrayos que –según comentarios supuestamente muy elaborados- no sólo atraen rayos sino también hostilidades y malas ondas .

Junto a la parroquia, el antiguo colegio, otrora exclusivo para varones. De reconocido prestigio y formación técnica, conserva en sus talleres el saber hacer que otrora se atesoraba en la tradición esotérica del monasterio, constituyendo un baluarte ante los embates de la ya próxima posmodernidad.

Todos los fines de semana, las gentes del barrio convergen haciendo una comunidad, coexistiendo con diferencias, en un cine interno del colegio, donde se proyectan películas de acción inolvidables. En otro espacio tienen lugar endemoniados  partidos de ping pong, donde se entrenan fieramente los osados ​​​​jugadores para participar en el campeonato anual y en la liga. Finalmente, el público se agolpa en el patio central, donde la disputa por equipos de fútbol, ​​alcanza el entusiasmo que inflama hinchadas y partidarios que terminan compartiendo sándwiches de milanesas, mortadela y gaseosas, entre cánticos, reclamos, festejos y gritos.

En lo solitario de la siesta de un día feriado, se transita un pasillo interior de acceso del colegio, en el que figuras alargadas y adustas, enmarcadas en oscura madera y a lo largo de la extendida pared medianera, homenajean el trabajo de tantos y remedan a los padres de la iglesia. El paisaje se constituye de líneas sobrias y severas, luz justa y sin exceso, madera oscura y revoque blanco impecable. Un mundo sólo de hombres, opresivo, en el que no hay presencia de lo femenino; pero afable y paternal, que aloja e invita con cortesia y cordialidad.

Las escaleras evidencian pisos altos y senderos ocultos que conducen a una terraza, que ofrecen un mirador que regala la vista de la ciudad. Una emoción que sólo puede comprenderse en tiempos en que no hay ni internet ni google earth. Sólo la radio y los primeros pasos de la televisión. Acceder de este modo, desde una altura testigo a la vista de la ciudad, el río con su delta, barcos en tránsito lento y aves que vuelan su danza consuetudinaria.

Los raleados edificios alternan con casas de estilo, otras casas hechas con mucho trabajo, orgullo y esfuerzo, y hasta tres llamados conventillos, con viviendas precarias pero muy dignas, que rebosan de pasiones, historias, estridencias y silencios, festejos regados con música y alcohol y silencios dolorosos. En sus pasillos deambulan personas y personajes, manteniendo un respeto incólumne, que resiste las adversidades sordas de cada día pero que también se nutre de alegrías y logros, esas pequeñas victorias y derrotas de cada día; humanos, al fin.

De pronto, nuevamente lo imprevisto irrumpe.

Gente del barrio deja sus lugares de trabajo y sus casas para acudir al campo de mitad de cuadra. Mientras se marcha codo a codo, cada uno se entera de la novedad.

Dos enormes topadoras amenazan entrar a la cancha de fútbol del barrio, con sus arcos de esmerado tamaño natural y campo demarcado con líneas de cal de estrictas medidas reglamentarias; un césped respetable aunque no muy cuidado, su alambrado perimetral y algunos asientos que servían de incipiente tribuna. Lamentablemente la iluminación es escasa, por lo que sólo se organizan partidos diurnos.

La gente hace un vallado para impedir el paso de las infernales maquinas que pretenden derribar la ilusion del barrio. Se rumorea que una empresa constructora pretende emplazar dos colosales cuerpos de edificios en el predio, hasta ahora, de propietario desconocido pero adoptado por todos, imbuidos del alma de potrero que lo habita.

El enfrentamiento es tenso. Las máquinas se encabritan, aceleran y amenazan, pero la comunidad resiste a pié firme sin ceder.

A duras penas un policía se interpone para evitar el choque violento e intenta convencer a los vecinos de la validez de los títulos y de la legalidad del procedimiento.

Pero nadie afloja, y la multitud abrazada uno con otro, no acepta razones.

Finalmente, interviene un sacerdote para mediar y pacificar el conflicto.

Luego, silencio.

Pausa.

Inmovilidad serena.

Espera con la mirada fija y enfrentada.

Hasta que el movimiento se reanudó.

Las topadoras giran, dan media vuelta y se retiran.

Inolvidable.

Estalla el júbilo, la alegría, los gritos, los abrazos y saltos que desatan la emoción contenida. Aún hombres curtidos, con lágrimas surcando su rostro.

Espontáneamente se organiza un festejo. Comida a la canasta, bebidas, música y baile.

La fiesta dura hasta altas horas de la noche, ya próximo a clarear, hasta que los últimos parranderos se retiran a dormir.

Al día siguiente, amanece.

Con la resaca en el cuerpo, los parroquianos se aprontan para la nueva jornada y salen a sus destinos, cuando una sorpresa paraliza sus cuerpos y su entendimiento.

La cancha de fútbol había sido abatida, restando un campo yermo y vallado con el emblema de la constructora.

Las topadoras hacen su trabajo, mientras el barrio duerme, y la inocencia se termina de perder.

Es una señal agorera de que sobrevendrían muchos cambios.

 

 

 

 Rosario-Argentina

 2022


 

 

 

 

 

 

 


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15 comentarios:

  1. Excelente relato, un recorrido barrial, en el cual muchos de nosotros, reconocemos lugares comunes, el mecanico, el herrero, la peluquería..... hasta llegar a la canchita del barrio, cuantos recuerdos hermosos... sin embargo, la modernidad, no da tregua a las emociones y arremete contra nuestros recuerdos sin piedad!!! felicitaciones querido autor!!! te deseamos muchos éxitos!!!!

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    1. Muchas gracias Laura, por tu comentario tan cálido, como siempre.

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  2. excelente texto! Creo que a todos nos transporta a algún barrio de nuestras vidas. Lamentable y realista final!!

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    1. Este escrito ha sido un ejercicio de ficcionalizar la realidad. Los personajes y hechos ocurrieron. De regreso al barrio, cada vez, conviven recuerdos y realidades presentes. Gracias Mabel por su lectura.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Clara descripción del fenómeno urbano al que asistimos desde hace décadas, el que carece de políticas que pongan freno al crecimiento impiadoso de las grandes ciudades; inentendible en nuestro país, rico en áreas despobladas con un promedio de 16 habitantes por Km2.
    Desde lo humano, estético y funcional merece la peor de las calificaciones.
    Gracias Mario Kelman por poner en palabras todo lo que ello afecta.

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  5. Caminar junto a Mario Kelman por el barrio de su infancia, visitar a cada uno de los personajes en su propio lugar de trabajo, participar de los eventos, mezclado entre los vecinos, experimentar sus emociones....¡qué placer! Mérito de una pluma experta que sabe traducir certeramente lo que los ojos ven y el corazón siente. Un Amarcord ( Yo recuerdo ) del barrio rosarino del Colegio San José y del tramo inicial de la calle Corrientes. Y la referencia al film de Fellini cobra mayor verosimilitud con la escena final ¡magnífica! de la llegada de las topadoras, la reacción popular y la mediación del cura.
    El desenlace nos catapulta al hoy. Gracias, Mario!

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  6. Con Pedro me une una amistad hecha caminando juntos en la vida, desde la infancia. Gracias amigo!

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  7. Que buen relato, excelente descripción Mario, me llevó a visualizar cada detalles de las distintas escenas. Felicitaciones y muchos éxitos con esta nueva entrega!! Gracias por compartir tu arte!! Un gran abrazo

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    1. Muchas gracias Luisiana. El blog propone el ejercicio de cruce entre palabra e imagen

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  8. Mario, un relato donde se describe con una mirada aguda y reflexiva pueblos típicos de otras épocas, , " pinta tu aldea y ... muy cierto, puede ser cualquier lugar en las afueras de las grandes ciudades,.con sus personajes y sus costumbres. Y un final donde el progreso destruye, recuerdos e ilusiones. Gracias por tu pintura amigo. Te deseo éxitos. Gracias por confiar en Atrapados.

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    1. Gracias Tesi. De tu comentario me queda una pregunta que comparto. ¿Es el progreso lo que destruye?

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    2. Mario,a mi parecer, sin dudas no es el progreso el que destruye , es una manera de decir, son los intereses intereses económicos de los poderosos, que prevalecen sobre tradiciones y sentires de la gente común. .Gracias por tus palabras..Saludos.

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